Clarín

Confuso viaje hacia la Barcelona del siglo XIV

La nueva serie española se sube al galope de las sagas medievalis­tas, en la línea de Vikings, The Last Kingdom y Marco Polo. Pero termina tropezando con los clichés de época. Una buena ambientaci­ón no siempre garantiza una buena historia.

- Pablo Raimondi Praimondi@clarin.com

Drama Con: Aitor Luna, Daniel Grao, Pablo Derqui, Silvia Abascal Creación: Jordi Frades Origen: España Emisión: Netflix (8 capítulos de 53 minutos). La marea de seguidores que cosecharon series como Game of Thrones, Vikings, The Last Kingdom, Marco Polo y Merlin tiene su reflejo español en ficciones como Carlos, rey emperador, Isabel, Conquistad­ores: Adventvm, La peste, Hispania o El final del camino.

A este furor de medievalis­mo en castellano, se suma ahora La catedral del mar, que, al igual que sus colegas anglo, no escatimó en mano de obra: durante cinco meses de rodaje participar­on unos 150 actores y alrededor de 4.000 extras, en una Barcelona ambientada del siglo XIV.

La trama gira en torno a la evolución de Arnau Estanyol, quien -gracias a su devota fe y trabajo denodado- vive desde la pobreza hasta la abundancia en esta fiel adaptación televisiva de la novela del abogado y escritor español Ildefonso Falcones.

El origen de la historia tiene como eje al campesino Bernat, padre de Arnau, quien es “marcado” por su progenitor con el estigma de la procreació­n: lo incita a casarse y espejarse en su hermana Guiamona, quien utilizó gran parte de su dinero para la dote. Hermano pobre ante hermana acaudalada, dos caras de una moneda que se repite en muchas historias.

La catedral del mar, cuya historia se articula alrededor de Santa María de la mar -la basílica popular que se alza en una villa de pescadores catalana- comienza a desplegar las peripecias de Estanyol padre, que escapa de un perverso señor feudal que vio- la a Francesca, su joven mujer. Salto temporal mediante, él viajará junto a un Arnau bebé hacia los terrenos de Grau Puig (marido de su hermana), dueño de un taller de alfarería quien -a regañadien­tes- le dará un trabajo. Pero lo tratará más como esclavo que como parte de su linaje. El viejo recurso de esconder al fugitivo.

Grau se define como un “artesano rico” y dejará una frase crucial que parece sellar a fuego la suerte de esta saga: “Los nobles me desprecian, los mercaderes me odian”. Aquí se aglutinan dos posturas negativas en donde, casi todos, salen perdiendo.

Esta producción posee una óptima recreación de exteriores, interiores y costumbres (lo que no garantiza una buena serie) y peca de sobrexplic­ar muchas cosas. ¿Un ejemplo? En clave de vestimenta, de blanco estarán los “buenos” y, ataviados de negro, los malhechore­s. En fin.

Además, abundan los bruscos saltos temporales -a los cuales hay que estar atentos para no perderse en el enrevesado argumento- ya que La catedral del mar tiene la dificultad de enlazar situacione­s de conflicto en armonía y los emparcha con forza- dos flashforwa­rds que se acercan más y más a la devastador­a Peste Negra que diezmó Europa. Los personajes son bastante chatos, sin mucho para rascar artísticam­ente: se muestran tal cual como son, dejando el efecto sorpresa de lado. Esto es totalmente opuesto a la crueldad que reflejan los castigos corporales, digna escarapela de este tipo de series en donde la sangre y el morbo están a la orden del día y la noche. Y no mucho más que eso. ■

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Otra Barcelona. Para lograr el clima de época, durante los cinco meses que duró el rodaje participar­on 150 actores y unos 4.000 extras.

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