Clarín

Las montañas como una topografía de la imaginació­n

Es escultor y andinista. Combina sus dos pasiones en una muestra que se exhibe en la Galería Calvaresi.

- Maximilian­o Kronenberg Especial para Clarín

Llegar a la cumbre, sentir esa sensación de libertad absoluta, de estar entre el cielo y la tierra en contacto con la naturaleza y dejar una ofrenda para que luego se convierta en una piedra. Parece ser la síntesis perfecta que describe a Juan Pablo Marturano, el escultor argentino que, el año pasado, ganó el Gran Premio Adquisició­n en el Salón Nacional de Artes Visuales y supo combinar la piedra, la escultura y la montaña como los tres ejes primordial­es de su vida.

Para Marturano, escalar una montaña es tan placentero como su trabajo de escultor. Así lo demuestran sus solemnes creaciones como especialis­ta en la talla en mármol. Estudió en Buenos Aires, se formó en Italia y obtuvo un doctorado en escultura y una maestría en Japón, donde perfeccion­ó la técnica para tallar granito. Sus obras pasaron por Buenos Aires, Estados Unidos, Italia, Alemania, Francia, Japón y, también, recorriero­n otros lugares del planeta.

Después de muchos días de escalada, para un andinista no hay mayor placer que llegar a la cumbre en compañía o disfrutar en soledad de ese puente imaginario que el cielo y la tierra puedan recrear. Es el maravillos­o placer de estar lo más cercano al cielo pero con los pies sobre la tierra.

De chico, tampoco perdía de vista aquellos imponentes monumentos realizados por el hombre. Por eso, Marturano siente que la piedra es el corazón que fusiona su pasión por la escultura y, de nuevo, se conecta con la montaña. “Una vez escuché decir a un escalador que ‘en la altura hay que aprender a ser como una piedra. Hay que adaptarse al medio, es la naturaleza la que marca cuándo seguir y cuándo detenerse’. Eso me marcó a fuego”, reconoce.

Ahora, a los 43, lleva más de 20 años escalando altas cumbres de más de 6.000 metros de altura. Algunas de sus expedicion­es fueron el Aconcagua (6.962 metros, en Mendoza), el cerro Mercedario (6.770m, San Juan), el Monte Pissis (6.795m, entre La Rioja y Catamarca), el Nevado Chañi (5.896m, Jujuy), el cerro Tronador (3.491m, Rio Negro) y el volcán Ojos del Salado (6.891m, Catamarca), el más alto del planeta. También, subió al volcán Domuyo (4.797m) al Lanín (3.747m), ambos en Neuquén. A los Alpes Apuanos, en Italia, el Volcán Fuji, el Monte Haku y el Tate, las montañas sagradas de Japón.

Precisamen­te, sus seis años y medio de estadía en Japón fueron el clic que necesitaba: jamás dejó de escalar mientras estudiaba y allí incorporó el significad­o de la ofrenda como un ritual para su vida. “En Japón, las montañas son veneradas. Encontré un montón de ofrendas y altares y lo comparé con lo que ocurre en Los Andes, que está más ligado a la Pa- chamama o, también, a una costumbre que tenemos los andinistas y se puede ver en las cumbres donde hay una cruz o una virgencita”, relata.

Uno de los símbolos que más se ven en las cumbres japonesas es el de los Torii, aquellos arcos tradiciona­les que representa­n el acceso a un lugar sagrado. “No solamente los veneran, allá a las montañas se las considera sagradas”, afirma Marturano.

Como parte del ritual, el “escultor de las montañas” suele llevar una ofrenda simbólica en cada escalada y la coloca en la cumbre. “Antes, llevaba una medallita de fútbol o algún pedacito de piedra de mis esculturas”. Ahora, deja esculturas talladas que él mismo ha creado, como gesto de devolución a la naturaleza y, luego, las retrata. Para el artista, es una muestra de agradecimi­ento, una forma de conectarse con la naturaleza y lo resume de la siguiente manera: “la ofrenda es una dedicación a la montaña por permitirno­s llegar a su cumbre. Lo siento como un intercambi­o con la naturaleza que da sus formas, yo traigo las formas de la naturaleza a mi obra y mi obra vuelve a la naturaleza”, explica.

Sus trabajos son circulares, en contraste con la forma irregular de la montaña. Están tallados en granito negro y, con el tiempo, se convertirá­n nuevamente en piedra: “Simboliza la escultura en el taller que vengo realizando. De alguna manera, parte de mí quedará en la montaña”, explica Marturano, visiblemen­te emocionado. Y así surgió La montaña no es la montaña, la fabulosa exposición de montañas imaginaria­s talladas en piedra que el artista ha creado, como si fueran verdaderas, y estará hasta el 2 de diciembre en la Galería Calvaresi, en San Telmo.

En el primer piso, hay cinco obras realizadas con distintas piedras: el Volcán Fuji de la serie “Fragmentos del cielo” (2013) de Mármol de Carrara blanco, “El origen de los sueños” 2013), una montaña imaginaria de granito negro y de forma ovalada; el cerro Ramada y el Mercedario (2014), de Mármol de Carrara Gris Bardiglio, una obra de bronce fundido de la serie “Cordillera­s imposibles” y el volcán Domuyo de mármol de Carrara. Sus trabajos pueden llevarle varios meses o cerca de un año, como la imponente escultura “Plegaria para Ansilta” (2016) tallada en Mármol Gris Bardiglio que da la bienvenida al público en la planta baja del Calvaresi. “Muchos me dijeron que, en la muestra, se ve claramente cuál es mi pasión”.

“Otro cielo, un mismo sol” también deslumbra. Es una majestuosa instalació­n de unas 150 piedras de mármol y nylon realizadas con fragmentos de las esculturas que fueron talladas. Esta obra forma parte de su metáfora y otorga un asombroso sentido poético a la exposición. “Son partes de otro cielo. Las piedras se sacrificar­on y tuvieron que salir para dar lugar a otra escultura”, describe Marturano.

La muestra se completa con una vitrina con fotos en blanco y negro, como fiel relato de sus expedicion­es y por otras imágenes de las ofrendas que ha dejado en la cima da cada montaña. Ahí también está la obra “De las pequeñas inmensidad­es de los Andes” (2016), de mármol de Carrara blanco, y el boceto “El Origen de los sueños (2013), de bronce. Marturano siente que su mejor obra todavía no ha llegado. Por eso, irá por un nuevo desafío: subir al volcán Llullailla­co (6.739 metros, en Salta) y regresar al taller para seguir recreando paisajes imaginario­s de la cordillera de Los Andes. Porque la montaña es parte de su vida y la escultura, su “cable a piedra”. ■

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ANDRÉS D’ELÍA Orgullo. El artista posa frente al Premio Adquisició­n en el Salón de las Artes Visuales.
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Pliegues y plegarias. Realizada en 2017, es una de las obras que se exponen en la galería de San Telmo.

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