Condenaron a 16 años de cárcel a un policía que mató a un adolescente
El agente dijo que se defendió de un intento de robo, pero el jurado popular no creyó su versión.
Julio Correa lleva un arito con diseño de una bicicleta en su oreja izquierda. Si cierra los ojos, dice, a su hijo Rodrigo Correa lo recuerda sobre dos ruedas: haciendo “wheelie” por las calles de Bilinghurst, repartiendo comida a domicilio, pintando cuadros de sus bicis, o cambiándole accesorios. Desde ayer, le cuenta a Clarín, lo recordará con algo de alivio: en un juicio por jurados, el Tribunal Oral Criminal Número 4 de San Martín condenó al subteniente de la Bonaerense Hugo Pos (44) a la pena de 16 años de prisión por la muerte de su hijo, que tenía 14 cuando fue asesinado.
“Estamos conformes con la sentencia, aunque el dolor seguirá. Al menos tenemos la satisfacción de que se hizo justicia, que valió la pena luchar y que el crimen no quedó impune”, agrega Julio, al lado de Irma Mansilla, su esposa y mamá de Rodrigo.
El homicidio fue cometido el 17 de julio de 2017. Esa noche, a eso de las 21, Rodrigo y cuatro amigos caminaban hacia la casa de otro adolescente, en el límite de Villa Bonich y Billinghurst, San Martín. Iban a buscar una Playstation para juntarse a festejar un cumpleaños. Pos, quien prestaba servicio en el el Grupo de Apoyo Departamental (GAD) de San Mar- tín, salió de la casa de su ex mujer. Los vio y, supuestamente, creyó que lo iban a asaltar. Estaban a 39 metros de distancia cuando les comenzó a disparar, sin identificarse. Los jóvenes corrieron. Rodrigo cayó de un disparo en la nuca. Otros dos menores fueron heridos: uno recibió dos impactos (en el abdomen y en el pie) y el otro uno en una de sus piernas.
Minutos después -sin llamar al 911 o avisar por teléfono qué había ocurrido- Pos se presentó en la comisaría de la zona y declaró que los menores le habían robado una billetera con $ 6 mil y dos celulares. Aseguró que Rodrigo le había disparado con un revólver y que él se defendió del ataque. Pero en el lugar solo se encontrarían 16 vainas de su arma reglamentaria. Los informes de dermotest de los cinco adolescentes dieron negativos. Durante el juicio un testigo aseguró que no hubo discusión y que Pos disparó de la nada. Los dos heridos declararon lo mismo.
Además de su pasión por las bicicletas, Rodrigo era fanático de las murgas (tocaba el repique), de Chacarita y de los caballos. Cada tanto acompañaba a sus dos tíos a trabajar como cuidadores en el hipódromo de San Isidro. Su papá le había regalado una guitarra. Quería ser payador.
Irma cuenta que tardó meses en volver a comer. Vivía a cigarrillos y mate, sin hambre. Con el tiempo terminaría perdiendo su trabajo: cuidaba a una persona discapacitada. Eran turnos de 12 horas, en un departa- mento de Palermo. Antes de subir al colectivo de regreso a casa, compraba el alfajor y el jugo que le gustaba a Rodrigo. “No me quedó otra que sacar fuerzas. Tiré la medicación a la basura y me propuse salir adelante por mi hijo”, cuenta.
Desde ese día, junto a su marido y a Mónica -una tía de Rodrigo-, sacó fuerzas e hizo de todo: contactó a periodistas; visitó a referentes de organismos de derechos humanos; y organizó marchas y choriceadas. Además consiguió que los jugadores de Chacarita salieran a la cancha con una bandera con la cara de Rodrigo para visibilizar el caso. Ayer llegó el día que esperaba. “Siento menos presión. Ahora mi hijo descansa en paz”, dice, entre lágrimas. ■