También nos hemos vuelto de pocas pulgas
Tuve que encarar una nueva charla con mi perra Lola y tus pulgas, perrita. Con estos calores proliferan y vos y yo somos ya gentes de pocas pulgas. Nadie se aguanta pulgas en el cuerpo, por pocas que sean. En vos lo solucionan una pastilla y unos buenos baños. Los humanos, perrita, somos diferentes. Dicen que los que tenemos pocas pulgas lo somos porque tenemos cada vez menos paciencia con las gentes y las cosas. No es tan así: sucede que hemos desarrollado cierta resistencia a la tolerancia tonta, que no es lo mismo.
El drama, Lola, no somos quienes tenemos pocas pulgas, sino la gente pulgosa. Los que desarrollan esa extraña habilidad de joderte la paciencia, la buena voluntad, los sueños, la tranquilidad y las esperanzas. Los hay de variados tipos y actitudes: gente que cree estar de vuelta sin haber ido nunca a ningún lado, mediocres inconscientes de sus carencias, pedantes de verbo inflamado, coimeros que se creen patriotas, presumidos por despertar cada mañana, ostentosos a todo volumen, bo- nitos con espejo propio, lectores de ningún libro… La lista es larga, Lola, pero ya bostezás.
Cualquiera pierde la paciencia ante tal energúmeno; hasta vos te has ido a los garrones de uno, no lo niegues. Es entonces cuando te dicen que tenés pocas pulgas y te hacen víctima y culpable al mismo tiempo; incluso dicen que somos gente tóxica, Lola, las estupideces que hay que escuchar. En estos tiempos inquietantes de autorreferencia e influencers, en el que una selfie vale más que una idea, esa es la hipocresía de los pulgosos, perrita. Así que no gruñas: contra ellos no hay química que valga. Y no te rasques, que me pica a mí.