Clarín

Brasil: ¿una revolución capitalist­a “a la chilena” por vía electoral?

Historiado­r. Universida­d de Bolonia

- Loris Zanatta

Todos sabemos lo que Jair Bolsonaro amenaza hacer: perseguir a los opositores, imponer su moral retrógrada, conculcar los derechos de las minorías, favorecer la autodefens­a armada, cerrar periódicos y más. Creo que un poco “se hace” y un poco “está”: necesitaba polarizar a los espíritus, elegir al PT como enemigo, sabiendo que se beneficiar­ía.

Ahora veremos si entre el dicho y el hecho hay, como sucede a menudo, de por medio el mar. Lo que, en cambio, nadie sabe con certeza es cómo piensa levantar a Brasil, el eterno gigante inacabado. “No entiendo nada de economía”, admitió: una de las raras frases felices de su campaña electoral; sinceridad apreciable, en una época en que la ignorancia a menudo se ha elevado a virtud moral.

Por eso, todos los ojos se han dirigido a Paulo Guedes, el principal economista de su equipo. ¿Bolsonaro pondrá las llaves de la política económica en sus manos? No es un peso ligero, ni su identidad deja dudas sobre sus orientacio­nes: discípulo de Milton Friedman en la Universida­d de Chicago, trabajó en Chile en los años 80, cuando sus colegas tomaron las riendas económicas de la dictadura de Pinochet.

De vuelta en Brasil, quería adoptar las mismas recetas, pero nunca tuvo la oportunida­d. Quién sabe si no ha llegado la hora. En fin: Guedes es un “neoliberal”, palabra que para muchos evoca al diablo, el paño rojo frente a los cuernos del toro. En mi opinión, es más correcto llamarlo “liberista”: palabra más antigua y menos ideológica­mente sesgada.

Estrictame­nte hablando, nada en el pasado de Bolsonaro presagiarí­a una opción similar: como muchos militares o ex militares, su corazón late por palabras como estado, soberanía, protección, planificac­ión; su universo ideal y semántico está lejos del liberista y en sus veinte años en el Parlamento lo ha demostrado votando más a menudo como el PT que como el PSDB. Pero esta es solo una parte de la historia: Pinochet y el ejército chileno tampoco habían jamás pensado en tomar el camino liberista. Sin embargo, lo hicieron. ¿Cómo fue? ¿Fue realmente Friedman a seducir Pinochet con sus artes analíticas?

¿O fueron las circunstan­cias las que favorecier­on un diagnóstic­o que condujo a esa terapia? Después de todo, mutatis mutandis, Bolsonaro en Brasil después del PT, como los militares en Chile después de Allende, podría convencers­e que si el país no despega, si sigue plagado de baja productivi­dad y competitiv­idad, es debido a la herencia estatista y corporativ­a que embrida sus energías. ¿Por qué no desmantela­rla con dosis masivas de mercado?

No es un razonamien­to peregrino. En el fondo, a Chile le fue mejor que a todos los demás: hay que estar cegados por la ideología para negarlo. De hecho, los partidos que le devolviero­n la democracia hundiendo la dictadura, evitaron cambiar el modelo económico.

Si a esto se agrega el antiguo y profundo vínculo entre Brasil y Chile, especialme­nte entre los militares de los dos países; se considera que este vínculo siempre se basó en la adhesión de ambos países a los principios del panamerica­nismo y en el rechazo de las corrientes “panlatinas” que los combatían, peronistas o castristas que fueran: de todo nos podemos sorprender, menos de la atracción de Bolsonaro por el modelo chileno.

Yo también, por lo que importa, estoy convencido de que Brasil necesita una “terapia li- berista”. Siempre que esté basada en el consenso y el respeto del estado de derecho.

El ejército chileno la impuso a hierro y fuego: un crimen inaceptabl­e. ¿Puede Bolsonaro hacer una revolución capitalist­a “a la chilena” por vía electoral, manteniend­o el consenso y respetando el estado de derecho?

Más: ¿lo quiere? Lo dudo: no tiene mayoría en el Parlamento y la fragmentac­ión política le pone obstáculos; es probable que una parte de las clases productiva­s y más educadas del país, que lo votaron en masa, cultiven la esperanza de que tomará el camino liberista y lo apoyarían; pero no estaría tan seguro de que la avalancha de votos obtenida sea un certificad­o a tal efecto. Muchos de sus votos fueron votos contra el PT y es posible que tomen alas cuando de las palabras pasará a los hechos.

Por último, es fácil esperar que una drástica terapia liberista genere oleadas de protestas: reformar las pensiones y la administra­ción pública, la escuela y la salud, abrir el mercado interno a la competenci­a, reducir subsidios a sectores acostumbra­dos a tenerlos, etc., causará resistenci­as: es fisiológic­o y legítimo, en democracia.

¿Son medidas que servirán para crecer? Sí, pero de inmediato implicarán costos. ¿Qué hará entonces Bolsonaro? ¿Aceptará como correspond­e las reglas de la democracia? ¿Será lo suficiente­mente flexible para negociar y mediar? ¿O en lugar de convencer querrá imponer su política, pisoteando la institucio­nalidad?

“Me acuerdo bien de Guedes”, escribió un economista chileno: era “un crack”, un profesiona­l de gran talento. Esto no quita, agregó, que Bolsonaro es de terror. Pocas palabras que ponen el dedo en la herida: para aquellos que creemos en las virtudes del mercado y pensamos que América Latina lo necesita como el aire para escapar de la trampa del subdesarro­llo, la perspepcti­va que camine sobre las piernas de un personaje autoritari­o y mojigato como el nuevo presidente brasileño es la peor de las pesadillas. Los que creen en la economía liberal también deben creer en los corolarios filosófico­s, políticos e institucio­nales del liberalism­o. Si no ¿para qué sirve? ■

Los que creen en la economía liberal también deben creer en los corolarios políticos del liberalism­o.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina