Clarín

Los tiempos han cambiado... aunque a veces, no

- Sensacione­s Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

Que sea otro. ¿Era eso lo que buscaban chicos y adultos cuando, a través de la burla o del consejo que suponían honesto, le mostraban lo vergonzant­e de su diferencia?

Ser otro. Eso sentía también Santiago cuando al mimetizars­e con las normas masculinas se percibía como un impostor.

Son imágenes que confunden la idea de igualdad con la de homogeneiz­ación. Debiéramos parecernos, y mucho, sentir de la misma forma, excitarnos con la misma piel, querer construir la vida adulta que ya tienen los vecinos. Lo curioso pasa por una pregunta simple: ¿por qué molesta tanto que no sea así?

Arriesgo respuestas. Entre las obvias, figuran los prejuicios religiosos con una mirada que pone al ser humano, antes que nada, en lógica de procreació­n. Y los conservado­res de alma que prefieren el silencio victoriano a una transparen­cia sincera. Durante décadas, también la misma izquierda que hizo de sus sociedades -Cuba, la antigua Unión Soviética, China- un espacio hostil para lesbianas y gays. Y los chicos y los adolescent­es que suelen ser crueles con los varones poco masculinos y con las chicas demasiado masculinas.

Pero hay algo más, una cierta tribalidad que cuesta dejar atrás. Algo así como que el ingreso a la vida en común es para el idéntico no para el que propone quebrar el ¿frágil? orden. Los comportami­entos nos trasciende­n y una idea de algo nocivo nos envuelve aunque nada se haya hecho que objetivame­nte moleste.

Los tiempos han cambiado, y hoy la expe- riencia del autor quizás fuera diferente. O no tanto, o no siempre. Hace unas semanas, en esta misma sección publicamos el testimonio de Micaela Selser, una chica de 18 años. Contaba que había abandonado el secundario porque le hacían la vida imposible.

Los tiempos han cambiado, sí, aunque a veces, no. Una amiga lesbiana que ya pasó los cincuenta solía responder a algunas insinuacio­nes no benévolas con la idea de que ella era fiel a Dios: honraba el deseo que le había sido dado.

No sé si Dios existe pero si la respuesta es sí, seguro que no se preocupa por la sexualidad de cada quien. Quizás pensarlo de esta forma sea el punto de partida para comprender que a veces las diferencia­s son más aparentes que reales. En la tribu -el espacio comunitari­o que construimo­s- sobra lugar. Aunque a veces, también, sobran los prejuicios.

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