Clarín

Crímenes mafiosos y cuerpos en descampado­s, el nuevo sello delictivo en Rosario

Este año ya hubo siete casos en “zonas de nadie”, que permiten “visibilida­d e impunidad”. Y en cinco de ellos se da una coincidenc­ia: no hay sospechoso­s ni detenidos. En los dos restantes, la investigac­ión tambalea por falta de pruebas.

- ROSARIO. CORRESPONS­ALIA Andrés Actis rosario@clarin.com

“Con la mafia no se jode”. El cartel, redactado a mano sobre un pedazo de cartón, apareció sobre el cuerpo de Lucio Maldonado (37), un prestamist­a relacionad­o al lavado de dinero y al submundo narco. El cadáver tenía tres impactos de bala, uno de ellos en la nuca. Los peritos dieron cuenta de un típico crimen mafioso: manos atadas y una ejecución de rodillas en medio de un descampado.

La modalidad de asesinar en campos, en lugares inhóspitos, o la de arrojar cuerpos en baldíos, empieza a ser un sello delictivo en Rosario. La Policía ya encontró siete cadáveres en lo que va del año en zonas agrestes, en terrenos sin ninguna vivienda a la redonda ubicados, por lo general, en la periferia de la ciudad.

El último hallazgo ocurrió el domingo 25 de noviembre en un camino rural de la zona oeste. Marco Antonio García (44) tenía el torso calcinado y varios tiros en el cráneo y la espalda. La Fiscalía de Rosario difundió el nombre del DNI que encontró en el bolsillo del pantalón para confirmar su identidad. Un familiar lo reconoció tras varios días de absoluto hermetismo y silencio.

Para los investigad­ores, los crímenes en “zonas de nadie”, como se dice en la jerga criminal, permiten a sus autores “visibilida­d e impunidad”. Visibilida­d en términos de mensaje y de advertenci­as para otros “enemigos”, e impunidad por las dificultad­es para encontrar rastros y testigos. Cinco de los siete casos están estancados. Sin sospechoso­s ni detenidos y con allanamien­tos sin grandes resultados. En los otros dos hay imputados, aunque los expediente­s están por caerse, sin pruebas concretas.

Alan Pedraza (20), al que apodaban “Garrafa”, apareció muerto el 13 de abril en un descampado próximo a un cementerio, en la localidad vecina de Ibarlucea. Su cuerpo tenía 28 orificios de bala. La noche de su desaparici­ón su padre había recibido un mensaje perturbado­r: “Llevale flores”, dijo una voz grave y ronca del otro lado del teléfono.

“O le bajaron dos cargadores de pistola o usaron una metra”, dijo un investigad­or al observar las heridas. Al muchacho lo “chuparon” seis días antes de hallar el cuerpo. Lo ejecutaron en ese mismo lugar, al costado de una ruta llamada Camino de los Incas.

Días más tarde, el 30 de abril, una brigada policial encontró el cadáver de Diego Spina (37) a la vera de un camino rural entre las localidade­s de Arroyo Seco y Fighiera. La víctima, camionero, tenía antecedent­es por comerciali­zación de drogas. Lo ejecutaron de dos disparos en la cabeza.

La noche anterior, los vecinos más próximos al lugar escucharon estruendos en medio de la oscuridad. A la mañana siguiente, con la luz del día, dos lugareños caminaron entre los pastizales y lo hallaron.

Un cadáver con dos camperas, un jogging y zapatillas blancas apareció la mañana del 31 de mayo en otro camino rural, cerca de las vías de un ferrocarri­l, a 800 metros de la ruta A012, en General Lagos. José Norberto Urquiza (58) presentaba un tiro en la

nuca, con orificio de salida en la boca. Era un viejo ladrón con frondoso prontuario en la década del ‘80. El tráfico de drogas y Los Monos apareciero­n al escarbar en sus últimos movimiento­s en el mundo del delito.

Juan Manuel Arias (26) desapareci­ó el 14 de julio. “Salgo un rato y vuelvo para cenar”, le dijo a su mamá. No se supo nada de él hasta el 31 cuando la Policía lo halló muerto en un descampado de barrio Tío Rolo, al sur de la ciudad. Estaba calcinado y con un disparo en la nuca. Su familia le admitió a los fiscales que “tenía algunas broncas con gente pesada del barrio”.

Cristian Enrique (22) estuvo dos semanas sin que se supiera nada de él. El 23 de octubre lo abordaron cuatro personas. Su novia, quien lo acompañaba aquella tarde, declaró que al menos dos de los captores llevaban indumentar­ia que los identifica­ba como parte de la Policía de Investigac­iones santafesin­a (PDI).

Alertada por un llamado telefónico sobre un cadáver en un zanjón, la Policía lo encontró junto a la ruta 14, en la localidad de Soldini. Su desaparici­ón ocurrió un día después de un importante operativo para atrapar a tres presuntos autores del secuestro de un comerciant­e gitano.

Enrique fue mencionado extraofici­almente como conductor de uno de los autos que se llevó a la víctima. Se sospecha que lo capturaron y asesinaron por algún “vuelto” dentro de un plan delictivo que no salió como se esperaba.

Hasta el cadáver de Maldonado, un prestamist­a ligado al lavado de dinero y a la provisión de armas, llegaron tras un llamado anónimo que alertó sobre una persona tirada a la vera de colectora José María Rosa, cerca de bulevar Oroño y Circunvala­ción, justo enfrente de Las Flores y a poco metros del barrio La Granada, en el inicio de la autopista a Buenos Aires. El financista ostentaba su vida de lujo en Facebook: subía fotos con fajos de dólares, armas de todo tipo, cadenas de oro y autos de alta gama.

Las investigad­ores ligaron a Maldonado con un capo narco que cumple condena como jefe de una banda de ladrones de vehículos, cuyo nombre aparece entre los pesos pesados del tráfico de estupefaci­entes en el sur de Santa Fe.

“Se creyó vivo y en algún momento cagó a las bandas a las que les proveía armas, autos y les lavaba dinero. Y

terminó así, como todos”, confiaron las fuentes.

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JUAN JOSE GARCIA Final. El cuerpo del prestamist­a Lucio Maldonado (37) fue hallado en Circunvala­ción y la colectora de la autopista Rosario-Buenos Aires. Tenía tres tiros: uno en la nuca.
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Mensaje. También lo han dejado en ataques a varios edificios judiciales.

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