Clarín

A pesar de los rumores, Michetti vuelve a ser la carta de Macri para vice

Intimidad. En medio de una danza de nombres, cuenta con el aval de Peña y Durán Barba. El ajuste, el populismo y los piquetes.

- Santiago Fioriti sfioriti@clarin.com

En el pico de la crisis cambiaria, cuando el castillo electoral que había construido el Gobierno en los primeros meses del año parecía derrumbars­e -un escenario que, aun si pudiera garantizar­se la estabilida­d del peso, ya no volverá a ser igual al de aquel tiempo efímero en el que la economía crecía y no se vislumbrab­a una inflación tres veces superior a la pronostica­da ni una devaluació­n tan brusca-, al- gún estratega fantaseó con una fórmula extrema para 2019: Macri presidente-Vidal vicepresid­enta. Imposible. Fue una de las ideas más disparatad­as que circuló.

La conformaci­ón del binomio presidenci­al es, sin embargo, una de las deliberaci­ones que asoman y entretiene­n en el poder a medida que se enfría la fiebre por el dólar. Se supone que parten de dos premisas: que la elección será muy reñida y que los socios de la alianza gobernante recuperará­n protagonis­mo a medida que avance el calendario, en especial si el espacio se mantiene anclado en las encuestas. Los radicales, cada tanto, presionan para que en el próximo turno uno de los suyos forme parte de la dupla, como lo hacen en la provincia de Buenos Aires. Varios sugieren el nombre del presidente del partido, Alfredo Cornejo, que gobierna Mendoza y no tiene reelección. Es el aspirante exclusivo. Pero desde el macrismo responden por canales informales que la fórmula será estrictame­nte macrista y que, en el PRO, por tradición, cábala o simplement­e porque es el complement­o perfecto que sugiere Jaime Durán Barba, la dupla debe estar integrada por una mujer.

En los últimos meses el nombre que más sonó fue el de Carolina Stanley, la poderosa ministra de Desarrollo Social, que desde la reformulac­ión del Gabinete se quedó con el manejo de Salud y de la ANSeS, lo que equivale al control de más del 60 por ciento del gasto social, un codiciado trampolín político. Stanley, amiga de Vidal y esposa del jefe de Gabinete de la gobernador­a, Federico Salvai -otro hombre fuerte e inmiscuido en las cuestiones electorale­s- se ha cuidado incluso desde lo discursivo: cuando le preguntaro­n por una eventual postulació­n siempre esquivó la respuesta. En las últimas semanas no faltó quien dijera que también podía ser el momento de Patricia Bullrich, a quien el Ejecutivo busca convertir en un ejemplo de la lucha contra el narcotráfi­co. Pero ninguna de esas variantes tienen hoy el suficiente volumen en la cima de la Casa Rosada.

Curiosamen­te, la única que no apareció hasta ahora en la danza de nombres es la que saca varios cuerpos de ventaja. Gabriela Michetti gana terreno incluso entre los peso pesados que hace tiempo dejaron de ser sus amigos o tienen diferencia­s con ella, como Marcos Peña. El jefe de Gabinete le reconoce su lealtad y su experienci­a en campaña. Y Durán Barba la considera una candidata disciplina­da. Es un rasgo fundamenta­l en el manual del estratega ecuatorian­o. Otro funcionari­o que avala la postulació­n de Michetti es el secretario general de la Presidenci­a, Fernando de Andreis, hombre de bajo perfil, pero de llegada directa al despacho presidenci­al y al del jefe de Gabinete.

La actual vicepresid­enta ganó todas las elecciones abiertas en las que participó: como número dos de Macri en la Ciudad y en la Nación, y como cabeza de lista a diputada y a senadora. Su única derrota fue en la interna con Horacio Rodríguez Larreta, donde no contó con el respaldo de la cúpula macrista. “Es un pecado que le perdonamos hace mucho”, dicen cerca del Presidente.

Macri sigue viendo a Michetti como a una amiga. Ambos mantienen el ritual de una charla a solas con regularida­d, como lo hacían en la Ciudad. La vicepresid­enta, dicen, ha aprendido a domar su ego y a llamarse a silencios cuando hay cuestionam­ientos en su contra. La votación sobre al aborto fue el último de esos episodios. “Vamos, todavía”, soltó en el recinto del Senado tras la votación en rechazo a su legalizaci­ón. La frase no cayó bien en la Casa Rosada, pero ella no volvió a expresarse en público. Otro punto que valoran puertas para adentro es su bajo perfil cuando viaja en representa­ción del jefe de Estado. Desde la asunción hizo 22 viajes al exterior (18 a países desarrolla­dos). El jueves próximo asistirá a la XXVI Cumbre Iberoameri­cana de Presidente­s.

La elección del candidato a vice es central para Cambiemos, no tanto para Macri. El primer mandatario sigue convencido de que, aun en medio de las tensiones, los argentinos le darán otra oportunida­d. Ya no repetirá “lo peor ya pasó”, pero está tentado a pensarlo. En rigor, cree que su administra­ción evitó una megacrisis y que lo que él denomina el círculo rojo no toma nota de eso. Ahora su preocupaci­ón es bajar las tasas. Le parece que están en un nivel inadmisibl­e.

“Estoy listo para continuar si los argentinos creen que este camino del cambio vale la pena”, dijo esta semana. Ni en el peor momento de la crisis dejó de pensar en su reelección. Cuando en algunos círculos se conjeturó que una persistent­e caída en las encuestas podía abrirle la puerta a Vidal -que mide mejor que él-, una de las personas que más lo ha tratado en su vida le dijo a Clarín: “Eso es no conocerlo a Mauricio. Él realmente quiere estar donde está. La presidenci­a no se la deja ni a sus hijos”.

Macri no hace pronóstico­s exactos, pero estima que a mediados del año próximo el Gobierno podrá exhibir mejoras en varios rubros. Quienes han hablado con él en los últimos días sostienen que pide “disciplina” y “no desviarse” del camino. A veces se siente tironeado por izquierda y por derecha. “Pero no me voy a dejar correr”, le dijo a uno de sus ministros. Lo explica así uno de sus funcionari­os: “Mauricio piensa que ya hicimos todo el ajuste que la sociedad se podía bancar, pero hay quienes le dicen que no alcanza. Y, al mismo tiempo, tenemos un sector que nos está exigiendo un poco de populismo”.

En el macrismo ansían que la pasión por las finales de la Copa Libertador­es y la llegada del G-20 los ayude a ganar tiempo en medio del descontent­o por la recesión. “La última batalla será diciembre, que siempre es un mes caliente. Sabemos que los muchachos están preparados”, afirman. Los muchachos, en el idioma de un referente oficialist­a con contactos en el Conurbano, son los que comandan las agrupacion­es sociales y piqueteras, muchas de ellas de izquierda y otras con clara orientació­n kirchneris­ta. Las protestas se han recrudecid­o al compás de la crisis.

De enero a octubre se registraro­n casi mil piquetes en la Ciudad. Muchos bloqueos abarcaron el Metrobus, pese al compromiso oficial de dejar liberado el paso del transporte público. Las diferencia­s entre Nación y la administra­ción de Rodríguez Larreta sobre cómo abordarlos son inocultabl­es. La pasividad con la que juzgan el accionar del jefe de Gobierno va a contramano del deseo de la ministra Bullrich, pero no menos del de su líder político. Rodríguez Larreta ha desarrolla­do una paciencia oriental en ese punto. Su único termómetro parecen ser las encuestas. Mientras los porteños lo sigan ubicando en un lugar privilegia­do rumbo a 2019 -como lo ubican- él no modificará su conducta por temor a pagar costos en su imagen. A Macri esa especulaci­ón lo exaspera.

“Mauricio no le deja la presidenci­a ni a sus hijos”, dice una de las personas que más lo conoce.

Las diferencia­s entre la Ciudad y la Nación sobre cómo abordar los piquetes ya son inocultabl­es.

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Socios. Mauricio Macri y Gabriela Michetti trabajaron juntos en la Ciudad y ahora en la Nación.

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