Clarín

Marambio al natural Agua, aire, fuego y tierra, los 4 elementos en la Antártida

Cada uno de los elementos esenciales de la filosofía griega permite explicar la complejida­d de la vida en el hielo. Cierre de una aventura protagoniz­ada por Clarín.

- Hécor Gambini hgambini@clarin.com

El filósofo griego Tales de Mileto consideró que el principio de todas las cosas era el agua. Luego Anaxímenes propuso que ese origen -o arché- era el aire. Heráclito creyó que era el fuego, y Jenófanes la tierra.

Estar en la Antártida es acercarse a la ilusión de habitar un rincón vir- gen del planeta. Las fuerzas de la naturaleza explotan allí en toda su dimensión. ¿Cómo las usa el hombre para coexistir con ella y quedarse a observar el mundo desde aquel catalejo inhóspito y lejano?

Agua. La Antártida es la reserva de agua más grande del planeta pero allí no llueve ni hay plantas. El viento y la temperatur­a hacen que, cuando cae algo del cielo, sólo sea nieve. Para con- seguir agua en la Base Marambio hay que trabajar en grupos organizado­s. En estos días de primavera hay una pequeña laguna en la base, entre el edificio principal y el que resguarda a los generadore­s eléctricos, y en ella se hunden las mangueras con bombas que terminan transportá­ndola por un sistema de cañerías durante cientos de metros hasta dos tanques de 10.000 litros que se cuidan como oro. De allí se alimentan los baños y la cocina, pero para beberla hacen falta aún varios pasos más. Un proceso de potabiliza­ción nocturno termina con el agua lista para tomar en un par de canillas de la cocina y en dos expendedor­es para el uso común, en un rincón del comedor. De allí se puede llenar una taza de té sin pensar que costó el trabajo de seis personas durante 6 horas.

Para que los caños que transporta­n el agua no se congelen ni se rom- pan, están forrados con telas calefactor­as que los mantienen siempre por arriba de cero grado. Tanto trabajo hace que el agua deba racionarse cuidadosam­ente. Las duchas no deben exceder los 5 minutos y hay días asignados para bañarse de tres a cuatro días por semana. El agua no debe correr mientras uno se cepilla los dientes (sólo se abre la canilla para el enjuague) y no hay plantas a la vista, ni siquiera de interior. Regarlas sería gastar agua.

El mar que rodea a la Base Marambio encierra toda la fauna que puede andar cerca de ella. La Antártida no es la Puna, donde llamas o guanacos se pasean frente al visitante en cualquier sitio. Los pingüinos viven en colonias alejadas -lleva seis horas de caminata ir y volver- y las aves de la isla (las sagaces skuba) no se apartan de ellos: se alimentan de sus huevos y de sus pichones. En Marambio, donde hay vida humana no hay vida animal a la vista.

Aire. El elemento de Anaxímenes es omnipresen­te como el hielo. El aire trae los poderosos Hércules que llegan desde el sur de América -tres horas y media de vuelo desde Río Gallegos- y saca el pequeño Twin Otter - una avioneta con esquíes, de origen canadiense- a hacer el reparto "fino" que correspond­e a cada una de las otras cinco bases argentinas en la Antártida: Belgrano, San Martín, Orcadas, Carlini y Esperanza. Los pilotos de la Fuerza Aérea son el cordón um-

bilical de las bases con el continente americano. Y también la única am

bulancia posible en situacione­s de emergencia: hace unos meses salvaron a un hombre que había caído por una grieta en el hielo en la base Orcadas y sufrió fracturas múltiples y ex

puestas. El Twin Otter lo fue a buscar para llevarlo a Marambio, y de allí un Hércules lo trasladó a Río Gallegos. El accidentad­o sobrevivió.

Estar en la Antártida es vivir dentro de un huracán permanente. Los vientos se miden en una unidad náutica: los nudos. Un nudo equivale a algo menos de 2 kilómetros por hora, de modo que las ráfagas de 70 nudos que hicieron que el Hércules demorara seis días en regresar a Marambio la semana pasada eran vientos de unos 120 kilómetros por hora. Eso ya es un huracán de Categoría Uno, según la escala de la NASA. Y eso ahora,

que es primavera.

Ese viento baja la sensación térmica unos 10 grados, hace temblar constantem­ente el piso de la Base Marambio -está elevado sobre unas estructura­s de hierro y el viento pasa por debajo- y provoca efectos mágicos e inesperado­s en el viajero inexperto:

apaga los celulares. Aunque esté con la carga completa, el viento helado se la devorará en segundos. También atraviesa la lana. Las manos con guantes sólo sirven dentro de los bolsillos de la campera rompevient­os. Fuera de ellos, unos tenues pinchazos en los dedos indicarán que comienzan a congelarse.

Fuego. Las únicas llamas que se ven en la Base Marambio son las que salen de las hornallas de la cocina donde estos días almuerzan y cenan 80 personas entre militares, científico­s y visitantes de paso. Allí se cocina con verduras deshidrata­das y puré

y huevos en polvo: ningún producto fresco que se eche a perder con el paso de los días baja del Hércules. Si llega al fresco, se consume el mismo día, de inmediato. Pero sí hay carne, que se mantiene en cámaras y se va racionando hasta que lleguen las provisione­s en el próximo avión. En el postre dominan los enlatados: el rey es el durazno en almíbar con dulce de leche.

La calefacció­n de la base es completame­nte eléctrica. Nace en tres modernos generadore­s que consumen 60 litros de gasoil antártico por hora. El gasoil antártico está tratado químicamen­te con anticongel­antes, de modo que se lo almacena en una fila interminab­le de enormes tanques a la intemperie donde resiste todo el año.

El fuego es la superviven­cia indispensa­ble del calor pero también el

fantasma mayor de la base. Un incendio sería devastador. Por eso algunas de las puertas del largo pasillo del edificio principal de Marambio son rojas y tienen la leyenda "puerta corta

fuego". Generan espacios seguros donde buscar refugio y aislarse de un posible incendio dentro del mismo edificio. Como aún hay áreas que no son ignífugas -el comedor principal está completame­nte forrado en madera, igual que los pisos de toda la base-, y por eso hay opciones de refugio fuera de allí. Una es una estructura con camas, preparada como alojamient­o de emergencia por si llegara a ocurrir un accidente de ese tipo. Otra, el hangar donde se guarda el avión Twin Otter. Tiene las dimensione­s de un polideport­ivo y allí podría estar a salvo la dotación completa, esperando un rescate en bolsas de dormir pero a salvo del viento y la nieve.

Para controlar los riesgos están "los rojos", el cuerpo de bomberos de la base, que este año integra también una de las seis mujeres que trabajan en el área militar de Marambio. Las otras ocupan los puestos de médica, enfermera, cocinera, meteorólog­a y encargada de la torre de control. La última es Olga Valderrama, una jujeña que nunca había visto la nieve hasta que llegó a la Antártida, que dice estar "feliz" de que haya seis mujeres este año y que nunca se sintió marginada por el género: "Acá compartimo­s todo y hacemos todas las tareas a la par de nuestros compañeros hombres. Somos humanos trabajando en equipo, más que mujeres u hombres", dice. Y lagrimea cuando recuerda a su mamá, allá en Jujuy, que la abrazó fuerte cuando ella le dijo que partía hacia el fin del mundo. Ese abrazo aguanta 5.000 kilómetros.

Tierra. El suelo de la Antártida es de permafrost, una capa de suelo con- gelado que parece una mezcla de arcilla y arena y luce como barro cuando comienzan los deshielos. Ocupa un 20 por ciento de la superficie terrestre y es típico en Alaska, Canadá, Rusia y la Antártida.

Pero la palabra tierra tiene un significad­o especial para la avanzada argentina en el continente blanco. La pista de aterrizaje actual de Marambio fue la primera en la que pudo aterrizar un avión con ruedas en toda la Antártida. Hasta entonces sólo lo hacían pequeñas naves con esquíes que anevizaban sobre glaciares.

La construyó en 1969 un grupo de hombres que subió a la meseta caminando por las cuestas empinadas y quitó a pico y pala, en una tarea durísima, las grandes piedras de la superficie para despejar un área natural plana en la que los vientos barren la nieve caída.

Sobre aquella pista de tierra nació Marambio. Juan Carlos Luján tiene ahora 79 años y estuvo en aquel equipo antártico, pico en mano, haciendo la pista original sobre la meseta helada. Sentado frente a Clarín, recuerda que cuando llegaron al lugar en una avioneta con esquíes se rompió uno de ellos y lo repararon con alambres. "En el 69 el hombre llegó a la luna y nosotros hicimos la primera pista de tierra de la Antártida arreglando los problemas con alambre", ríe hoy, cada vez que el Hércules vuelve a bajar en su pista para que el ciclo Marambio del agua, el aire, el fuego y la tierra comience de nuevo. ■

El viento baja la sensación térmica 10 grados, hace temblar el piso de la Base y provoca mágia: apaga los celulares”

El agua no debe correr mientras uno se cepilla los dientes (sólo se abre la canilla para el enjuague) y no hay plantas a la vista”

Casi no hay comida fresca. Y a la hora del postre, predominan los enlatados: el rey es el durazno en almíbar con dulce de leche”

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FOTOS: MARIO QUINTEROS. Marambio íntima. La base argentina tomada en su totalidad desde un punto elevado, en un día de sol pleno. Al fondo, el Mar de Weddel, salpicado de témpanos.
 ??  ?? Equipo. Mario Quinteros y Héctor Gambini, los enviados de Clarín al extremo del mundo.
Equipo. Mario Quinteros y Héctor Gambini, los enviados de Clarín al extremo del mundo.
 ??  ?? Cocina. Verduras deshidrata­das, puré y huevos, entre los alimentos.
Cocina. Verduras deshidrata­das, puré y huevos, entre los alimentos.
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Aviones. El enlace con el continente durante los meses de verano.

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