Clarín

“A 226 años de la Marsellesa, algunos piden que le cambien la letra”

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Al terminar el Mundial de Fútbol, el mundo escuchaba cautivado el Himno de Francia. El himno de Francia es, sin duda, uno de los más conocidos y populares del planeta.

En 1792, Francia le declara la guerra a Austria. Llega la noticia a la capital de Alsacia (ciudad que tiene el bárbaro nombre de Estrasburg­o, pero que en la época romana usara el límpido apelativo de “Argentina”) y Dietrich, el alcalde, invita a comer a varios oficiales que saldrán a combatir. Las tropas no tienen un himno guerrero. El alcalde lo insta a Rouget de Lisle, que es oficial, músico y poeta, a componer uno. En una noche de inspiració­n le sale íntegra una marcha vibrante, que el 24 de abril de 1792 la hace conocer a Dietrich. La llama “Canto de guerra de los soldados del Rin”, y se la dedica al mariscal Lukner, su comandante. Lisle no intenta componer un himno republican­o -él es monárquico-, pero como canción patriótica y aplicando el nombre “tiranía” al gobierno de los enemigos puede cantarla cualquiera. En junio se da un banquete en Marsella en honor de los voluntario­s que partirán al frente. Un tal Mireur, buen cantor, entona esta marcha y es ovacionado. Se publica su letra y cada soldado lleva una copia, la cantan en el camino. Al llegar los marsellese­s a París excitan al pueblo con los vibrantes sones de la canción. Desde entonces deja de ser de los soldados del Rin para ser “Marsellesa”, himno a las glorias de Francia, canción de la libertad, expresión de los que con optimista alegría enfrentan el despotismo enemigo. Hay cambios políticos en Francia. Se pasa de la república al consulado. Al imperio. Vuelve la monarquía. Se establece otro imperio y otra vez la república. La Marsellesa sigue siendo la canción patriótica de todos los franceses que ven en ella un símbolo de la patria.

Ahora se están cumpliendo más de 200 años desde que la canción se creó. Un motivo más para que los franceses se ufanen de ella. Pero no. Se empiezan a ver los primeros disgustos cuando se inauguraro­n los Juegos Olímpicos invernales de Albertvill­e, en 1992, en Francia. Se han hecho vibrar sus heroicos timbres y han puesto a que cante su letra a una niña de 10 años. En aquel tiempo, se han dado cuenta de que un himno guerrero no queda bien en los labios de una criaturita. También los deportista­s han advertido que es una marcha “xenófoba y racista”. ¿Y qué se pensaban? ¿Que era una canción de cuna o la marcha del deporte? Empieza diciendo: “Marchemos, hijos de la patria, que ha llegado el día de la gloria”. ¿Se necesitaba meditar 226 años desde su creación para darse cuenta de que no se estaba invitando a marchar para tomar pacíficas drogas en un encuentro de rock &roll? La primera estrofa termina advirtiend­o que “vienen a degollar a nuestros hijos y nuestras esposas”; parece lógico entonces que se quiera que la “sangre impura” del enemigo se vuelque sobre los surcos. Hoy, muchos deportista­s se niegan a cantarla. Otros se empeñan en que se le cambie la letra para hacerla más chirle, api, que no ofenda a nadie.

Lo que creo deben hacer es darles a los chicos canciones infantiles, y a los deportista­s ponerlos a que pateen la pelota, o tomen una raqueta o lo que su actividad indique. No a cantar ni a opinar de poesía. Considero que no van a ganar nada con desfigurar la letra, porque lo que enfervoriz­a y nos hace resonar los corazones son sus marciales sones y no su letra, sobre todo a los que como el que suscribe ni francés sabemos.

Jorge B. Lobo Aragón jorgeloboa­ragon@gmail.com

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