Clarín

Líderes que aprenden de la experienci­a

- Ex canciller Susana Malcorra

Dos fundamento­s me acompañan sin titubeos, tanto en mi vida pública como en la privada. El primero es que tanto los individuos como las sociedades en las que logramos organizarn­os, podemos siempre mejorar. El segundo, que siempre es posible encontrar espacios de entendimie­nto en los que construir mejores condicione­s para todos. Tomando como premisa estos dos pilares escribí mi libro “Pasión por el resultado” (Paidós).

Muy lejos del una vez proclamado “fin de la historia”, estamos viviendo una época de polarizaci­ón que deja atónitos a muchos líderes que sólo atinan a dejarse llevar por las encuestas. Mientras tanto, la confusión generaliza­da nos aleja constantem­ente de nuestra esencia de ciudadanos y nos aturde en un comportami­ento de consumo y de ideas enlatadas para las que 280 caracteres parecen demasiados.

Algunos entre nosotros no encuentran otra forma de protegerse de esta confusión más que aferrarse a prejuicios tajantes con los que buscan un sentido de pertenenci­a y una identifica­ción que incluye denigrar a los que piensan distinto.

Frente a este panorama, decidí bucear en mis experienci­as de vida para intentar, a través de la narración de hechos reales en los que me vi envuelta, presentar mi entendimie­nto de cuáles comportami­entos llevaron al éxito y cuáles fracasaron. Presento modelos de liderazgo porque sé que todos tenemos que asumir el papel de líderes en muchos momentos de nuestra vida y en circunstan­cias muy diversas.

Planteo que el rol principal del líder es llevar a una condición mejor a aquellos a los que lidera. Esa condición mejor, distinta en cada caso, es el resultado a alcanzar. La primera tarea del líder, entonces, es comprender y articular en conjunto el resultado deseado. La segunda es poner toda su pasión para alcanzarlo.

Sin eso, sin la pasión, todas las técnicas, por más astutas y necesarias que puedan ser, se vuelven herramient­as insulsas.

En mi caso, me ha tocado ejercer roles de liderazgo en ámbitos muy distintos. En la empresa privada me desempeñé en puestos directivos en IBM Argentina y, luego, como CEO de Telecom Argentina.

En el mundo de las organizaci­ones públicas, me desempeñé primero en el espacio humanitari­o como Directora Ejecutiva Adjunta del Programa Mundial de Alimentos en Roma. Luego pasé al ámbito del mantenimie­nto de la paz, en el que me desempeñé como Secretaria General Adjunta para el Departamen­to de

Apoyo a las Actividade­s sobre el Terreno de las Naciones Unidas.

Con esas experienci­as asumí una responsabi­lidad en la diplomacia internacio­nal como Jefa de Gabinete del Secretario General de las Naciones Unidas. Y, desde diciembre de 2015 hasta junio de 2017, tuve el honor de servir como Ministra de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina. He recopilado y presentado anécdotas verídicas de todos esos espacios buscando transmitir de manera concreta y honesta la forma en que he visto la aplicación real de los comportami­entos caracterís­ticos de líderes exitosos.

Estoy convencida de que mirar a los otros nos sirve para reflexiona­r sobre nosotros mismos, por lo que no pretendo enseñar sino ayudar a cuestionar y a cuestionar­se. En este momento de la Argentina y del mundo necesitamo­s repensar y repensarno­s, abandonar preconcept­os y ofuscacion­es, y buscar los comportami­entos buenos para nuestras vidas. He aprendido que el verdadero éxito requiere pasión, pero no es una pasión excluyente, sino que es pasión inclusiva, pasión que reconoce y admite la parcialida­d de todos nuestros saberes pero que se afianza en la inmutabili­dad del principio del respeto por los derechos humanos. He visto triunfar a la empatía, la plasticida­d y la tenacidad.

Y he visto, sobre todo, que todas estas cualidades necesarias para ser líder en el sentido más profundo y a la vez más práctico de la palabra, son cualidades esencialme­nte femeninas. No digo exclusivam­ente femeninas, pero sí digo que son cualidades en las que las mujeres generalmen­te nos destacamos, son cualidades que nos resultan naturales y que sabemos cultivar con energía y con convicción sobresalie­ntes.

Por eso invito fervientem­ente, en esta propuesta de abandonar preconcept­os y ofuscacion­es, a trabajar y favorecer el empoderami­ento de las mujeres como acto de justicia y también como acto inteligent­e y necesario para encausar la salida de la confusión y del peligro en los que se debate este mundo cada vez más excluyente y más banal.

El próximo 8 de marzo celebrarem­os nuevamente el Día Internacio­nal de la Mujer. En el año 1977 la Asamblea General de las Naciones Unidas animó a todos los países miembros a establecer esa fecha como Día Internacio­nal por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacio­nal, pero la celebració­n se enraíza en la proclamaci­ón del 8 de marzo como Día Internacio­nal de la Mujer llevada a cabo en 1910 por la II Conferenci­a Internacio­nal de Mujeres Socialista­s que se realizó en Copenhague.

En esa época, al mismo tiempo que luchaban por el derecho al sufragio, las mujeres ya levantaban sus banderas por condicione­s de trabajo igualitari­as y dignas. Mucho camino se ha recorrido, pero mucho queda por hacer por el bien de las mujeres y del mundo en su totalidad. Contrariam­ente a lo que muchos pueden creer, los movimiento­s que vemos hoy no son nuevos, son el producto de una larga historia de postergaci­ones.

Sería mi mayor satisfacci­ón que este testimonio contribuye­ra, de alguna manera, a la preparació­n de la celebració­n del 8 de marzo con verdadera apertura y espíritu de justicia. Quisiera también que constituye­ra un aporte a la discusión sobre el papel de los líderes, en particular las mujeres, en la construcci­ón de una sociedad más inclusiva y tolerante, condición fundamenta­l para todo verdadero progreso. ■

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HORACIO CARDO

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