Tratar de que lo entienda hasta la abuela
Se notaba que había tenido un mal día. Pensé en distraerlo hablando de cualquier cosa y me salió con eso de que Einstein decía que uno realmente no entiende algo hasta que es capaz de explicárselo a su abuela. “Fijate que, sin saberlo, yo hacía eso con mi abuela”, dijo y enseguida agregó: “Pero lo sabíamos ella y yo, nadie más, y ahora te lo cuento a vos porque la discusión que tuve hoy me puso loco”.
Antes de que pudiera preguntarle nada, volvió a la carga: “Porque, admito que la obra duró más de lo que planifiqué, y también costó más, pero todo tiene una explicación”. Ahí fue cuando intenté filosofar sobre la dura tarea del arquitecto, los gremios y la inflación, pero seguía hablando como si no me escuchara. “¿Vos sabés que cuando estaba en el colegio, le recitaba a la Nona las lecciones para comprobar si dominaba el tema? Mi abuela, feliz. Tenía conversación y compañía aseguradas”.
Quise meter un comentario para encauzar la charla pero siguió por donde venía explicándome que cuando empezó la facultad ha- blaba con su abuela sobre historia de la arquitectura griega, medieval, renacentista y moderna. “Creo que la cansé un poco con construcción, programación de obra y costos ¡Pero mi abuela seguía firme, eh!”.
Después volvió con eso de que la obra duró más de lo que había dicho, y que también costó más; pero que él trató de calmar a su cliente. “Ensayé algunas excusas poco creíbles y otras decididamente increíbles. El tipo no se las tragó. Vos sabés cómo es esto, la discusión fue subiendo en temperatura y cuando titubeé, me cortó con eso de ¡andá a contárselo a tu abuela! No entiendo cómo se enteró”. ■