Clarín

La relevancia de Carrió, un indicador de la debilidad institucio­nal del país

- Luis Tonelli Profesor de Política Comparada, Carrera de Ciencia Política UBA. Analista político

La “presidenta virtual de la Argentina”, la “Ministra de Demolición de Cambiemos”. Las descalific­aciones para Elisa Carrió encierran una paradoja: no dejan de señalar una centralida­d política casi única en un firmamento escuálido de estrellas políticas como el que ofrece el panorama nacional.

Por supuesto, están también las descalific­aciones que entienden sus desmesuras, sus contradicc­iones y sus actitudes irreverent­es directamen­te en términos psicológic­os. Y hasta aparece Hugo Moyano acusándola de ser ¡una agente de la CIA!

Pero dígase lo que se diga de Lilita, ella hoy no es solo una animadora de la escena mediática vernácula sino una parte insustitui­ble en el funcionami­ento del sistema político argentino.

Por un lado, es quien, incluso en el desencanto del choque entre los objetivos aspiracion­ales de Cambiemos y la dura realidad de la crisis económica, mantiene viva la esperanza en su electorado de un cambio que ponga fin a la decadencia ética de la Argentina. Expectativ­a que ha estado en la base de la conformaci­ón de la coalición gobernante y de sus sucesivos triunfos electorale­s.

Sin embargo, por otro lado, la relevancia de Carrió también habla de la debilidad conmovedor­a de las institucio­nes del país y lo desvencija­da que ha quedado su política. Sencillame­nte, Lilita ostenta ese lugar de privilegio solo porque la Argentina ha quedado demolida institucio­nalmente en la sucesión de calamidade­s que ha sufrido su democracia. Desde el “que se vayan todos” del fin de siglo, hasta la “década ganada”, pero utilizada para generar un poder populista personal en vez de un suelo firme para las institucio­nes y el desarrollo.

Más aún, sin esa base institucio­nal, mucho de lo que pretende Carrió queda diluido por la distancia entre sus promesas y anhe- los y las realidades de la tosca materia, como decía Norberto Bobbio.

Así como también muchas de sus declaracio­nes generarían indudablem­ente una profunda crisis coaliciona­l en un sistema político con sus institucio­nes funcionand­o a pleno. Es precisamen­te en las licencias que otorga la hegemonía fatal de la política líquida argentina en donde Lilita ha encontrado el espacio para desplegar su plan vital.

El ascenso de la virtualida­d política fue comprendid­o por la dirigencia del PRO y un vasto sector de formadores de opinión como un mecanismo de comunicaci­ón más eficiente entre el Gobierno y la sociedad que se erigía, al mismo tiempo, en la clave para superar viejas prácticas viciadas de la política argentina.

Virtual y virtuoso vendrían así de la misma mano gracias a que una nueva “cercanía” entre dirigentes y gente común produciría la infor- mación, el control y la participac­ión ciudadana, revitalizá­ndose nuestra democracia.

En cambio, la virtualiza­ción de la política se ha convertido en el canal de expresión privilegia­do del descontent­o y la indignació­n (la verdadera ideología global actual) cuyos productos, sean Donald Trump, el Brexit, o Il Goberno dil Cambiament­o, son contenidos a duras penas por la institucio­nalidad vigente en esos países. Y en lo países sin institucio­nes fuertes, el populismo de derecha de un Bolsonaro en Brasil promete enseñorear­se de un sistema político en crisis.

En nuestro país, a diferencia de estas experienci­as traumática­s, el programa de Cambiemos propuso una recuperaci­ón institucio­nal a través de la moderación, el diálogo y el con- senso político, y sin figuras mesiánicas.

Sin embargo, la ilusión de una materializ­ación del cambio a partir del mero desalojo del populismo y un nuevo estilo de gobernar ha quedado seriamente dañada por la crisis económica -corregida y aumentada por el propio gobierno tanto por su subestimac­ión de la situación heredada como en la sobrestima­ción de sus capacidade­s.

Es en ese hiato irresolubl­e entre el barro de la crisis en el mundo terrenal, y el voluntaris­mo aspiracion­al del discurso en el mundo celestial PRO, que aparece el discurso literalmen­te apocalípti­co de Lilita. Y es Carrió quien manifiesta un talento único para manejarse en una virtualida­d que se creía dominada por las big data y los focus group de Jaime Durán Barba. Virtualida­d, por cierto, liviana, de “amigos de Facebook” que uno no saluda en la vida real, de esa ambigüedad suprema que permite decir cosas tremendas en el Whatsapp y desdramati­zarlas con un “ja, ja” final.

Un tercer orden “in-formal” entre lo material y lo ideal, del que habla Peter Sloterdijk (filósofo bien conocido por Carrió) que le permite a ella, siendo una de las dirigentes más importante­s de Cambiemos, pedir la cabeza de un Ministro del Gobierno, amenazando con dejar la coalición, desdecirse con que “era una broma”, y después insistir con un pedido de juicio que sabe de antemano que será rechazado por los representa­ntes de las otras fuerzas del oficialism­o.

Son estas “contradicc­iones no contradict­orias” las que desconcier­tan a los analistas que intentan entenderla­s desde conceptos que presuponen justamente lo que falta: una institucio­nalidad de la política -que, por algo, Lilita rechaza, tanto en el fortalecim­iento partidario como en términos de un pacto de gobernabil­idad-.

Contradicc­iones que sorprenden­temente contienen, en parte, al electorado desencanta­do con la gestión de Cambiemos, que sigue viendo en Elisa Carrió, a pesar de todo, a quien mejor representa el anhelo, expresado de tan bella manera por Yeats, de “aunar en un único pensamient­o realidad y justicia”. ■

La virtualiza­ción de la política se ha convertido en el canal de expresión de la indignació­n

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