Un autor genial que también fue controvertido
Dirigió “Último tango en París” y la monumental “Novecento”. Los últimos años debió usar una silla de ruedas, por una fallida cirugía de hernia de disco.
El cine italiano perdió a uno de sus grandes autores: Bernardo Bertolucci murió ayer, a los 77 años, en Roma, víctima del cáncer. Su salud estaba deteriorada desde 2003, cuando una fallida cirugía de hernia de disco lo había condenado a moverse en silla de ruedas: por eso, en este siglo sólo había filmado dos largometrajes, Los soñadores (2003) y Tú y yo (2013).
Había nacido el 16 de marzo de 1941 en Parma, en una familia de intelectuales: su madre era la profesora Ninetta Giovanardi y su padre, el gran poeta Attilio Bertolucci. El propio Bernardo estudió literatura en la Universidad de Roma y ganó un premio de poesía, pero luego desistió de las letras por la dificultad que entrañaba competir contra la figura de su padre. Pero éste, de todos modos, le marcó el camino. El le regaló la cámara de 8 mm con la que filmó sus primeros cortos con su hermano Giuseppe.
Y gracias a él conoció a Pier Paolo Pasolini, a quien Attilio le había editado un libro de poesía, Ragazzi di vita. Pasolini, que vivía en el mismo edificio, lo invitó a ser su asistente de dirección en su opera prima, Accattone. Poco después, Bernardo se basaría en un cuento de Pasolini para el guión de su propia opera prima, La cosecha estéril (1962).
Influido por la nouvelle vague francesa y especialmente por Jean-Luc Godard (“El fue mi gurú: yo pensaba que había un cine antes y otro cine después de Godard”), a los 22 años filmó Antes de la revolución (1964), donde exploraba las contradicciones entre el catolicismo y el marxismo.
Comprometido con la izquierda, influido por el psicoanálisis, Bertolucci siguió reflejando el efervescente clima de la época con El conformista (1970), adaptación de una novela de Alberto Moravia en la que JeanLouis Trintignant interpretaba a un homosexual reprimido que se unía al fascismo. Fue un filme que marcó a una generación naciente de cineastas -Coppola, Scorsese y Spielberg incluidos- y que fue el inicio del trabajo de Bertolucci con el gran Vittorio Storaro como director de fotografía.
Pero fue Ultimo tango en París (1972) el título que le dio fama mundial. También, el que asociaría su apellido a la controversia. Las explícitas escenas sexuales de la relación sadomasoquista entre los personajes interpretados por Marlon Brando y Ma- ría Schneider levantaron en ese momento una polvareda que nunca terminó de asentarse. La polémica se reavivó hace dos años, al calor del #MeToo, cuando Bertolucci sugirió que la escena de la violación no había sido consensuada con la actriz. Después, el director aclaró que sólo no había sido informada del uso de manteca como lubricante, pero los dedos acusadores siguieron señalándolo, porque Schneider ya había dicho que esa escena la humilló y la persiguió durante toda su vida.
Como fuera, en aquellos años la fama se le subió a la cabeza. “Después del éxito de Ultimo tango en París quedé encandilado, con algún que otro desliz hacia la megalomanía. Creía que podía hacer lo que quería, pensaba que el cine podía cambiar el mundo”, admitiría décadas más tarde para explicar su siguiente película: Novecento, su obra más ambiciosa, una epopeya de cinco horas dividida en dos actos que recorre 45 años de historia italiana, de 1900 a 1945, con Robert De Niro y Gérard Depardieu como Alfredo y Olmo, dos amigos atravesados por la lucha de clases.
Un homenaje a su infancia en el campo, donde el pequeño Bernardo se enteró de la existencia de algo llamado comunismo, su forma ficticia de concretar la utopía de la revolución campesina, y su representación de las dos Italias: la comunista y la fascista, la revolucionaria y la burguesa. “Fue un éxito-recordaba-, pero mi idealismo salió frustrado de esa experiencia. Nunca más recuperé aquel ímpetu”.
Sin embargo, algo de épica le quedaba: en 1987 logró que China le abriera las puertas de la Ciudad Prohibida para filmar la deslumbrante superproducción El último emperador, que ganó nueve Oscar, entre ellos los de mejor película y director. Refugio para el amor, su siguiente película, sería más intimista, pero conservaría el espíritu aventurero: fue filmada en el desierto norafricano.
Pequeño Buda, Belleza robada, Cautivos del amor, Los soñadores y Tú y yo fueron los desparejos últimos estertores de una capacidad autoral, que, aun con esos altibajos, se mantuvo intacta. Como su frontalidad a la hora de declarar: “No filmo mensajes -decía-. Los mensajes se los dejo a la oficina de correo”. ■