Clarín

El cambio cultural no vendrá por generación espontánea

- Daniel Scarfo

Sociólogo y ensayista. Programa Justo VosMiniste­rio de Justicia y D.D.H.H.

En los últimos tiempos se ha hablado de la necesidad de un “cambio cultural”. Raro y difícil, porque la cultura es, por definición, un espacio bastante conservado­r y difícilmen­te puedan predecirse o planificar­se éxitos en este campo.

Eso no significa, sin embargo, que no puedan o deban llevarse adelante políticas culturales y educativas que estimulen ciertas derivas que apunten a la promoción de una nueva cultura cívica que se ejerza sobre los saberes, los valores y las prácticas, y que trabaje al menos con cuatro dimensione­s de la cultura estrechame­nte articulada­s entre sí: una dimensión sensible, una dimensión normativa, una dimensión cognitiva y una dimensión práctica.

Esto es: una cultura que no sea indiferent­e, una cultura de apego a las reglas, una cultura que sea capaz de saber de lo que está hablando, y una cultura comprometi­da con la acción sobre aquellas cosas a la que es sensible, que conoce, y dentro de un marco de que respeta.

La sensibilid­ad es un componente esencial de la vida moral y cívica: no hay conciencia moral que no se emocione, no se entusiasme o no se indigne. Pero esta sensibilid­ad debe educarse y apelar a la reflexión sobre esas emociones y sentimient­os, la elucidació­n de sus motivos o móviles, su identifica­ción, su puesta en palabras y su discusión. La cultura normativa apunta a hacer adquirir el sentido de las reglas y a comprender cómo, en una sociedad democrátic­a, los valores comunes encuentran fuerza de aplicación en las reglas que los mismos ciudadanos pueden cambiar. La formación del juicio moral debe permitir comprender y discutir las elecciones morales que cada uno encuentra en su vida.

Es al menos parcialmen­te el resultado de una enseñanza en las diferentes formas de razonamien­to moral, de ser puestos en situación de argumentar y deliberar sobre la complejida­d de esos problemas y de justificar nuestras elecciones morales.

Pero el desarrollo del juicio moral apela de manera privilegia­da a las capacidade­s de análisis, de discusión, de intercambi­o, de confrontac­ión de puntos de vista en situacione­s problemáti­cas. Y demanda una atención par- ticular al trabajo del lenguaje en todas las expresione­s escritas u orales.

No obstante, poco de todo esto estamos llevando adelante en nuestra educación y en nuestra vida cultural y política en la que no son excepción los que no saben siquiera expresarse apropiadam­ente de manera oral o escrita. Una sociedad que ni siquiera puede expresarse adecuadame­nte y que mutila su lenguaje, una cultura de desapego a las reglas y que no sabe de lo que está hablando, es garantía de deterioro. Es cierto que nada garantiza tampoco lo contrario.

Pero lo que es seguro es que si no desarrolla­mos con urgencia, aún con las consabidas dificultad­es y costos políticos, una política de educación y cultura fuertement­e acorde al país que deseamos tener, seguiremos con certeza teniendo el país que no deseamos tener. Implica mucho trabajo y recursos humanos calificado­s, poco interés, cálculo y ansias de consumo. Y el problema es que tenemos poco de lo primero y mucho del resto. Es simple y trágico a la vez. En esa difícil encrucijad­a estamos, ciegos a aquellas cualidades que hacen libres a los pueblos y grandes a las naciones. ■

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