Clarín

La salud de los enfermos

Protagoniz­ada por Griselda Siciliani, la serie se enfoca en pacientes terminales y en sus arrabales.

- Silvina Lamazares slamazares@clarin.com

Si bien ya no corre eso de “qué tarde lo pusieron”, porque los nuevos modos de ver televisión permiten -casi siempre- que el programa empiece cuando uno quiera, el horario de las 23.30 que decidió Telefe le sienta muy bien a Morir de amor. La serie -estrenada ayer, y también disponible en Flow, completa, desde hoy- no marida con las distraccio­nes de la cena. Requiere serenidad y atención. Y, luego, claro, hay premio. Al menos lo hubo en el primero de los 12 episodios.

“Qué lejos estamos y qué lejos te siento. De sólo pensar que tal vez ya no te vea se me paraliza el cuerpo. Tal vez para morirme te necesito lejos...”, se oye desde una voz femenina en off, mientras la cámara enfoca el manuscrito, desgarrado­r, que al mismo tiempo se funde con una gélida postal de una base antártica. Así arranca esta potente ficción protagoniz­ada por Griselda Siciliani, que se anima a nadar, y a bucear, en otras aguas. No hay restos de Mara, de Nina, ni de Debi, algunas de sus criaturas de comedia. Ni siquiera de Virginia San Juan, la hermana que le tocó componer en Para vestir santos, el unitario de Pol-ka del 2010. Aquí se despoja, toca otra cuerda y hace propio el dramatismo que parecía serle ajeno.

Y eso que Siciliani hace como actriz, en una suerte de paralelo conceptual también es aplicable a Helena, la abogada de una prepaga que aprueba o no tratamient­os de pacientes terminales: apenas comienza la historia, le detectan una grave enfermedad. “Ni me hables porque ya sé todo lo que viene. Me lo sé de memoria (…) El castigo cae sobre todos”, le dice a su médico, pura frialdad.

Escrita por Sebastián y Federico Rotstein, la serie une las piezas clave de este relato: Helena (Siciliani) y Juan Deseado Molina, el hombre que estaba en la Base Antártica San Martín y no pudo volver cuando su mujer (la de la voz en off) empeoró. Ocho meses después, se los ve como un viudo que tramita el cobro del seguro y como su interlocut­ora, que lucha por derribar oscuros intereses. ¿Piensa sólo en los pacientes o tiene la capacidad de disociarse e imaginarse también del otro lado? Para que se vea lo que ella no muestra, entra en escena la mirada de Anahí Berneri, una directora moldeada en el cine que supo convertir el dolor en poesía. Hay belleza en cómo se cuenta la pena, la muerte, la desolación. La cámara va a lugares tan reales como mágicos, como cuando Juan se cuela en la vida de Alcira (la paciente que interpreta Nacha Guevara, primera invitada especial del ciclo) para acompañarl­a hasta su muerte.

Con un trazado emocional que promete desnudar la vulnerabil­idad de Helena, Morir de amor lleva al espectador a ser testigo voluntario de la salud de los enfermos. ■

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Nuevo look. Nuevo registro: Siciliani se pone en la piel de Helena.

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