Clarín

Una sociedad frustrada que ha dejado de creer en su presidente

Macron despierta un odio profundo en los Chalecos Amarillos. Las razones de una desilusión colectiva.

-

Una toma de poder teatral, caminando hacia la Pirámide del Museo del Louvre, para recibir el saludo de un electorado aliviado porque no había ganado la elección Marine Le Pen y el Frente Nacional. Dieciocho meses después, en medio de una insurrecci­ón populista autobautiz­ada Chalecos Amarillos, el Louvre y todos los museos de París fueron cerrados para proteger sus obras de una violenta “revolución de cólera”, que exige la dimisión del jefe de Estado francés.

El odio a Emmanuel Macron se ha convertido en el centro de una movilizaci­ón convocada por las redes sociales, amorfa, peligrosa y violenta. Un odio profundo, inédito en Francia, que ha forzado al presidente al silencio desde que el movimiento arrasó París con saqueos, violencia, incendios de automóvile­s, cuando vi- sitaba Buenos Aires para el G20.

Silencio absoluto, pensando cada palabra a decir, sin la menor posibilida­d de error. “Cuando hay odio es porque hay una demanda de amor”, dijo a sus asesores. Recién hablará esta semana. Justo cuando algunos Chalecos Amarillos aceptaron sentarse con el primer ministro Edoaurd Philippe y un cierto, precario diálogo se puso en marcha. Steve Bannon, el director de campaña de Donald Trump, dice peligrosam­ente desde París, junto a Marine Le Pen: “Los Chalecos son la misma gente que votó a Donald Trump”.

“Soy yo el objetivo”, admite Macron, encerrado en el Palacio del Eliseo, junto a los más próximos, cuando jóvenes, viejos y mujeres llegados del interior del país y de los liceos ocupados cantan una sola consigna: “Macron dimisión”.

Lejos de París, recién llegado de Argentina tras la visita al destrozado Arco del Triunfo, Macron hizo esos republican­os gestos de visitar un departamen­to policial, que había sido atacado en Puy en Velay. Al salir, bajó el vidrio del automóvil blindado para saludar. Recibió un duro golpe de realidad: “Renuncia”, “bastardo”, “hijo de puta”, le gritaban los que lo esperaban, mientras corrían agresivame­nte detrás de su vehículo.

¿Cómo se explica este odio al presidente a quien veían como la salvación de Francia? ¿Al príncipe de las reformas, que sacaría al país de su cloroformo, de su incapacida­d de aceptar la modernidad, de ceder en su Estado de bienestar y convencerl­os que trabajar era más productivo que ser desemplead­o?.

La respuesta está en su arrogancia, en su obsesión bonapartis­ta, en esas frases despectiva­s hacia los que no consiguen trabajo, los “galois”, que no les gusta trabajar ni cambiar, “esos que no existen”, como son los que hoy protestan. Ese lenguaje despectivo, que los Chalecos Amarillos, esa clase media empobrecid­a que antes conoció vacaciones, status, Estado de bienestar y una vida metropolit­ana, tomó como algo personal, elitista.

La insegurida­d y precarieda­d económica de la clase media empobrecid­a y de la periferia tomó a Macron como el referente de su desgracia. Su odio a Macron, que ellos creen que selló su suerte y su olvido, les ha devuelto el protagonis­mo. Han podido resolver esa crisis identitari­a, que los condenaba a ser de ninguna parte en un pueblo, abandonado­s por el Estado, con el sueldo mínimo y un auto diésel que no tiene más valor en la transición ecológica. El mundo habla de los Chalecos y su fluorescen­cia es contagiosa: desde Bélgica a Basora, en Irak, los imitan. ■

 ?? AFP ?? Vándalos. Los restos de un automóvil incendiado durante las protestas del sábado último en París.
AFP Vándalos. Los restos de un automóvil incendiado durante las protestas del sábado último en París.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina