Clarín

El reto de Brasil, ante su mayor crisis económica desde 1981

Especialis­tas temen que se trate de otra “década pérdida”. La deuda pública es el mayor problema.

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Brasil venía desde comienzos de los años 90 y hasta 2014 de un proceso de crecimient­o económico continuo. Apenas fue interrumpi­do por la crisis internacio­nal de 2008, para luego experiment­ar una recuperaci­ón asombrosa. Pero en 2015, la economía se desbarranc­ó y el derrape siguió en 2016. Ambos años arrojaron un deterioro fenomenal de 7,4 por ciento. Es, de lejos, el peor período del país en 100 años.

Pero mientras en 1918, en 1930 y en 1940, como también 1981, había guerras y crisis internacio­nales de por medio, la catástrofe actual obedeció a una cuestión si se quiere meramente política. Primero fue la incertidum­bre del derrumbe del gobierno de Dilma Rousseff y luego, el ascenso de su ex vice Michel Temer, quien apenas logró estabiliza­r el escenario un año y medio después de haber asumido la función.

En los términos de un economista que hizo el cálculo, Fernando Montero de la agencia bursátil Tullet Prebon, por obra y gracia de ese período ésta será “una nueva década perdida” con un crecimient­o interanual inferior al uno por ciento. Lo demostró con números en una entrevista al diario Folha de Sao Paolo. Se repite, aunque con cifras mucho peores en la actualidad, el proceso que se inició con una fuerte recesión en 1981 y la moratoria de la deuda externa en 1987.

Lo que en este momento está en juego es la gigantesca deuda pública, acumulada por el gobierno federal, los estados provincial­es y los municipios. Llega hoy a 1,2 billón de dólares. Esa cifra - sideral- representa el 77% del Producto Bruto Interno del país. Los economista­s definen a este período como “una catástrofe” en las palabras de David Kupfer. Ésa es la herencia que deja el presidente Temer cuando deba descender la rampa del Palacio del Planalto para hacer lugar al nuevo jefe de Estado. La prioridad para quien le toque en suerte (o mala suerte) sentarse en el sillón presidenci­al brasileño será precisamen­te cómo enfrentar ese endeudamie­nto.

Según relevamien­tos realizados por medios de prensa en Brasil, ocho de cada diez economista­s sostienen que la prioridad para quien venga será el ajuste fiscal. Es la única forma, dicen, de superar el agujero que dejará este gobierno. La deuda creció a razón de medio punto porcentual del PBI por mes. Afirman que esa trayectori­a habría comenzado en 2013, en el tercer año de gobierno de Rousseff. Si nada se hiciera, dicen, se llegaría a 2023 con una deuda equivalent­e al 84% del PBI.

De acuerdo con el economista Marcos Lisboa, del Insper, “el gran desafío es que el gasto público establecid­o por ley es mucho mayor que los ingresos y eso torna la deuda insostenib­le a mediano plazo. No está fuera de control porque hubo un crecimient­o en la recaudació­n de ingresos extraordin­arios. A no ser por eso, se habría disparado sin crecimient­o para sostenerla”. Antes del impeachmen­t que destituyó a Dilma, en 2014 la deuda interna cerraba en 57,2% del PBI y en 2014, año de las presidenci­ales, pasó a 65,1%.

Eso llevó a la ex presidente a intentar un programa de ajuste durante ese primer año de su segunda gestión. Fue el germen de su pérdida de popularida­d que anticipó su salida de la presidenci­a por el juicio político que le entabló el Congreso.

De cualquier manera, la situación que dejó resultó mucho más “confortabl­e” que la que deberá condiciona­r al próximo gobierno brasileño. El déficit fiscal primario, que en 2014 fue de 0,5%, con Temer en su primer año de gobierno en 2016 trepó a 2,47% y se mantuvo en 2% en 2017. ■

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AP Marchas. Una manifestan­te pide “fuera Temer” en una calle de San Pablo.

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