La cruda realidad
Les habrá pasado de comprar cosas por Internet y tener que ir a buscarlas, ¿no?
La cosa empieza con una página en general bastante linda, bien diseñada, que funciona. Y uno es moderno, tan moderno que para qué irse a recorrer vidrieras o rebuscar quién sabe qué en negocios imposibles, o adivinar dónde venderán esas luces de led que hacen circulitos en las fiestas. Para qué invertir todo ese tiempo si basta una búsqueda y, abracadabra, la lamparita aparece -es fantástica, eh- se puede comparar precios y hasta te contestan veinticinco preguntas en veinticinco minutos. Todo hermoso.
Entonces, si no elegiste que te hagan un envío, llega el momento de ir a buscar las cosas. Y ahí se acabó lo cool. Experiencia número uno: un edificio de oficinas en Once. Camino por pasillitos, hay puertas ciegas con cámaras, puertas blindadas. Toco un timbre, me identifico, zumbido. Adentro hay una chica detrás de un mostrador que está DETRÁS DE UNAS REJAS. Así atiende: estoy en un depósito, hay mucha plata en mercadería, se entiende. Experiencia número dos: no encuentro el local de la dirección hasta que me doy cuenta de que es ahí, donde hay vidrios espejados. Cerradísimo. Timbre, zumbido, mostrador, dos chicas, rejas. Es un depósito, hay mucha plata... etc.
La modernidad online se corresponde con esto. ■