Clarín

El piloto argentino que se convirtió en héroe de guerra en Francia en 1918

- Historias María Laura Avignolo mavignolo@clarin.com

Cuando Vicente Almandos Almonacid llegó a Francia, ya había probado su “aeromóvil”, un invento que desarrolló en El Palomar, pero con dudosa industrial­ización en Argentina. El creía que sus sueños de volar podrían concretars­e en Francia, que se aproximaba a la Primera Gran Guerra.

En Plena “Belle Epoque” en 1913, el ingeniero riojano, que había estudiado en el colegio Nacional y se había formado como Guardiamar­ina en la Escuela Naval Militar de Buenos Aires, aterriza en París con su título de ingeniero de la Facultad de Ciencias Exactas de Buenos Aires. Es allí donde aprende la aeronavega­ción. Una biografía que reconstruy­ó en Francia con paciencia y dedicación el doctor y ortopedist­a argentino Mario Sanguina.

Si las historias de los 6.000 argentinos que llegaron como voluntario­s a Francia ha podido ser rearmada, al igual que las de sus 45 médicos que estuvieron en los hospitales salvando vidas y atendiendo heridos, se las deben a la dedicación, rigor y ciencia de este médico misionero argentino, con residencia en la Picardie, el territorio de las grandes batallas de la Primera Guerra Mundial. Desde testimonio­s, fotos, recortes de periódicos, Mario Sanguina se ha apoyado en su pasión por la historia médica y de la guerra para hacerlo.

Como Almonacid no hablaba francés, sus instructor­es lo confundier­on con un piloto avezado. Lo hicieron conducir un complejo monomotor, que estaba listo para despegar. El nunca había hecho un curso de piloto y solo había conducido sus inventos. En el aire fue probando el desconocid­o instrument­al del vuelo, que le generaba arriesgada­s maniobras. Los franceses contemplab­an asombrados sus giros y las picadas, creyendo que estaban frente a la acrobacia aérea. Luego de tal debut, Almonacid pudo superar su primera sesión en 1914 y ser reconocido oficialmen­te piloto por el gobierno francés.

Al inicio de la guerra en el 1914, se enrola en la Legión Extranjera. Dos días después ingresa como piloto, obtiene su brevet y es destinado a la escuadrill­a 35 estacionad­a en Poperinhe, en Bélgica. En esa primera Fuerza Aérea Francesa se encargó de los vuelos de vigilancia sobre el cielo parisino. Y su coraje lo ayudó a obtener el grado de sargento.

En 1916 su escuadrill­a se vuelve célebre por sus vuelos nocturnos sobre Alemania con aviones Farman, Breguet y Sopwith. Cuando la Gran Guerra termina, tiene el grado de capitán y las más altas condecorac­iones francesas, como la Cruz de Guerra, la Legión de Honor y la Medalla Militar.

Una de sus misiones más arriesgada­s fue cuando le hicieron bombardear una fábrica de gases asfixiante­s, a unos 150 kilómetros de la frontera. Pegó a la fábrica, pero en la retirada, se dio cuenta de que estaba rodeado de siete Aviatiks que se proponían cortarle la retirada. “Descendí de nuevo y puse el motor a toda velocidad. Cuando casi me encontraba en territorio francés, mi corazón latía con menos fuerza pues me sentía ya casi seguro de mi salvación. Logré atraerlos hacia donde estaba la artillería francesa, que comenzó un fuego incesante contra mis perseguido­res. Bajaron a dos de ellos y los otros huyeron. Créanme que cuando aterricé, respiré profundame­nte. Tuve un poquito de miedo porque vi la muerte de cerca. Mi aparato estaba acribillad­o por las balas”, relató Almonacid, un íntimo amigo del cirujano argentino y reconocido doctor Pedro Chutro, a quien visitaba en el hospital argentino en París en sus horas libres.

Cuando regresó a Buenos Aires en 1918, escoltado en el océano Atlántico por una escuadrill­a de aviones franceses como jefe de división de la Misión Aeronáutic­a Francesa, fue recibido en Argentina como el “Centinela de los Andes” en la avenida de Mayo. Decidió cruzar los Andes de noche y los franceses le regalaron su aparato “al capitán Almonacid”. Obtuvo la concesión del gobierno argentino para la Compañía General Aeropostal del transporte del 25 por ciento de la carga postal entre Buenos Aires y Europa. Participó en el conflicto entre Paraguay y Bolivia y organizó la fuerza aérea paraguaya en 1932.

Era cónsul argentino en Boulogne sur Mer cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y allí protegió la casa del general San Martín. Esta fue la última batalla del Cóndor Riojano. El aeropuerto de La Rioja fue bautizado Capitán Vicente Almonacid en su homenaje. ■

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FOTO: ARCHIVO MARIO SANGUINA Figura. Vicente Almandos Almonacid.

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