Perdió todo en 2001 y ahora es dueño de un equipo de Indycar
El argentino Ricardo Juncos sufrió la crisis que golpeó al país y con US$ 400 se fue a EE.UU. a probar suerte.
Ricardo Juncos ni siquiera pensó en esa frase que dice que “Estados Unidos es el país de las oportunidades”. Con 26 años, se dio cuenta de que ya no le quedaba nada que hacer en una Argentina devastada. Y con unos dólares que le había prestado su abuela se fue a probar suerte Norteamérica. Fue un impulso. Algo que hizo una persona que no le teme al fracaso y que aprende de los errores. Hoy es dueño de un equipo de Indycar, el Juncos Racing, y no para de crecer.
“Cuando perdés todo como perdí en Argentina estás jugado. Eso capaz que ayudó a irme sin pensar demasiado”, cuenta en diálogo con Clarín.
Juncos nació en Tigre y en edad de secundaria se fue con su familia a Corrientes. Allí vivió hasta los 18 años, cuando decidió independizarse y volver a Buenos Aires. “Me vine en el 94, apenas terminé la escuela, a vivir a lo de un amigo. Ahí arranqué a hacer lo que se podía: fui cadete de escribanía, de empresas de computación y con eso arranqué a pagar una escue- la de pilotos”. Al poco tiempo pudo abrir su propio taller en la esquina de México y Pasco, en Capital, y de pasar a atender a amigos y conocidos llegó a tener unos 200 clientes. Pero la situación del país lo golpeó por todos lados. “La crisis de 2001 reventó todo. Vendimos lo que teníamos para poder comer, cerramos y ya no había más que hacer. Fue difícil tener que aceptar que todo lo que habíamos trabajado se colapsaba”.
-¿Cuando decidiste partir a Estados Unidos qué planes tenías en mente? -Ninguno. Me fui con la mente en blanco, sin prejuicios, sin ninguna esperanza, a conocer un país nuevo y tratar de hacer lo que pudiera. No tenía pretensiones ni dinero. Mi abuela tuvo que prestarme 400 dólares que después pude devolverle. -¿Y cómo fue ese cambio?
-Fue muy difícil por tener que dejar a mi familia en Argentina y porque tenía mucha incertidumbre. Nunca había salido del país, apenas había tomado un vuelo de cabotaje y hasta el avión me sorprendía.
Ese fue el principio del sueño americano. Allá comenzó una nueva vida para Juncos. “Llegué a Miami y me tocó hacer de todo. Fui carpintero y limpié baños”, cuenta quien en Argentina había corrido en Fórmula Renault y en Sport Prototipo. Pero en su cabeza siempre estaba la idea de hacer algo relacionado con el automovilismo. “Al poco tiempo conseguí un trabajo que no me pagaban, dos se- manas a prueba como mecánico en un equipito de karting. Así empezó todo”.
Su talento lo llevó, unos días más tarde, a ganarse un lugar remunerado. Llegó a ser jefe de mecánicos y a los siete meses le ofrecieron ser Team Manager. Ese equipo era nada menos que el de Christian Fittipaldi, ex piloto de Indycar y sobrino del legendario Emerson, bicampeón de la Fórmula 1. Allí comenzó su historia con el automovilismo norteamericano.
“Nunca planeé esto, pero desde chico sueño con cosas y eso nunca paró. Si me preguntabas hace 15 años solo quería no morirme de hambre y armar una vida en otro lado porque en Argentina no lo pude hacer”, afirma. Pero entiende, más allá de la nostalgia, que en el Norte lo adoptaron y le dieron una mano muy grande para hacer una carrera. “En un país como Estados Unidos se te presentan oportunidades permanentemente. El tema es que algunas son producto de la ansiedad de uno, de las ganas que tiene de hacer cosas y no son tan reales. La clave es controlar las ganas y la pasión”, agrega.
Su filosofía, además, tiene una premisa: “No tengo miedo a equivocarme. Lo hice miles de veces y me di cuenta de que lo único que tenía que hacer era corregir el error y aprender de él”, explica.
Con esa idea llegó a armar su equipo propio. Siempre se animó a más, aun sabiendo que un paso en falso lo podía llevar de nuevo al fondo. Pero le fue bien. Ganó montones de campeonatos de karting, triunfó en todas las divisiones formativas de la Indycar y se hizo un nombre en un ambiente que poco a poco se le abre a los latinos. Siempre con la ayuda local.
“Para las 500 millas de Indianápolis de 2017 la categoría necesitaba sumar dos autos porque no llegaban a los 33 que corren siempre. Iba a ser la primera vez en la historia que pasara eso. Entonces me convocaron porque sabían que yo quería entrar y me ayudaron con las negociaciones con un equipo que ya me había pedido una barbaridad de dinero. A los pocos días me llamaron de ese equipo y me hicieron una oferta ridículamente barata en comparación a la inicial. No tuvimos otra opción que aprovecharlo”, cuenta. Una oportunidad única para entrar a la máxima categoría. El resto es una historia de ensueño para un joven que perdió todo antes de volver a ganar.
Hoy cuenta con un taller de primer nivel a 300 metros de la pista de Indianápolis y es escuchado por los dueños de la Indycar y por la comunidad de Indiana. “Me llaman para ver cómo pueden corregir algunas cosas. Me preguntan a mí porque la fórmula que tengo está funcionando y el tener otra visión cultural los atrae. Hace poco me invitaron a dar una charla en la Universidad de Purdue, de las mejores del país, porque los chicos de Estados Unidos se forman en un ambiente de mucha facilidad y querían que les contara mi historia”, revela mientras infla el pecho.
El Juncos Racing hoy sigue trabajando con tres categorías (Pro Mazda, Indylights e Indycar), pero tiene planes para expandirse. “Se nos presentó la opción de representar a Cadillac para correr en la IMSA (carreras de larga duración). Eso y poder correr el año completo en Indy son los próximos grandes desafíos”, termina quien hoy no tiene techo. ■