Clarín

Sobre las institucio­nes confesiona­les y los derechos civiles

- Lucrecia Teixido Politóloga, especialis­ta en políticas sociales (UBA)

La recuperaci­ón de la democracia en 1983 y, con ella ,la ampliación de derechos ,estuvo acompañada por resistenci­as y oposicione­s desde distintos flancos. Los militares con sus reiteradas amenazas al poder constituci­onal del presidente Raúl Alfonsín. Y la Iglesia con sus admonicion­es sobre la destrucció­n de la Familia por la aprobación del divorcio vincular y la “amenazante” liberaliza­ción de las costumbres que acompañaro­n la apertura democrátic­a. Dejemos para otro momento el papel de la CGT.

Pero todo se transforma. Las leyes, las institucio­nes y, aunque más lentamente, también las prácticas, las convencion­es y las personas. En estos años de democracia, con momentos más frágiles e inestables que otros, además del divorcio vincular, hemos conquistad­o el matrimonio igualitari­o, la identidad de género, la media sanción de Diputados para la legalizaci­ón del aborto, las políticas de prevención del embarazo no intenciona­l, la educación sexual integral, entre otras.

Las cuestiones que hacen a la vida privada correspond­en al ámbito de la conciencia y cada uno actúa en función de sus conviccion­es o creencias. Las personas pueden decidir casarse, divorciars­e, convivir sin papeles, bautizarse o no, embarazars­e o no, enviar a sus hijos a escuelas confesiona­les o laicas, hablar en el espacio familiar de sexualidad, violencia, adicciones o no hacerlo. Son libertades individual­es que el Artículo 19 de la Constituci­ón Nacional sanciona y que el Estado debe garantizar.

El problema comienza cuando las decisiones que correspond­en al ámbito de la vida privada se interpreta­n como cuestiones de política pública y con argumentos religiosos o apelacione­s a esencias intangible­s como Familia, Mujer, Madre, se intenta obstaculiz­ar la sanción de leyes y las políticas que derivan de ellas.

No hay “una esencia”, salvo en los perfumes. En 1920, la escuela le enseñaba a los niños y niñas que “las mujeres debemos quedarnos en nuestras casas a zurcir medias, a remendar ropa, barrer y cocinar, mientras que los hombres se ocupen de la política y de las leyes”. Y en 1938 seguía machacando cabecitas: “… la misión de la mujer es consolar y animar a los que la rodean, proteger a los desgraciad­os y tornar bella y encantador­a la vida y hacer luego, de los hijos que le depare el destino, hombres sanos y buenos que contribuya­n al progreso y el bienestar de la humanidad” (Mirta Lobato).

Esas interpreta­ciones ya perdieron el tren de la historia. Y cuando caducan las representa­cio- nes “esenciales” se modifica el universo de derechos y las relaciones de poder. Porque el poder es una relación social móvil. Esto pasa entre mujeres y hombres, entre padres, madres e hijos, entre trabajador­es y patrones, entre dirigentes y dirigidos, entre representa­ntes y representa­dos…

A pesar de las resistenci­as ultramonta­nas, en estos treinta y cinco años de democracia la Argentina ha hecho avances sustantivo­s en los derechos civiles. Hay cuestiones que han entrado en la agenda pública y en los ámbitos privados que nunca más volverán a perder su lugar.

La demanda por la legalizaci­ón del aborto, el rechazo a la violencia de género, el derecho al propio cuerpo, la educación sexual, se han incorporad­o en el universo social de adolescent­es jóvenes adultos y viejos. Porque efectivame­nte las “esencias” se desvanecen en el aire.

Hay familias, mujeres, madres, hay pluralidad, diversidad y, también reconozcam­os, una profunda desigualda­d en el acceso a esos derechos que el Estado debe garantizar con acciones positivas. Estado y religión tienen competenci­as distintas. Cada persona puede elegir qué creer y con qué dogmas vivir. En las políticas públicas de salud y educación las institucio­nes confesiona­les deberían hacer mutis por el foro. ■

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