Clarín

De chica la operaron en el Gutiérrez y ahora agradece con su música

Cecilia Ferrare (43) toca en la Sinfónica Nacional de Ciegos. A los siete meses la atendieron en el Hospital de Niños, lo que le permitió ver hasta los 29 años.

- María Sol Porta

Si sólo fuera por su nombre, podría decirse que Cecilia Ferrare estaba predestina­da. Homónima de la santa patrona de la música, desde chica se interesó por los ritmos y las armonías, en una pasión que la llevó del canto al contrabajo, y de allí al oboe.

Pero en otro aspecto Cecilia supo torcer su destino. Nació con cataratas congénitas, una patología que la condenaba a ver el mundo con lupas, primero, y que la dejó ciega a los 29 años. De chica se había anotado en todos los talleres a contraturn­o que organizaba su profesor de música de la escuela primaria. De adolescent­e sentía que, a causa de su condición, jamás iba a poder vivir de eso. Hasta que un día, en la escuela para ciegos donde concurría para aprender braille, escuchó voces que llegaban desde el patio: un coro cantando.

A casi treinta años de ese momento, todavía recuerda lo que pensó entonces: “Hay música”. Varios años de conservato­rio después, ingresó por concurso en la Banda Sinfónica Nacional de Ciegos “Pascual Grisolía”. Hoy, con 43 años y tres hijos, es primer oboe y vive de su pasión.

Pero Cecilia tiene además otra historia para contar. A sus siete meses, sus padres notaron que tenía dificultad­es para ver. Existía una cirugía que podía prolongar sus capacidade­s visuales por un tiempo. Sin recursos, fue operada en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. “Gracias a ellos pude ver hasta los 29 años", dice.

Por las vueltas de la vida, hoy ocupará su puesto en un concierto a beneficio de la cooperador­a del hospital (ver “Hoy...).

Más allá de la oportunida­d artística, para Cecilia representa un modo de devolver algo de lo recibido. Dos de sus tres hijos también tienen problemas de visión y fueron atendidos en el Gutiérrez. "Mis padres siempre me comentaron lo bien que nos habían tratado, y fue lo mismo que viví yo después como mamá”, destaca.

Con más de sesenta músicos, la Banda Sinfónica Nacional de Ciegos es la única del mundo en su tipo. Existe desde 1947, y desde hace un año pertenece a la recienteme­nte creada Dirección Nacional de Organismos Estables –a cargo de Mariela Bolatti-, que también nuclea al Coro Polifónico Nacional de Ciegos, además de la Orquesta Sinfónica Nacional, el Ballet Folclórico Nacional y los coros de jóvenes y niños, entre otros elencos.

Sus integrante­s estudian con notación en braille pero, a diferencia de los demás músicos, deben memorizar cada repertorio. El otro gran desafío es la dirección. Para dar las indicacion­es a los músicos, sus titulares deben emplear pequeños sonidos en lugar de gestos: golpecitos en el atril, soplidos o ruidos con los pies. Hasta la forma de respirar es un indicador, en el caso del coro.

“Los directores deben buscar un lenguaje para comunicars­e”, explica Cecilia. "Cada uno tiene su estilo. A veces es necesario ponerse cerca de un músico para indicarle algo. Al estar a diferentes distancias, todos tenemos una percepción distinta”.

Fue sin dudas una tarea novedosa para Federico Sardella, el actual director. “No hay una metodologí­a pre- via. Hubo que inventar un lenguaje. El gran ingredient­e fue la solidarida­d, la paciencia que me tuvieron ellos y la ambición de buscar juntos una manera de trabajar”, señala.

Sardella no conocía de la existencia de la banda hasta que lo invitaron a preparar un concierto con ellos. Tras esa experienci­a, le propusiero­n seguir como titular. Para Sardella, mientras en una banda común el repertorio gestual del director es fundamenta­l, en esta la clave es la preparació­n. “El otro punto esencial es el enorme trabajo de memorizaci­ón que hacen los músicos”, afirma.

Es hora del último ensayo antes del concierto y los músicos dan el presente. Cecilia ocupa el sitio destinado al oboe solista, cerca del atril. En minutos, el director dará la indicación y sonarán los instrument­os. Habrá música. Como aquella vez en el patio de la escuela, cuando Cecilia supo que, pese a todo, podría llegar a vivir de su vocación. ■

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JUAN MANUEL FOGLIA Vocación. Cecilia toca el oboe. Cuenta que desde chica se interesó por la música.

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