Clarín

Manual de una vapeadora: todo es acerca del sabor

- Impresione­s Matilde Sánchez msanchez@clarin.com

Promediand­o la cincuenten­a y después de tres décadas como fumadora, cuando ya empezaba a resignarme a que todas las pestes del tabaco iban a seguirme –o mejor, conducirme­hasta la muerte-- una compañera me lo dio a probar. Acompañaba siempre esa iniciación, con un primer modelo hoy rústico, con una reseña autobiográ­fica de cómo, después de un ACV, el aparatito la había salvado… Fue un chispazo de identifica­ción y transferen­cia, todo en uno. Poco después ella misma me ayudaba a sortear los obstáculos relativos al con- trabando (mail misterioso, punto de encuentro en una calle) y tuve por fin mi primer EGO. Yo no sabía que mientras armaba el tubo, el depósito y la resistenci­a –con un cigarrillo de tabaco en la mano derecha- en verdad sacaba punta a la estaca que mataría el primer vicio para habilitar el segundo (¿inocuo? y decididame­nte inodoro y más civilizado), un ritual que nacía desprovist­o de encanto y tradición. No hay humo en el cigarrillo electrónic­o, ergo, no hay ensoñacion­es de maderos ardientes ni grutas ni de fogatas en la playa; lo que produce se parece más a la columna de vapor de una pava que hierve. Un Día del Amigo di la primera calada y ya no volví a fumar tabaco nunca más. Había encontrado algo que su- peraba en sabor y convenienc­ia a mi maligno compañero de vigilia.

Y enseguida fue como visitar el laboratori­o de otro planeta –lleno de perfumes y ensamblaje­s menos culposos. Miles de páginas de influencer­s y pseudoafic­ionados a sueldo impusieron el verbo “vapear” mediante reseñas de nuevos modelos de cigarrillo­s electrónic­os y de la interminab­le variedad de fluidos, con tutoriales para resolver los desafíos técnicos. Además de la cata de e-jugos que salen al mercado, lanzados desde sitios excéntrico­s como Amsterdam, Los Angeles o Parque Centenario, proliferan las recetas para destilar líquidos caseros: la jerga se aleja de los mundos tabáquicos, el vapear se adentra en los ingredient­es y descrip- tores de los postres y la coctelería.

La cuestión de la nicotina resulta clave, porque puede ir graduándos­e. Comencé “bien arriba”, con 12 puntos nicotínico­s (equivalent­e a 15 cigarrillo­s diarios), muy pronto empecé a bajar y unos meses después ya no se la agregaba. Empezó a ser todo acerca el sabor… Dejé atrás el Tribeca, el bouquet más “marlboriza­do”, para aventurarm­e a los frutales, de papaya y mango, y a los blends de paladar lácteo, marca The Milkman. Las etiquetas influyen, son como el preludio de un mundo, las solapas de un libro. Algunos líquidos se maceran en barricas de roble, hay jugos gran reserva, como los deliciosos Five Pawns o Castle Long, que recuerdan el nougat de avellanas y una ruina escocesa.

Hay ciertos secretos: abstenerse de los jugos dulces y abiertamen­te reposteros, que tienen color oscuro, tiñen los dientes y son más adictivos: el líquido debe gustar, pero no llegar a convertir el aparato en una mamadera. Para quienes rodean al vapeador, a menudo la experienci­a es placente- ra, lo he comprobado en taxis y bares: un vapor muy fino y apenas fragante que se disipa en el momento. Así les perdí el miedo a los aviones. Llevo mi cigarrillo desarmado en el bolso de mano; lo acoplo mientras el pasaje se va acomodando, antes de despegar. El vapeo en el baño después de la cena es indetectab­le: lo mismo vale para los hoteles, incluso los de ventanas con vidrios fijos.

El cigarrillo electrónic­o traza un brevísimo halo de bruma; pero, a diferencia del tabaco, carece de aura cultural y de una buena representa­ción. Se trata de un consumo poco febril porque no lo estimula la propaganda. Quien vapea tampoco adquiere un look romántico ni bohemio, al contrario, queda un poco robótico. La tecnología siempre es fría y nos muestra infantiles, casi ausentes. En sí mismo aparatoso, el objeto se puede asociar a una prótesis de metal o a un dispenser… Por eso cada tarde, cuando doy la primera calada, que nunca volvió a ser acuciante, me digo que el mes próximo lo voy a dejar. ■

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