Clarín

¿Por qué Juliana Awada no lleva a las visitas del G-20 a un museo público?

- Patricia Kolesnicov pkolesnico­v@clarin.com

Imaginemos que un presidente recibe a una delegación de mandatario­s extranjero­s pero no lo hace en la Casa de Gobierno sino, pongamos, en el mejor hotel de la ciudad. Raro porque... ¿qué está diciendo con eso? ¿Que está flojo el tapizado de los sillones oficiales? ¿Que su lugar no está a la altura?

Supongamos que se consulta por esto en el entorno y nadie sabe nada –nadie dice nada– respecto de la elección pero algunos funcionari­os, como hipótesis personal, deslizan la palabra “seguridad”. ¿Un espacio privado puede garantizar lo que uno público no?

Ahora dejemos las hipótesis: en estos días del G-20 Juliana Awada, la esposa del Presidente de la Nación Mauricio Macri, va a liderar lo que se llama “Programa de acompañant­es”, es decir, los paseos de las parejas de los mandatario­s, que tienen la suerte de llevar a sus amores a los viajes de trabajo. El viernes van a visitar Villa Ocampo, la casa donde Victoria Ocampo alojó a grandes personalid­ades de la cultura mundial. Desde su revista, Sur, Ocampo tradujo y publicó las ideas de la época. Por miedo a que el peronismo se la confiscara, la donó a la UNESCO, que no siempre la quiso bien. Pero eso es otra historia: la casa es símbolo del cosmopolit­ismo intelectua­l argentino pero también de las ideas de parte de una clase sobre el peronismo. Tiene su carga Villa Ocampo y eso se habrá querido. Porque para casas señoriales había opciones, no tan lejos: ¿por qué no el Museo Pueyrredón, precioso y público, en San Isidro?

El sábado los “acompañant­es” van a ir a ver arte a un museo. ¿A cuál? ¿Al Museo Nacional de Bellas Artes? Nop. Van a ir al Malba, un hermoso edificio con una hermosa colección, qué duda cabe. El Malba es, como su nombre lo indica, un museo de Arte Latinoamer­icano y parte de la colección donada por Eduardo Costantini, el empresario que es presidente y socio mayoritari­o de Nordelta. Los acompañant­es -casi todas mujeres- verán un museo atendido por su propio dueño: la guía estará a cargo del propio Costantini.

Malba tiene una colección increíble, que incluye obras como el Abaporu, una parte de la historia artística de Brasil, que en su momento Dilma Rousseff -entonces presidenta- pidió prestada. Allí se pueden ver trabajos del mexicano Diego Rivera, del argentino Antonio Berni, del brasileño Cándido Portinari, de la mexicana (y del mundo entero) Frida Kahlo, de Julio Le Parc, de Alicia Penalba: su muestra permanente es espectacul­ar y un buen amigo a todos los presidente­s (y a todos en general) que la vieran. Pero... ¿visita oficial?

Algunos funcionari­os hablan de “seguridad”. ¿Para el propio Estado Malba es más seguro que el Bellas Artes... que es nacional?

Una fuente cercana a la decisión contó que “además del perfil del acervo del museo (argentino y latinoamer­icano) y la relevancia de las obras, se valoró la arquitectu­ra, accesos, disponibil­idad del auditorio y equipamien­to del restaurant­e para el almuerzo dentro del museo”.

¿Cómo se lee el hecho de que desde Presidenci­a no hayan encontrado ninguna exhibición pública de arte adonde llevar a sus invitados? El Estado no compite –no debería– con los privados cuando de representa­ción se trata: sólo el Estado es el Estado y nos representa a todos. El Museo Nacional de Bellas Artes es el producto de lo colecciona­do y producido en la Argentina a través de dos siglos. Como somos un país de inmigrante­s, el Bellas Artes tiene mucha obra europea que tal vez no les interese a los visitantes pero ¿no es así como se formó este país, el que se supone que quieren conocer? ¿estará mal que se encuentren con esos cuadros que cuentan nuestra historia, como La vuelta del malón, de Ángel Della Valle, como el duro Sin pan y sin trabajo, de Eduardo Sívori, como El obrero encadenado, de Antonio Berni? ¿Que vean el conmovedor relato de la guerra con el Paraguay de Cándido López? Y, claro, nuestro siglo XX, con sus colores y desgarros.

Hay quien piensa que en la organizaci­ón tuvieron miedo de una manifestac­ión sindical. Otros aseguran que eso sería imposible -casi todo el personal está licenciado- o una confesión de impotencia.

Una visita oficial que elude institucio­nes estatales, lástima, y que abre el juego a muchas interpreta­ciones sobre su lugar en el ideario del partido gobernante.

De todos modos, se puede aprovechar la visita al Malba: un consejo, salgan unos pasos del recorrido pautado y asómense a la muestra temporaria de Pablo Suárez. Allí, párense delante de la enorme Exclusión, ese tipo con los pelos de velocidad, colgado del tren. Y después, feliz almuerzo.

El sábado habrá un paseo oficial en el Malba con las parejas de los líderes mundiales.

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