Esclavos en Italia: 100.000 personas son explotadas para las cosechas
La mayoría son extranjeros sin papeles, según informes de Cáritas y de la mayor central obrera del país.
Aislados en los campos, donde el rojo de los tomates que cosechan se mezcla muchas veces con su propia sangre, con sus familias que viven peor que ellos y sus hijos que a los 14 años no saben leer ni escribir, 100.000 esclavos extranjeros y también italianos, igualados por la miseria, traba- jan en la ilegalidad y a sus explotadores les generan ganancias superiores a los 5.000 millones de euros anuales, según informes de Cáritas y de la mayor central obrera de Italia .
Miles de caporales, como llaman a los capataces, se encargan de contratarlos y reprimirlos cuando hace falta, ahogando las protestas.
Esto sucede en el subdesarrollado sur del país, pero también en el norte rico y próspero que se escandaliza en su moralina con las historias espeluznantes que se cuentan de los terrones (los habitantes meridionales).
La Cáritas diocesana y la Confederación General Italiana de Trabajo (CGIL) han publicado informes sobre un fenómeno en expansión, que será aún más difuso y terrible con la nueva ley de seguridad del gobierno populista aprobada por el Parlamento: la norma quita más derechos a los inmigrantes ilegales que atravesaron el Mediterráneo (y aún lo hacen, aunque cada vez menos) para llegar a la civilizada Europa con la que soñaban.
Aquellos sueños son hoy pesadillas. Y no sólo para los africanos: también hay muchos rumanos, polacos y balcánicos entre el ejército de esclavos de las cosechas, más miles de italianos pobrísimos y unánimemente del sur de Italia. Los voluntarios de Cáritas, el organismo mundial que se ocupa de la ayuda a los más débiles en la Iglesia, han ido a excavar en el horror de una explotación que lleva muchos años en plena prosperidad.
Según algunas denuncias, las falanges de los esclavos del siglo XXI llegan a 400.000 en épocas de cose- chas. No todos los que venden sus brazos son clandestinos, porque hay zonas en las que rige una mayor legalidad y porque cada tanto muere una tanda de esclavos y se prometen medidas drásticas que duran poco. Las mafias, por supuesto, tienen mucho que ver con este tráfico.
Cáritas dice que el 89% de los peones extranjeros no sabe expresarse en italiano. El 71% no tiene documentos: son los llamados “invisibles”. Además, en el 36% de los campos no hay agua potable y también son cosa rara los servicios higiénicos.
El Osservatorio Rizzotto de la CGIL saca conclusiones parecidas respecto de la sobreexplotación que reina en el sector agroalimentario italiano: estima que seres humanos de 47 países se rompen la espalda, duermen amontonados y viven una vida de infierno por un mecanismo que ampara la gran distribución de alimentos.
Los voluntarios de Cáritas ponen el ejemplo de los invernaderos en el sur, que forman gigantescas prisiones de plástico que engullen a los inmigrantes aislándolos del mundo.
Los caporales cuidan que no se acerquen los voluntarios católicos ni los sindicalistas. Consideran que la mano de obra es de su propiedad y continuamente amenazan con represalias que se cumplen.
Los esclavos compiten entre sí. Los tunecinos, más avanzados, reclaman la sindicalización y la legalidad y pelean con los rumanos que quieren desplazarlos y se muestran más dispuestos. Cada tanto la protesta produce un muerto. El mártir que llegó a conmover a la Italia de las grandes ciudades, hace unos meses, se llamaba Soumaila Sacko: 30 años, de Mali, siempre en primera línea para defender los derechos de los esclavos en la llamada Planura de Gioa Tauro, una zona de mafia. Un disparo de fusil acabó con este rebelde.
En Piacenza, al norte, otro africano sindicalista pagó esa audacia con su vida: estaba quejándose por la miseria de salarios a 2 euros por hora. Esa es la clave de la explotación. Se pagan 3 o 4 euros por un cajón enorme de tomates. Diez horas de trabajo equivalen a 20 euros, máximo 30.
El gobierno populista de Giuseppe Conte acaba de quitar un fondo de 30 millones de euros para la asistencia médica de los inmigrantes. Y con la nueva ley de seguridad ya no hay permiso de residencia por razones humanitarias. Quienes llegan por el Mediterráneo están siendo echados de los centros de acogida y engrosarán el ejército de esclavos que se venden a cualquier precio para todo trabajo, sobre todo como peones agrícolas.
La profesión de los caporales está en auge: se estima que 30.000 empresas recurren a ellos. Todavía no hay noticias del tendal de muertos que deja esta sobreexplotación. Pero se repiten los accidentes de las camionetas repletas de esclavos; 10 polacos fallecieron hace poco en el sur. Muchos mueren de enfermedades, malnutrición, insolados o deshidratados.
El Estado italiano podría ganar la lucha contra la esclavitud en los campos si tuviera voluntad política sincera. Pero con hipocresía el fenómeno sigue propagándose: todos saben que, sin la sobreexplotación, la agricultura italiana en muchas regiones no sobreviviría. ■