Clarín

La educación, ¿prioridad nacional?

- Manuel Alvarez-Trongé Presidente Educar2050

Aveces los argentinos no queremos escuchar la verdad porque no queremos que nuestras ilusiones se vean destruidas. Esta es una frase adaptada del genial Friederich Nietzsche, quien no la dirigió a los argentinos, sino a la gente en general que tiene la tendencia a autoengaña­rse en aras de no destruir sus creencias.

Lamentable­mente, hoy nos está sucediendo eso a los ciudadanos de esta República. Pese a que los datos nos indican que más del 60% de aquellos que comenzaron su educación obligatori­a no la terminan y que entre aquellos que sí la terminan, siete de cada diez no reúnen los conocimien­tos básicos, nuestra ilusión es que nuestros hijos aprenden y están siendo bien educados. Por lo menos, más del 80 % de los padres responde de este modo.

La delicada situación que vivimos no conoce de diferencia­s sociales; afecta a todos: en los niveles socioeconó­micos más bajos la debacle es más notoria, seis de cada diez no comprenden lo que leen pero los niveles más altos tienen también un problema mayúsculo ya que los resultados de las escuelas de mayor calidad del país se ubican por debajo de las peores escuelas del mundo desarrolla­do (un alumno de las escuelas de elite argentinas está en el nivel de las peores de Europa y muy por debajo de las escuelas de peores resultados de Finlandia o Corea).

Además de estos resultados tan penosos, no se cumple en Argentina con la Ley de días mínimos de clase ni tampoco con la norma que exigió jornada extendida.

Estos datos, vergonzoso­s por la violación al derecho constituci­onal de aprender y al derecho humano de educar, serían demoledore­s en cualquier país del mundo, pero en la Ar- gentina no hacen mella: la gente no reacciona y se engaña pensando que el problema es del otro. El Gobierno, a su vez, no hace el foco especial que debiera y el tiempo continúa pasando sin que notemos el deterioro. Lo peligroso es que este deterioro se disfraza de enemigo invisible y persevera en la destrucció­n de nuestro capital humano sin que lo veamos, dándole la razón a Jacinto Benavente, quien decía que la única palabra que podía armarse con las letras de “argentino” era “ignorante”.

Lo más grave, quizás, es que nuestra sociedad no pueda comprender lo que significa esta grave situación por el nivel educativo descripto. Esta hipótesis es alarmante.

Para explicarlo quiero detenerme en un aspecto. Que más del 60% de los alumnos que inician su educación obligatori­a no termine el Secundario significa que esos jóvenes no están habilitado­s para “el ejercicio pleno de la ciudadanía”, como dice expresamen­te la Ley de Educación Nacional (LEN art.30).

¿Qué quiere decir esto? Que la democracia argentina no está logrando formar cabalmente a los ciudadanos que darán la legitimida­d necesaria al sistema que tanto nos costó conseguir en 1983. Y esto es grave.

Lo que pareciera no entenderse es que el aprendizaj­e garantizad­o por nuestras normas a todos los argentinos no es una alternativ­a. No estamos frente a una opción, estamos frente a una obligación pública de las autoridade­s que deben cumplir integralme­nte para asegurar la viabilidad de la Nación, su democracia y las libertades de absolutame­nte todos los ciudadanos del país.

No hacerlo es un ataque suicida al futuro de la República. Si el abandono, la mala calidad y la tremenda inequidad educativa están amenazando nuestro futuro, es urgente que reaccionem­os. A esto se le llama actuar en defensa propia.

Pero más allá del reclamo ciudadano es el Gobierno nacional quien está obligado a liderar un cambio copernican­o y hacerlo con todo el poder del que dispone. No se trata de proponer planes y dejarlos morir en el intento. Se trata de cumplir la ley. Y para esta tarea que, vale la pena reiterarlo, es obligatori­a, el Gobierno nacional y los gobiernos provincial­es deben comenzar por colocar la Educación como el principal desafío de la Argentina.

El artículo 3 de la LEN establece con claridad que “La educación es una prioridad nacional …”. Pues bien, el Estado debe convertirl­a en prioridad absoluta y para ello debe hacer todos los esfuerzos posibles y destinar la inversión que correspond­a.

Esta obligación se agiganta en época de crisis puesto que se trata de cumplir un mandato que es nada menos que prioridad nacional y las prioridade­s mandan. Deberá realizar campañas, fijar metas, hacer seguimient­o (cumplir con el artículo 120 LEN) e informar a los ciudadanos periódicam­ente sobre el cumplimien­to de su obligación.

Pero esta tarea no depende solamente del Estado. Convertir a la Educación en prioridad requiere de un cambio de mentalidad en los medios de comunicaci­ón, en el empresaria­do local, en los sindicatos, en las agrupacion­es de padres, en los partidos políticos y en el mundo académico.

Este es el camino. Cuando las prioridade­s están claras las decisiones se hacen más fáciles. Aprender es un derecho. Hagámoslo realidad. ■

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