Una puesta con luces y sombras
La ópera de Debussy subió en el Colón con un sólido reparto. La orquesta fue de menor a mayor.
Peleas y Melisande
Dirección musical: Arturo Diemecke. Régie: Gustavo Tambascio y Susana Gómez. Reparto: Verónica Cangemi, Giuseppe Filianoti, Lucas Debevec Mayer. En las gacetillas de prensa el Teatro Colón “promocionó” Peleas y Melisande como un “homenaje íntimo” de Claude Debussy a Tristán e Isolda de Richard Wagner, con lo cual se buscó además establecer una continuidad dentro de la programación del teatro: el título anterior fue precisamente ese grandioso drama wagneriano, que pudo verse y oírse en la memorable versión de la Staatskapelle con dirección de Daniel Barenboim y puesta en escena de Harry Kupfer. Grande habrá sido la sorpresa de muchos cuando en el estreno de esta nueva producción de la ópera de Debussy lo primero que se vio fue la figura de un ángel caído, que es el único elemento sobre el que giraba la escena en el Tristán de Kupfer.
También en esta escena está acentuado el elemento marino, que además del triángulo amoroso y la predestinación es otro punto que liga las obras de Debussy y Wagner. La realización, una idea del recientemente fallecido Gustavo Tambascio que terminó de concretar Susana Gómez, es bastante cargada y cambiante. Cambiante, por lo pronto, en un sentido temporal. Cambia la época, cambian los vestuarios. La ópera comienza con una ambientación de fines de siglo XIX y la segunda escena del tercer acto transcurre en una especie de Dresden después de la Segunda Guerra, mientras que el herido Golaud es atendido en un hospital de campaña al aire libre. Da la impresión de una ocu-
rrencia, esto es, de algo sin mayores consecuencias.
Hay algo redundante, pero a la vez hay algo indudablemente muy atractivo en el diseño escenográfico del rosarino Nicolás Boni, por momentos bastante cinematográfico.
El reparto es sólido. La ópera de Debussy no requiere lo que habitualmente llamamos grandes voces, sino voces en estilo. Y el estilo fue logrado. El frente femenino, empezando con Verónica Cangemi como Melisande y Adriana Mastrángelo como Genoveva, fue impecable, tal vez lo mejor de todo, aunque Lucas Debevec Mayer conmovió especialmente en el rol de Arkel. Completaron buenas actuaciones de Giuseppe Filianoti como Peleas y David Maze como Golaud, además de Marianella Nervi Fadol como Yniold.
La orquesta parece haberse despertado en el tercer acto. Hasta ese momento transcurrió en un rango dinámico excesivamente reducido, en una chatura sorprendente. A partir del tercer acto, acaso llevado por la situación más emocional en que ingresa la obra, Arturo Diemecke consiguió un sonido más vivaz y prácticamente lo mantuvo hasta el final.
No se entendió la necesidad de un segundo intervalo de casi 30 minutos entre los actos III y IV. Es como si, en una curiosa e innecesaria simetría, el acto central de esta obra (el tercero de los cinco) hubiese quedado aislado del resto. Tal vez así lo requirieron los movimientos escénicos de la puesta, pero entonces están mal calculados: la continuidad de una ópera no sólo es responsabilidad del director musical sino también del director de la escena. ■