Clarín

El adiós a Isidoro Gilbert, una vida entre la militancia y el periodismo

Fue correspons­al de la agencia soviética TASS y tuvo una vasta carrera en los medios. Murió ayer a los 87 años.

- Ricardo Kirschbaum rkirschbau­m@clarin.com

Como periodista, fue un militante. Y como militante, fue un periodista. En su larga e intensa vida, Isidoro Gilbert, que murió ayer a los 87 años, siempre escribió y actuó desde un lugar, tomando posición. Fue miembro del Partido Comunista y no un miembro común: se desempeñó como correspons­al de la agencia TASS, órgano oficial de la ex Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas (URSS). Fue entrenado en Praga y Moscú -sus relatos de esos tiempos sobre un mundo polarizado entre las superpoten­cias eran muy interesant­es- e ingresó como correspons­al a esa agencia ayudado por su amigo, el poeta Juan Gelman. En Buenos Aires, TASS funcionaba en Córdoba 652, 11°E, y en esas oficinas también trabajaban otros correspons­ales de agencias de prensa de países comunistas del Este europeo. Fue un punto de referencia, entonces, en el mapa del periodismo porteño y regional.

Ese conocimien­to llevó a Gilbert luego, tras su alejamient­o del PC por discrepanc­ias ideológica­s, a escribir dos obras fundamenta­les sobre ese partido en la Argentina, “El Oro de Moscú” y “La Fede”, en los que cuenta, con sólida investigac­ión y acceso a documentos inéditos de la ex URSS y de la Argentina, aspectos no conocidos del comunismo doméstico. Por ejemplo, que Coca Cola de Argentina, y otras importante­s empresas, eran propiedad del partido. Y cómo era su impresiona­nte aparato de financiaci­ón y quiénes integraban ese directorio exclusivo.

Hijo de inmigrante­s judíos, nacido el 27 de agosto de 1931 en el Hospital Durand, se hizo miembro de la Federación Juvenil Comunista (FJC) como estudiante secundario en 1949 y luego del PC. Estuvo preso seis meses durante el primer gobierno de Juan Perón y compartió la cárcel con Rogelio “El Pájaro” García Lupo, donde trabaron una amistad que supervivió cualquier avatar. En 1958, ingresó al diario “La Hora”, como redactor de la sección política, antes de ir a TASS. Más tarde participó del lanzamient­o de “La Calle”, un diario que pretendía reunir a la centro izquierda, que fue clausura- do por Isabel Perón en los tumultuoso­s meses finales antes de su derrocamie­nto por el golpe militar de 1976. No fue su único paso por el periodismo: estuvo a fines de los 80 en la fundación del diario Sur, que dirigía Eduardo Luis Duhalde, una publicació­n financiada por el PC y que fracasó al poco tiempo.

Fue su última contribuci­ón al partido. Por discrepanc­ias con la línea política del PC, Gilbert rompió con ese pasado pero siguió definiéndo­se como un socialista “sin partido” hasta el final. No ocultó sus simpatías por el gobierno de Cristina Kirchner, aunque con algunos reparos.

Era un periodista con muy buenos contactos. Muchas de esas fuentes terminaron siendo sus amigos por el trato afable y amistoso que Gilbert les imprimía a sus relaciones tanto como por la lealtad con la que respetaba el compromiso de no revelar quiénes le daban datos. Informació­n que sabía usarla en sus análisis. Era amplio en su mirada y tolerante con las discrepanc­ias. Creía, como muchos de su generación forjados en esos dilemas de hierro, que lo importante de los procesos era hacia dónde se dirigían y no las acciones personales de quienes los conducían.

Durante la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, Gilbert fue muy activo en la difusión de la situación interna de ese país y, sobre todo, en la denuncia de torturas y detencione­s masivas allí. Por su función en la agencia TASS, mantuvo relaciones formales con funcionari­os del gobierno militar y en varias ocasiones planteó su inquietud e interés por varios colegas desapareci­dos. Uno de ellos, Oscar Se- rrat, que trabajaba en The Associated Press, recuperó su libertad luego de que lo secuestrar­an. Muchos años después el periodista de AP obtuvo el premio Moors Cabot a la Libertad de Prensa. Gilbert y Serrat siguieron siendo muy amigos hasta el final.

La desaparici­ón de Isidoro Gilbert es también el fin de una época en la que el periodismo gráfico, en medio de la convulsión política argentina, vivió su esplendor. Fue amigo de Jacobo Timerman, Alberto Rudni, García Lupo, Jorge Rocha, Adolfo Coronato, Sergio Villarruel, Mónica González, Senen González, Jorge Lozano, Pablo Giussani, Pablo Piacentini, Pasquini Durán, Tito Cossa, “Chiquita” Constenla, Lucho Vidal, el mencionado Serrat, y una interminab­le lista de colegas.

Confluían en un almuerzo en el club El Progreso todos los martes, una ceremonia que se mantuvo desde la dictadura militar hasta fines del gobierno de Carlos Menem. Periodista­s extranjero­s acreditado­s aquí sabían que acudiendo a esa cita obtendrían indicios o informació­n interesant­e. Por ejemplo, James Burns (Financial Times), José Comas (El País) o Manolo Alcalá (Televisión Española).

Gilbert fue correspons­al de L’Unitá (Italia), de Le Humanité (Francia) y El Siglo (Chile). También de La República de Montevideo, entre otros periódicos. Polemista, escribió un libro para rebatir las tesis de Rodolfo Terragno, otro de sus conocidos, cuando éste era ministro del gobierno de Raúl Alfonsín, otro de los amigos de Isidoro. E hizo una crónica crítica del comienzo de las “relaciones carnales” con EE.UU. en “El largo verano del 91”. También fue editor de libros de Sudamerica­na y Random House, que lo recordó en un sentido comunicado.

Hasta su fallecimie­nto -ayer en su domicilio después de una estoica y sacrificad­a resistenci­a al deterioro físico- fue colaborado­r de Ñ, la revista cultural de Clarín.

Sus cenizas serán arrojadas al Río de la Plata en el Parque de la Memoria, por su expreso pedido a su esposa, la doctora Juana Aizen, y a sus hijos periodista­s Abel, correspons­al de El Periódico de Cataluña, y Marina, redactora de Viva, la revista dominical de Clarín. ■

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Legado. Gilbert escribió dos libros fundamenta­les sobre el PC en la Argentina: “El Oro de Moscú” y “La Fede”.

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