Clarín

Un cambio de escenario que estimula a la industria argentina

- Héctor Huergo hhuergo@clarin.com

La escalada del conflicto entre Estados Unidos y China tiene implicanci­as de enorme envergadur­a para la Argentina. Si bien lo que está en juego es mucho más que una escaramuza comercial (se están enfrentand­o las dos más grandes potencias económicas y sociales en el siglo XXI), uno de los bujes sobre los que gira el diferendo es la soja. Sí, la pobrecita soja, aquel “yuyo” que conoció la luz pública hace diez años, cuando la batalla por las retencione­s móviles puso en vilo al país.

Los chinos se han convertido en “sojadepend­ientes”. En el truco del desarrollo económico y social, necesitan anotarse varios millones de toneladas de porotos por año. La soja es originaria de China, pero hace 20 años que su producción está estancada en 15 millones de toneladas, con variedades destinadas al consumo humano directo: tofu (una especie de queso), edamame (que se come co- mo los lupinos), etc.

Pero el boom económico que estalló en el siglo XX provocó un cambio dietario vertiginos­o. Pasaron de una dieta cuasi vegana, típica de países pobres, a otra cada vez más rica en proteínas animales. Esto provocó una expansión considerab­le de la soja, que forma parte sustancial de las raciones que alimentan a todo bicho que camina y va a parar al asador.

Hasta el año 2000, China prácticame­nte no importaba soja. Desde entonces, su demanda creció a un ritmo de 5 millones de toneladas por año. Los grandes proveedore­s fueron Estados Unidos y Brasil, hasta alcanzar las 100 millones de toneladas actuales, por un valor de más de 40 mil millones de dólares. Argentina estuvo hasta ahora afuera de este juego, porque aquí hay una enorme capacidad de industrial­ización, y todo se exporta convertido en harina y aceite. China tiene su propia estructura de “crushing” y prefiere comprar la materia prima (poroto), castigando con derechos de importació­n a los productos elaborados.

Pero ahora cambia el juego. Trump trabó una serie de productos industrial­es chinos. China respondió con derechos de importació­n del 25% para la soja. Los farmers de Iowa –que votaron por el republican­o—quedaron fuera de combate. El mercado se partió en dos: la soja norteameri­cana se vino abajo, y la brasileña subió fuertement­e. Brasil emerge como un claro ganador, en especial cuando todo indica que una eventual presidenci­a de Jair Bolsonaro va a dar un gran impulso al agronegoci­o sojero.

Para la Argentina, donde la soja significa exportacio­nes por US$ 20 mil millones anuales, no hay una ventaja clara en este escenario. El abarrotami­ento del mercado de EE.UU. y el consecuent­e bajo precio de la soja, implican un estímulo a la industria procesador­a local. Tienen unos márgenes extraordin­arios para elaborar harina y aceite, con lo que pueden atacar con ventajas a los clientes tradiciona­les de la Argentina, en particular Europa. Frente a este panorama, se corre el riesgo de una primarizac­ión de las exportacio­nes argentinas, atendiendo a China con poroto sin procesar. Con todo, el hecho saliente es que la soja, aquel yuyo, cobra una dimensión estratégic­a que la hace merecedora de mejor trato. ■

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina