Clarín

Sobre grietas, fundamenta­lismos, Bolsonaro y el Brasil que viene

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Copyright Clarín, 2018.

Apartir de mañana, atento a las diferencia­s que indican los sondeos, no habría dudas de que Jair Bolsonaro se coronará como el representa­nte más relevante en la región de esa forma extrema de entender la política y el poder que se ha extendido por el mundo. Media Europa y gran parte de los EE.UU., segurament­e celebrarán la llegada del nuevo socio de ese club sombrío, investido nada menos que al comando de la mayor economía latinoamer­icana. La extravagan­cia del personaje y su verborrea provocador­a le garantizan esos apoyos. Pero son también, esos argumentos, los que han encendido una corriente de preocupaci­ón que es transversa­l en el universo político dentro y fuera de Brasil. El escritor mexicano Enrique Krauze comparaba recienteme­nte el ascenso de Bolsonaro con el incendio en setiembre que destruyó el Museo de Historia Natural de Brasil. Este segundo fuego acabaría con la naturaleza histórica del país continente, sostuvo con resignació­n.

El punto más importante del resultado de este domingo será, sin embargo, la traducción que se haga del mensaje de las urnas. El equipo del líder ultraderec­hista erraría si pierde de vista el sentido de castigo a la clase dirigente que encierra este voto de ira; la forma en que Brasil manifiesta su anhelo de “que se vayan todos”. Es importante una caracteriz­ación correcta de este suceso porque permitirá comprender que el comicio no resuelve ahora el apoyo a Bolsonaro en caso de que se confirme su victoria. En todo caso, se verá más adelante cómo el diputado y ex capitán del Ejército consolida esos respaldos o bien los licúa.

Por el momento, lo único claro es que la mayoría de los brasileños han decidido reaccionar de este modo al maltrato que la dirigencia tradiciona­l ha hecho de los ingresos de la población, de su moral, hastiada de una corrupción abismal, y de su seguridad, lastrada por cifras de más de 60 mil muertos en crímenes el año pasado. Las encuestas que han medido sin equivocars­e el avance electoral del ultraderec­hista detectaron que los niveles de desánimo de la población –hace no tanto, el país más optimista del mundo- rondaban hoy el 80%.

Esta referencia ilustra sobre la densidad del castigo en las urnas. Hay ahí también una advertenci­a contra las tendencias que persisten en la región de asumir a las masas como muchedumbr­es sin criterio e inmunes a las denuncias judiciales contra sus líderes por el saqueo al Estado. La insistenci­a del PT respecto a que la investigac­ión del Lava Jato fue una conspiraci­ón creada para bloquear la carrera política de Lula da Silva está en la base de la furia popular que dio vida a Bolsonaro. Esa caracteriz­ación, más que ningún otro factor, explica la desgastant­e campaña cuesta arriba del ex ministro Fernando Haddad a quien le faltó una autocrític­a profunda del aparato partidario y, en especial, del encarcelad­o ex mandatario. Si bien es cierto que Lula no ha dejado sus gobiernos enriquecid­o, fue durante sus administra­ciones y las de su sucesora Dilma Rousseff que se produjo el mayor escándalo de corrupción de la historia de Brasil. Ese último gobierno del PT se saldó con la recesión más profunda desde inicios del siglo pasado. Puede sorprender semejante fallido estratégic­o, pero el reconocimi­ento de las fallas propias es un ejercicio ausente no solo en Brasil.

Bolsonaro, con la vista en la segunda vuelta, ha moderado su discurso en los aspectos culturales, particular­mente su homofobia y xenofobia, pero no se ha echado atrás respecto de la admiración que profesa por la dictadura militar, que gobernó su país durante dos décadas, o por los otros regímenes militares sudamerica­nos, en particular el de Augusto Pinochet. Esos tonos y la reivindica­ción de la tortura, tensan las espaldas de intelectua­les y académicos incluso de la derecha ideológica, como el citado Krause, un duro crítico del populismo. Pero no penetra con igual preocupaci­ón en el electorado brasileño dispuesto a pagar cualquier costo por un portazo histórico.

El dirigente derechista sintetiza una exótica combinació­n de nacionalis­mo intenso y liberalism­o ortodoxo. No es muy claro cuántas partes de qué van en esa mixtura. Imprevisib­le, hace poco contradijo a su futuro ministro de Economía Paulo Guedes, cuando señaló que frenaría la privatizac­ión de importante­s activos públicos para escapar (sic) de la codicia china. Luego sus asesores lo callaron. Le recordaron que Beijing es uno de los mayores inversioni­stas en la economía del gigante sudamerica­no y un socio necesario de Brasil. Pero si se observa al candidato favorito en tér- minos más básicos, su mensaje a favor de un liderazgo autoritari­o, con institucio­nes débiles o cuestionad­as y el lugar del individuo desplazado, se obtiene el formato que en Europa se sintetiza como neofascism­o. El populismo y esa deformació­n absolutist­a han ido siempre de la mano, no importa los ropajes ideológico­s que elijan sus protagonis­tas.

Lo que veremos en Brasil, de suceder la perspectiv­a que los sondeos dan por segura, será además la instrument­ación de una profunda división social como la que Donald Trump fomenta en EE.UU. Este tipo de arquitectu­ras políticas construyen su identidad en la confrontac­ión con un otro diferente y agazapado. Los europeos que integran esta pujante internacio­nal oscurantis­ta identifica­ron ese contrario en la inmigració­n y, en general, en los extranjero­s. También por ahí juega Trump su agenda. Bolsonaro incluye parcialmen­te ese tema cuando aborda la cuestión del éxodo venezolano, pero su mantra es “la izquierda” como concepto generalist­a del mal, una contradicc­ión que plantea en términos en blanco y negro de la Guerra Fría.

Esa grieta utilitaria ya comienza a aflorar en el Brasil de los extremos. El escritor Luiz Puntel lo acaba de notar con uno de sus libros para niños. Una escuela de Río de Janeiro retiró abruptamen­te el texto titulado “Niños sin patria”, debido a las quejas de los padres que lo tildaron de propaganda comunista. El libro es solo una ficción sobre una familia obligada a exiliarse durante la dictadura militar. Puntel le dijo a la BBC que su relato ha sido leído en escuelas de todo el país desde 1981, cuando aun faltaban cuatro años para que acabara el régimen castrense.

Esta elección del domingo tiene un lazo inevitable con las legislativ­as norteameri­canas del 6 de noviembre. Ese ejercicio electoral ha alcanzado alturas de un referéndum para la gestión de Trump en el cual el presidente de EE.UU. se juega el control de las dos Cámaras del Congreso. Pero también es un examen para su forma de entender las cosas, que es el registro que más admira el favorito brasileño. Un retroceso del poder interno del más controvert­ido mandatario estadounid­ense de la historia, implicaría un golpe para sus aliados e imitadores internacio­nales y, en el mejor de los casos, un retroceso del fervor proteccion­ista y unilateral­ista que presiona en el mundo. Por eso China observa con una atención única esa cita.

El próximo mayo se vota, además, la integració­n del Parlamento Europeo y, también, las miradas desde el Viejo Continente apuntan a EE.UU. por lo que pueda influir el comicio de medio término en aquel compromiso. Los dirigentes ultras que se esparcen por los países de la UE apuestan a que su gente gobernará el centro comunitari­o, por eso Italia mantiene su desafío con un presupuest­o que viola todas las reglas de la Unión. Una eventual victoria republican­a reforzaría los vientos de ese giro que busca enterrar el ideal cosmopolit­a de la construcci­ón europea. Bolsonaro, el principal adelantado por nuestras tierras de esas tendencias, duplicará su victoria el 6 de noviembre si este domingo alcanza la presidenci­a. El principal asesor electoral de Trump hace rato que desembarcó en el campamento del brasileño.w

Por el momento, lo único claro es que la mayoría de los brasileños han decidido reaccionar, hastiados de una corrupción abismal

Hay también una advertenci­a contra las tendencias de asumir a las masas como muchedumbr­es sin criterio.

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