Luchar por los derechos con la exclusión a cuestas
Johanna es argentina, vive en Estados Unidos y es intérprete sorda después de haber trabajado para un servicio de ayuda para personas en esas condiciones que son refugiadas en ese país. Es colaboradora en el servicio de la Web Sordas Sin Violencia, un programa de atención a mujeres sordas e hipoacúsicas que promueve acciones de acompañamiento y acceso a la información a víctimas de violencia ma- chista. Denuncia que hace décadas reclama a través de las Asociaciones de Sordos y de la Confederación Argentina de Sordos que se les otorguen los derechos para poder ser ciudadanos productivos. También exige un servicio telefónico de relevo para sentirse más independientes y llamar con más privacidad, pero acusa que “aquí, el que existe a través de Internet, es muy lento”. Es que en la Argentina sólo en- cuentran obstáculos frente a las fuentes de trabajo: sienten en carne propia la exclusión. Y aclara: “La palabra sordomudo es preyorativa, y es debido a una creencia antigua que asociaba el no escuchar con la facultad de hablar”. Es una falsedad llamarlos de ese modo, ya que ellos pueden hablar y tienen el derecho a estar tan informados como los oyentes, pero una persona sorda necesita verlo, por eso se agrega el componente facial y corporal de un intérprete para dar el énfasis necesario. A raíz de su carta, Clarín le acercó a Lanata la angustia de la lectora, que también acompaña la Comunidad Sorda de la Argentina, y el periodista se disculpó: “Al llamar ‘mudita’ a la intérprete del Congreso, la idea fue mantener la expresión como la llama el lenguaje popular, aunque sea inexacto. Nunca estuvo en mí ofenderlos”.