Ángel Sosa
Mozo del Tortoni
Cortado para la uno
Es el decano del tradicional café de la Avenida de Mayo, que celebra 160 años. Ángel lleva 41 como empleado. Nacido en Saladas, pago del Sargento Cabral, comenzó en el mostrador y terminó con la bandeja.
Todo lugar mítico tiene un misterio. El del Café Tortoni es la fecha exacta de su inauguración. Se sabe que ocurrió en algún momento de 1858, hace 160 años, cuando el francés Jean Touan se inspiró en un local del mismo nombre, muy reconocido en el París de finales del siglo XVIII, mientras un tal Napoleón Bonaparte acariciaba su sueño de emperador.
En sus primeros tiempos, el Tortoni porteño quedaba en la esquina de Rivadavia y Esmeralda. Años des- pués, un yerno de la esposa de Touan, el vasco francés Celestino Curutchet, lo mudó a un lugar cercano sobre Rivadavia. El 9 de julio de 1894 se inauguró la Avenida de Mayo -que también aludía a París, pero esta vez a la del Segundo Imperio y los proyectos urbanísticos del barón GeorgesEugène Haussmann- y, meses después, Curutchet estableció la hoy ya clásica puerta en el 825 de la Avenida. Fue un 26 de octubre y por eso tal día quedó como el “cumpleaños” oficial del café más tradicional de este lado del Plata. Es también el Día de los Cafés Notables de la Ciudad.
Mañana, por lo tanto, el Tortoni celebra sus 160 años, en el día exacto en que se cumplen 124 años de su apertura a la Avenida de Mayo. El festejo incluye una cata de café, la entrega de un diploma especial por parte del área de Patrimonio de la Ciudad, eventos de tango y la realización del festival FECA de café durante todo el fin de semana.
A lo largo de su historia, el lugar mantuvo tradiciones como la leche merengada o el clásico chocolate en jarra de bronce con churros, que sirven sobre todo en las fechas patrias. En sus salas se realizan eventos de música (tango y jazz principalmente), poesía, exposiciones y conferencias. Se incorporaron novedades a demanda del público, como la limonada, el té en hebras o el “arte del latte” para sus cortados. También, empanadas y una tienda de souvenirs a pedido de los turistas.
Sin embargo, mantiene la tradición. “El Tortoni es lo que es por las cosas que pasaron acá adentro y en ningún otro lugar”, comenta el gerente, Nicolás Prado. “Es un pedazo de historia. El otro día hicimos una actividad celebrando a Mar del Plata. Cuando se fundó aquella ciudad, este café ya tenía 16 años”, añade.
Con su vista privilegiada sobre la Avenida, el Tortoni fue testigo de importantes acontecimientos históricos y culturales. Desde los festejos en la calle por el fin de la Primera Guerra Mundial en noviembre de 1918 (se cuenta que Curutchet invitó a todos los comensales) hasta la peña fundada por el pintor Benito Quinquela Martín (que incluía a Alfonsina Storni, Baldomero Fernández Moreno y Jorge Luis Borges, entre otros), la presencia del icónico Carlos Gardel y, más tarde, nuevos grupos de escritores como Abelardo Castillo o Ricardo Piglia. Hoy, en su puerta, allí al lado de la boca de la estación Piedras del subte A, hacen cola turistas y locales para ocupar una de sus mesas.
Entre esas mesas camina, desde hace 41 años, Ángel Sosa, el mozo más antiguo del Tortoni. “Entré por un amigo del hotel donde paraba y nunca más me fui”, dice, con una sonrisa tímida y amable a la vez. Fue un 12 de enero de 1977: Ángel había llegado de Saladas, provincia de Corrientes, vivía en la esquina de Venezuela y Entre Ríos y buscaba trabajo. Arrancó en el mostrador y tiempo después siguió bandeja en mano.
Por aquellos meses, Ángel estaba
Su creador se inspiró en un bar de París, que tenía el mismo nombre y abrió a fines del siglo XVIII.
de novio con Clara, llegada de Misiones. Tres días después de que él se empleara en el Tortoni, se fueron a vivir juntos. Hoy tienen cuatro hijos -tres varones y la menor, de 18 años- y dos nietos. Trabajo y familia fueron de la mano todos estos años.
Con el tiempo, aprendió a decodificar los gestos y la pronunciación de los turistas. Pero además, los dedos de las manos no le alcanzan a Ángel para mencionar la cantidad de artistas y poetas a los que atendió. “Tuve la suerte de servirle un té a Borges, mientras lo entrevistaba un periodista, allá por el año 77 o 78”, recuerda. También rememora el día en que llegó el recordado actor Vittorio Gassman, de visita en Buenos Aires. “En aquella época no había celulares. Hoy cualquiera tiene uno y saca una foto”, dice. Por el contrario, Ángel guarda aquellas imágenes en su envidiable memoria de mozo. Más cerca en el tiempo, Francis Ford Coppola y Robert Duvall también se encontraron entre sus clientes.
Más de cuatro décadas después de aquel primer día en que, jovencito, entró al café con ganas de trabajar y planes de formar una familia, Ángel no piensa en el retiro inmediato. Sí en uno o dos años más, cuando con su mujer termine de construir una casita en Posadas. “Está en un hermoso lugar, cerca de la costanera”, cuenta. Entonces, regresará a la tranquilidad del río, tras haber pasado buena parte de su vida en uno de los lugares más emblemáticos del paisaje porteño. ■