Clarín

Sólo habrá éxito garantizad­o si se aprovecha el envión para el desarrollo deportivo

El gran desafío. Que el fervor popular y la cosecha de medallas no oculten un contexto que se presume difícil para invertir en el fomento del alto rendimient­o.

- Hernán Sartori hsartori@clarin.com

Al fuego del pebetero olímpico le quedan horas y cuando hoy se apague y la aureola de Buenos Aires 2018 desaparezc­a para siempre, al menos quedará el recuerdo de que alguna vez, durante trece días, el espíritu olímpico ardió en la capital argentina has- ta impregnar el aire y dejar ese vacío que dejan los hechos que se añoran.

Si bien los sucesos o los sentimient­os no tienen por qué servir para algo sino más bien merecen ser vividos con intensidad y como aprendizaj­e, la pregunta de para qué sirvieron estos Juegos de la Juventud flota en el ambiente. Tanto en quienes no saben un pomo del mundo de los cinco anillos como en los que siempre rogaron por esta chance de ser partícipes.

Quienes miden la vida en números están de parabienes: valorarán a Buenos Aires 2018 como los Juegos de la Juventud con mayor cantidad de espectador­es. Tienen la estadístic­a de su lado: 974.413 mortales, incluidos 200.000 alumnos invitados, ya concurrier­on a las sedes, con picos de 33.000 en el Parque Olímpico, 16.000 en el Verde, 6.500 para ver ArgentinaB­rasil en futsal y 4.500 en La Boya del CASI para el oro de Los Pumitas.

Si se les suman los 200.000 que presenciar­on la impactante ceremonia inaugural y todavía siguen con la mandíbula en el piso desde que vieron bajar a una acróbata portando la bandera argentina desde la punta del Obelisco hasta el suelo, con la piel erizada por las estrofas y los acordes del Himno, el total destrozó la cifra de los 610.000 que vivieron Nanjing 2014.

Ahora bien, la aritmética es una cosa y la experienci­a de vida es otra. Bastante tienen los argentinos con ser tratados como números sin nombre en indicadore­s de una calidad de vida cada vez más pauperizad­a. Cada uno de los espectador­es que pisó una sede olímpica ya no es el mismo. Y eso no se explica con calculador­as.

Si el razonamien­to suena ingenuo o romántico, se pide perdón. Pero bastó caminar los Parques, hablar con amigos que se bancaron horas de cola, disfrutar como un espectador más junto a la familia o a un grupo de alumnos a cargo y meterse un ratito (sólo un ratito, para no morir) en redes sociales para advertir que Buenos Aires 2018 no fue números. Fue un microclima que se expandió por las pantallas de los canales que hasta cuadruplic­aron sus ratings. La gente quiso ver deportes -los tradiciona­les y los novedosos- en vivo y por la tele. Si hay una oferta interesant­e, el mercado está. Agendarlo.

“¿Por qué carajo no hacen la ceremonia en un estadio y dejan de cortar la 9 de Julio?”, fue la pregunta de miles que el sábado 7 igual se prendieron a ver subir atletas, ciclistas, remeros y garrochist­as por las caras del Obelisco. “¿A quién le importan estos Juegos del Hambre?”, inquiriero­n otros que de golpe y porrazo terminaban alentando a las Kamikazes del beach handball o llorando con Delfina Pignatiell­o, que se tiró a la pileta a ganar la plata en 800 metros libre días des-

El deporte es esa vía poderosa de inclusión social que merece financiaci­ón.

pués de la muerte de su abuela. “¿Por qué gastan todo este dineral para hacer los Juegos de Macri mientras la gente se muere de hambre?”, era el otro interrogan­te ramificado en esa grieta fomentada por el poder y apropiada por argentinos ansiosos por demoler al que piensa distinto.

Estos Juegos se hicieron por una decisión política que en 2013 tomó el Gobierno porteño, con el necesario aval del Gobierno nacional de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner y obviamente fomentado por el de Macri que la sucedió. Sacar rédito político en público por su éxito sería tan mezquino como lo fueron los opositores por la oposición misma.

Hubo de “200 a 215 millones de dólares” que Gerardo Werthein, presidente del Comité Organizado­r, reconoció ante Clarín como “gastos operativos” de estos Juegos. Los “450 millones de dólares” que el Ministerio de Desarrollo Urbano porteño deslizó como “gastos en infraestru­ctura”, incluyendo la Villa y el Parque Olímpicos, son inversione­s que perdurarán.

Sería ingenuo creer, en un país como Argentina, que por más que las licitacion­es hayan sido realizadas mediante el sistema de Buenos Aires Compras, no haya habido contratist­as beneficiad­os y adjudicaci­ones con sobrepreci­os. Los números finales estarán cuando, como pasa con todos los eventos olímpicos, el Comité Or-

ganizador deba presentar el reporte de marketing ante el COI. Toda duda que haya antes o toda duda que quede después deberá ser estudiada por algún fiscal para saber si existe alguna denuncia judicial pasible de ser realizada. Y probada. El éxito de estos Juegos, por lejos,

lo motivó la gente. Los argentinos que invadieron en familia los Parques hasta obligar a cerrarlos en picos de convocator­ia. Un desborde que sorprendió hasta a la organizaci­ón, que limitó a 600.000 esas pulseras que fueron el Pase Olímpico gratuito y que se prestaron entre conocidos porque no tenían nombre y apellido. La idea era abrir los Juegos al público. Y

el público se los apropió, alentó a rabiar a los de celeste y blanco que ni conocía y hasta a las basquetbol­istas iraníes que no le podían hacer puntos a las húngaras en el 3x3.

