Entre bocados, las cosas de la vida
Las cuatro llegaron juntas y enseguida ocuparon lo que se presume debe ser “su mesa”. Era un mediodía de primavera, a estar con el calendario, pero el viento fresco que se había levanta- do y el cielo gris plomizo amenazando lluvia hacían pensar más vale en una jornada otoñal. Ahí dentro, bajo techo, en ese local chiquito y cálido, con madera blanca en las paredes y música suave de los años cincuenta, el tiempo y las estaciones parecen pertenecer a alguna otra dimensión. Las recién llegadas rondan los 65 ó 70 años, y se adivina una amistad de décadas , o de toda la vida. Saludan con familiaridad al encargado del lugar, lo llaman por su nombre de pila y preguntan por el menú del día.
Eligen, y empieza la charla. La noche anterior hubo reunión en la casa de una de ellas: alguien llegó con su nueva novia, otro contó las peripecias de su último viaje, hubo elogios por el catering. De pronto surge el tema de las vacaciones; al rato aparecen en la conversación los hijos y los nietos. Hay algunas quejas, ligeras, acerca de lo poco de que se hace cargo un marido, o cuánto cuesta que hija y yerno presten oídos a algunas recomendaciones. Una de ellas comenta los buenos precios de una liquidación; otra acota sobre la calidad de una tienda de marca. Después sobrevolarán los temas de economía, salud, estética y cuidados. Una recomendará un libro; otra, una muestra de arte; una tercera sugerirá una película imperdible. Se quedan un rato demorando el café, y poco después se despiden todas con un hasta luego; volverán a encontrarse más tarde. Amores, amistad, complicidades, pasiones. Las cosas de la vida como plato principal.