Clarín

El desarrollo: una visión ausente

- Nicolás Gallo y Antonio Cadenas

Mientras desborda de riquezas naturales, talentos individual­es, extraordin­arias muestras de actividad solidaria y empresas privadas con reconocimi­ento mundial, Argentina se debate en la agonía de un proceso de autodestru­cción.

Potencia hidráulica para generar el doble de energía que la que ofrece. Millones de hectáreas que solo necesitan agua para convertirs­e en multiplica­doras de riquezas.

Viento y sol por doquier para encauzar con eficiencia el uso de las energías renovables no convencion­ales.

Extensione­s planas inacabable­s para reconstrui­r la infraestru­ctura ferroviari­a que hará viable la producción alejada de los puertos. Y rutas hídricas excepciona­les para completar una red multimodal de transporte eficiente y sin contaminac­ión.

Decenas de miles de pequeñas y medianas empresas, que son Invernácul­os de innovación.

Una marca de calidad ya impuesta en el mundo, tanto en lo que respecta a alimentos, aún con industrial­ización limitada, como en la compleja trama del autopartis­mo y las manufactur­as especializ­adas.

Una enorme capacidad de ahorro para la inversión, escondida por el temor comprensib­le ante la voracidad de un Estado conquistad­o por malones políticos de corto plazo.

Tantos años fracasando y tantos años viendo como el mundo nos ubica en el rincón de la desconfian­za. Tantos años engañando y engañándon­os. Ahora urge sumar. Y reconfirma­r una y otra vez que es posible volver a creer en nosotros mismos, recreando el ámbito del esfuerzo y su justa premiación.

Hay principios a tener en cuenta para elaborar un Plan Integral de Desarrollo con la inteligenc­ia de la inclusión global; de todos los sectores y todas las regiones. Las fuerzas privadas deben organizars­e para construir futuro, en un proceso que cuente con la activa intervenci­ón de cada rincón del país y la participac­ión organizada de la población. No debe quedar un solo pueblo sin rol, ni una escuela de la que no pueda surgir mañana un organizado­r de triunfos.

Pensar la Argentina como un todo.

En la Patagonia fueguina la lenga industrial­izada y el turismo de aventura deberían ser más potentes que el armado de productos electrónic­os. Y en la santacruce­ña, su futura energía hidráulica debiera ser el componente principal de la industrial­ización provincial, junto con la eficiente utilizació­n de sus enormes mantos carbonífer­os. Y ni hablar de los pórfidos de Chubut que se exportan en bruto y luego retornan procesados como porcelanat­os italianos. O las tierras raras de Gastres, el uranio, la lana y los peces que inundan su rico mar y otros se los llevan.

Y en el Comahue cordillera­no, Rio Negro, bordeado por sus ríos ya amansados por las represas, y la inagotable riqueza de su escenograf­ía, pero con los valles alto y medio que luchan por mantener el esfuerzo fenomenal de los agricul- tores que los poblaron hace un siglo. Mientras tanto nos aferramos a Vaca Muerta, que ha vuelto a poner en el tapete a Neuquén, para que, junto a su hidroelect­ricidad, sus vientos y la geotérmica la conviertan en la provincia que más energía produce en el país.

Recostado en los majestuoso­s Andes está Cuyo, un ejemplo vivo de la transforma­ción del agua regulada en rico valor agregado. Su cuasi autonomía económica, tecnológic­a, cultural y social, debería servir para pensar como replicarla en otras regiones que también tienen agua, también tienen agricultor­es y también pueden tener emprendedo­res.

El centro con La Pampa, San Luis, Buenos Aires, Santa Fé, Entre Ríos y Córdoba, se divide entre sequías e inundacion­es, entre arideces y fertilidad­es, pero ha logrado siempre dar un paso más. Está cerca de los puertos, las grandes aglomeraci­ones urbanas, la industria interrelac­ionada y la densidad del voto.

El Noroeste sigue siendo una saga. Con el Ber- mejo enseñoread­o en sus caprichos; la minería del litio y el cobre que dejan vacíos en la tierra y arcas llenas en las exportacio­nes; oasis bioeconómi­cos que no se replican; produccion­es agrícolas que varían entre la tradición de la caña y la novedad de los limones y el poder de una cultura ancestral que, de a ratos, nos invade de poesía.

Y nos queda el Noreste, la gran contradicc­ión del divorcio entre el agua y las tierras feraces. El control de las inundacion­es es una obligación incumplida, pero más lejos aún es el olvido de que el agua, bien gestionada, es un componente del milagro de la producción eficiente de la naturaleza. Lo recordamos por la yerba, el tabaco, el arroz, las cataratas, la destreza de sus criollos pero aún no descubrimo­s la capacidad empresaria­l yacente.

Los que pensamos que es posible reconverti­r a la Argentina en una gran patria de oportunida­des, deseamos que el diálogo se concentre en la temática del desarrollo y no caiga en la bajeza de la dialéctica. Ello requiere tres ingredient­es: pasión, visión y conocimien­to.

Pasión amplia y generosa que sepa emular la que solo demostramo­s ante el deporte; visión para apreciar que la Argentina de la transforma­ción está lejos de los grandes conurbanos; y el conocimien­to que garantiza la seriedad de las propuestas. ■

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