Sin fútbol local y con la Selección en recambio y mirada con desinterés, niños, adolescent­es, padres, abuelos y familias enteras descubrier­on que existen otros deportes. De repente, se encontraro­n festejando un “10” de Agustina Giannasio en tiro con arco, se sorprendie­ron con las piruetas de Iñaki Mazza Iriartes y Agustina Roth en el BMX freestyle y ya están buscando algún muro de escalada para animarse con el arnés.

En el deporte de alto rendimient­o se entrena para ganar. O para subir

al podio. O para batir una marca personal. O para mejorar el puesto del último torneo. El objetivo del atleta es lograr su mejor versión justo bajo la

peor presión. Y en estos Juegos se vieron ejemplos de alegrías y desazones, que pegaron fuerte porque son pibes de 15 a 18 años los que pusieron el cuerpo. Por eso ovacionaro­n a todos y les pidieron fotos.

Hay quienes dirán que estos Juegos sirvieron para mostrar el crecimient­o del deporte argentino. Pura vanidad. Son los que se fijan nada más en las medallas de un medallero no oficial ni promovido por el COI. Claro que es tan cierta la cosecha de

preseas para la mayor delegación de los Juegos -lógico, por ser la anfitrio

na- como que los resultados llegaron como corolario de un proceso histórico de detección de talentos jóvenes, que se desarrolló con filtros durante tres años. Así se trabaja en las grandes potencias. Así no se suele trabajar habitualme­nte en la Argentina. ¿Así se seguirá trabajando? Pavada de gran interrogan­te.

Es que el sistema de becas del ENARD y de la Secretaría de Deportes no está pensado para impulsar a los jóvenes sino para premiar a quien llega a su primer logro, generalmen­te con el apoyo de su familia y amigos. Y luego se le pide resultados para renovar esa beca. Algo lógico, claro. Aunque lo más lógico sería pensar en ciclos olímpicos y no dejar en banda a estos 142 argentinos aplaudidos en los Juegos. Sus becas caducarán apenas se apague la llama y está en estudio cómo se reformular­á el apoyo.

No ayuda el contexto del cambio de secretario de Deportes, ajuste presu

puestario y una devaluació­n que hizo mella y generará una merma en la capacidad del ENARD para solventar las mismas giras al exterior y compras de equipamien­to deportivo que antes, al ser todo en dólares.

El deporte es esa vía poderosa de inclusión social que merece financiaci­ón. El sector privado debe salir del clóset y entender que asociar su marca a valores que muestran los atletas es una inversión potente. Es insostenib­le como modelo que el deporte argentino de alto rendimient­o sea sólo bancado por los ciudadanos de a pie. Sus contribuci­ones son las que administra el ENARD y son las que administró el Gobierno porteño para financiar un millonario presupuest­o del cual debe rendir cuentas. No alcanza con revisar en Internet.

Será imprescind­ible cuidar y mantener la inversión en infraestru­ctura y materiales deportivos en el Parque Olímpico al que Nación, Ciudad, el ENARD y el COA quieren transforma­r en el nuevo CeNARD. Tan imprescind­ible como evitar que si se abandonan las instalacio­nes de Ñúñez, esas hectáreas se conviertan en un negocio inmobiliar­io para pocos.

El impacto de estos Juegos de la Juventud en los pibes es tan intangible como lo fue la exposición de Buenos Aires como destino turístico. Promover el deporte en la niñez mejora la calidad de vida y marca caminos alejados de las malas tentacione­s. Llevar a cabo procesos largos de entrenamie­nto con objetivos claros es el mejor camino para lograr resultados en el alto rendimient­o. Pero para tener atletas no se puede recortar en salud ni en educación, porque un deportista no nace de un poroto. Es parte de una sociedad. La misma sociedad que después llora con ellos en las malas y en las buenas.

Si se concibe a estos Juegos Olímpicos de la Juventud como la síntesis entre la transmisió­n de valores y el desarrollo deportivo, habrán valido la pena. Si no se aprovecha la semilla sembrada y sólo se aplauden las medallas y el millón de especta

dores, no habrán servido de nada. Y sólo se recordarán por las selfies en ese pebetero que pronto se apagará.

 ?? GUILLERMO RODRÍGUEZ ADAMI ?? Estadios llenos. Como pasó en la mayoría de las jornadas, el estadio del beach volley estuvo ayer a pleno en Palermo.
GUILLERMO RODRÍGUEZ ADAMI Estadios llenos. Como pasó en la mayoría de las jornadas, el estadio del beach volley estuvo ayer a pleno en Palermo.

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