Un momento para acordarse de las cábalas
Casi nadie lo reconoce explícitamente pero el uso de cábalas salvadoras es de uso y costumbre en las pasiones argentinas. A veces en extremo. Por eso algunos etiquetamientos como mufas a ciertos peronajes -públicos especialmente- terminó por complicar sus carreras. Porque el solo hecho de nombrarlos traía aparejadas desgracias a quienes lo hicieran. Por supuesto que nada tienen que ver con la realidad esas manías extendidas. Y tampoco, se supone, los antidotos usados automáticamente para contrarrestar los efectos cuando se produjo el agravio. Tocarse ciertas partes íntimas es la solución, dicen los militantes de de la autosugestión. Esa es la más grave de las cuestiones esotéricas. Hay otras folclóricas con miles de adeptos. Por ejemplo no dejar las carteras en el piso (se va la plata) ni los sombreros sobre la cama, ni las llaves sobre la mesa. Sin mayores precisiones sobre las supuestas consecuencias. Alguna vez un entendido dijo que los cubitos de hielo para refrescar las bebidas debían ser siempre pares. Dos, cua- tro, seis, según el gusto y el tamaño del recipiente. Un ejercicio que hizo un practicante de estos menesteres dio como resultado que cuando hay mucha gente alrededor de una mesa para comer en la mayoría de los casos suman 13. Y como leyenda de lo ocurrido en la Última Cena, si son 13 los que se sientan a uno puede ocurrirle algo malo. Pero hay una solución de autor anónimo. Tirando una cebolla debajo de la mesa la maldición se neutraliza. No se puede dar el salero de mano en mano, se sabe. Y están la ruda y el agua bendita como elementos compensadores. Son brujerías sin valor alguno. Pero por las dudas... ■