Boca, River y las pasiones en su más alto nivel
Alberto José Armando y Antonio Vespucio Liberti coincidieron en las presidencias de Boca y River durante la década del 60. Impulsaron el fútbol espectáculo, una Premier League a la criolla. Trajeron brasileños, uruguayos, peruanos, hasta un español... Los colombianos, tan requeridos hoy, todavía no eran estrellas del mercado. Conocedores de que la convocatoria de sus clubes superaba largamente la del resto, Armando y Liberti acordaron que el segundo clásico del año se disputara en la penúltima o incluso la última fecha de un campeonato que siempre los tenía como animadores. Ninguno de los dos habrá soñado con una final de Libertadores entre ambos equipos -entre otras cosas porque no lo permitía el reglamento- y menos con que las sedes fueran dos estadios con sus nombres. Boca jugó la primera en 1963 y River en 1966. Cayeron ante el Santos de Pelé y Coutinho en un caso y el Peñarol de Spencer y Rocha en el otro. Aunque fue doloroso para ambos, no perdieron protagonismo deportivo ni respaldo popular.
Medio siglo después, los colosos se cruzan en una definición inédita para resolver cuál es el mejor de América. El perdedor vendría a ser el segundo de la región, un logro meritorio que disolverán las cargadas (perdón por la antigüedad: memes) y los análisis de la patria futbolera. Si 0-1 en el alargue de la final de un Mundial es fracaso, hay poco para discutir.
Los hinchas sufren a cuenta. Un resultado no afectará el orgullo ni la pertenencia, pero el tema, como decían los (más) viejos, es la salud. Si su cuadro no levanta la Copa y usted sigue como tal, festeje tranquilo. Vivirá muchos años pues su corazón, amigo/a, es de acero. ■