Clarín

Los caranchos, un curioso “vecino” en el cielo porteño

Son las aves de rapiña que hoy se avistan en la Ciudad.

- María Belén Etchenique metcheniqu­e@clarin.com

Domingo a la tarde, un ave, cuatro veces más grande que una paloma, pasa a centímetro­s de la cabeza de Matías y se pierde detrás de unos muros, en la esquina de Pumacahua y José Bonifacio, Flores. Matías conoce esa esquina, desde hace cuatro años la cruza para llegar a su casa. Sabe que detrás de las paredes hay un jardín, pero jamás había visto un pájaro así. Su primera reacción es agarrar el celular, abrir Whats App y decir: “Acabo de ver un bicho volador gigante. Era un águila, un halcón, no sé. Patas amarillas. Enorme”.

Jueves al mediodía, en el tercer piso de una oficina en Barracas, al borde de un balcón, dos aves comen los restos de lo que parece haber sido una paloma. Son altos, casi llegan a la baranda. Quienes ahí trabajan advierten su presencia tarde, cuando hacía rato que se movían por el balcón. “No griten, no los espanten”, piden algunos, pero las voces no alteran el comportami­ento de los animales.

Miércoles a la mañana, en la pista de atletismo de Parque Chacabuco. Los corredores bajan el ritmo del tro- te al tiempo que un pájaro - grande, cuello ocre, patas en forma de garfio- sobrevuela el circuito. Su tamaño llama la atención incluso en ese espacio verde, el tercero más grande de la Ciudad, después de los bosques de Palermo y Parque Avellaneda.

Las aves que algunos identifica­ron como águilas, aguiluchos o halcones son caranchos y todas sus aparicione­s fueron en el último mes, aunque se las puede encontrar en cualquier época del año. Son rapaces y junto a los gavilanes mixtos -otra especieson las aves de presa más vistas en cielo porteño.

“Advertirla­s habla más de nosotros que del comportami­entos de ellas. Es positivo que la gente se sorprenda al cruzarlas, pero también muestra el desconocim­iento, la desconexió­n que generamos en nuestra vida de urbanitas. La gente de campo no se impresiona ante un carancho y es muy difícil que lo confunda”, dice Ignacio Roesler, biólogo, investigad­or del Conicet y miembro del Departamen­to de Conservaci­ón de Aves Argentinas, una asociación que desde 1916 promueve la protección de estos animales y sus ambientes.

Rodeada de torres, edificios media- nos u horizontal­es, con plazas de cemento y más hormigón que verde, pareciera que para encontrar una Buenos Aires de fauna bestial hay que ir un millón de años atrás, cuando gliptodont­es con caparazone­s de la dimensión de un Fiat 600 caminaban por lo que hoy es avenida Corrientes. Pero la Ciudad, con sus caracterís­ticas actuales, también es una forma de naturaleza.

“A veces se cree que la naturaleza está mucho más lejos de lo que realmente está. Los caranchos, por ejemplo, usan para posarse y para anidar las perchas altas de la Ciudad”, describe Roesler. Con “percha alta” se refiere a edificios que funcionan, a los ojos de esta ave, como el equivalent­e de un barranco o una formación similar. Y en muchas ocasiones, la combinació­n vida silvestre y urbanizaci­ón llega a imágenes que asombran en su contradicc­ión: caranchos en antenas de celulares.

Claudina Solaro, investigad­ora y especialis­ta en comportami­ento de rapaces en zonas urbanas, dice que la razón que explica a los caranchos en la Ciudad es su capacidad para adaptarse. “Toleran criar en una antena, que una persona les pase cerca y los ruidos. Eso ocurre en contadas especies, en general las rapaces -dice Solaro- ante un desarrollo urbano se retraen y alejan”.

El carancho, además, tiene una dieta versátil: puede comer pichones de otras aves, basura, animales muertos, ratas y palomas vivas. Lo que lo

vuelve más flexible. “Son oportunist­as. Tienen un carácter curioso, también confiado, que les permite aprovechar diferentes recursos alimentici­os y al momento de hacer sus nidos usan tanto árboles como estructura­s creadas por el hombre”, define Manuel Encabo de la Fundación Caburé-í, dedicada a la conservaci­ón y rescate de rapaces.

Hoy no hay un relevamien­to sistemátic­o sobre la población de caranchos. Los números surgen de observacio­nes plasmadas en la plataforma eBird y en censos particular­es de avistadore­s. “No sabemos cuántos hay, por lo que no podemos comparar si hay menos o más, la tendencia indicaría que sí, pero también la gente mira más al cielo y está más organizada para mirar”, dice Simón Tagtachian, a cargo del Club de Observador­es de Aves de la Reserva Ecológica. Los últimos meses del año son el momento con más deteccione­s en la Reserva. También es la época en la que los rapaces están en reproducci­ón, y por eso se mostrarían más. “Es una hipótesis”, dice Tagtachian. Está en su casa, parado frente a una ventana que da al cruce de Córdoba y Libertad. No mira el tránsito ni a la gente cruzando por la cebra peatonal. Está concentrad­o en un carancho. Su carancho. El que más conoce. “Siempre está en la terraza de ese edificio de 20 pisos -señala-. Armó nido muchas veces. Lo vi con su pareja, con su pichón. En la cornisa aguantando en días de lluvia. Es una maravilla”.

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MARCELO RUDA VEGA En Recoleta. Dos caranchos vistos desde un balcón de un edificio en Callao y Juncal.
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GUILLERMO SPAJIC Congreso. Sobre un poste de luz, con la cúpula detrás.
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Barracas. Dos ejemplares, en un balcón de una oficina.

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