Los límites del espacio personal
Parece que cada uno de nosotros está rodeado por una especie de burbuja invisible que limita lo que sería nuestro espacio personal. Es decir, la distancia a la que soportamos tener alguien cerca sin sentirnos invadidos.
Claro que eso depende mucho de quién se acerque. Por ejemplo, los primeros 50 centímetros alrededor nuestro están reservados para amantes, chicos, familiares cercanos, amigos y mascotas. Hasta 1,20, entran amigos, los compañeros de trabajo, en general gente conocida. Y el espacio que llega hasta los 2,40, lo dejamos para extraños o nuevas relaciones.
Obvio que esto no es estricto, en condiciones límite, hacemos algunas excepciones porque si no, no podríamos vivir en sociedad.
Viajar en subte, subir a un ascensor repleto, ir a un recital o una manifestación requiere de renunciamientos. En esos casos, respondemos de distintas maneras. Si se trata de diversión, puede que aceptemos el disconfort pensando que es un mal pasajero. En la cancha, existe un espíritu de comunión con el tipo que está a tu lado. Es de tu mismo equipo, sufre y se alegra como vos. Es más, no sería raro que termines abrazándolo después de un gol. En el transporte público es distinto: no hay diversión, no conocés a nadie, nada te une al tipo que te refriega su mochila por tu espalda.
Para el psicólogo estadounidense Robert Sommer, la gente soporta las aglomeraciones en los medios de transporte gracias a una técnica mental que llama deshumanización y consiste que todos nosotros consideramos al resto de los pasajeros como objetos, no como personas. Tal vez por eso, en el subte, todos ponemos cara de mueble. ■