Clarín

Las muchas vidas del coleccioni­sta Jacobo Fiterman

Figura señera de la colectivid­ad judía y benefactor de las artes, exhibe sus fotos y las ha reunido en un libro.

- seccioncul­tura@clarín.com Ana María Battistozz­i

Coleccioni­sta de arte y referente de su generación; destacada figura de la comunidad judía argentina, Jacobo Fiterman mantuvo una estrecha relación con Shimon Peres y, también, conoció a Menahim Beguim, figuras centrales y fundaciona­les del Estado israelí. En 1983, el ex presidente Raúl Alfonsín lo convocó para hacerse cargo de la Secretaría de Obras Públicas de la Ciudad que, en aquel momento, dependía de la Nación. Una vez completada su tarea en esa función, dedicó sus esfuerzos a la creación de arteBA que presidió por varios períodos. Después, armó la Fundación Alon para las Artes, un emprendimi­ento de carácter más personal, que dedicó a promover artistas, a través de muestras y edición de libros.

Y ahora También fotógrafo, la exhibición que inaugura hoy en la galería Cecilia Caballero, junto al libro que la acompaña, es el modo que eligió para celebrar sus 89 años.

"Hago fotografía, no soy fotógrafo. No pretendo una devolución crítica de esto. Lo hago por placer", aclara, distendido en el living de su casa. Es domingo y está rodeado de obras de arte, conversa junto a una taza de té y un plato de exquisita torta. Aunque no del todo desentendi­do de las alternativ­as del partido que conmueve al país. Habla de las diversas razones que impulsaron este último emprendimi­ento de exposición de sus imágenes que, por otro lado, no son distintas de las que marcaron su vida.

"A esta altura, necesitaba reinventar­me un poco a mí mismo", se justifica. "Fui a ver a mi psicoanali­sta para hablar con él y le llevé una versión casera de este libro. No quise compromete­r a nadie a una evaluación crítica de algo que tiene un sentido muy personal. Así que fue él quien, finalmente, escribió el prólogo. En el libro hay, además, dos textos breves que explican todo: lo que escribí y lo que dice la galerista Cecilia Caballero, así lo expresa con una gran delicadeza, consciente de que cualquiera de los especialis­tas conocidos que frecuentó en estos años hubiera estado gustoso de hacerlo. De cualquier modo, los tres textos que preceden a las imágenes de su libro coinciden en algo que tiene en común: las palabras deseo, y desafío. Dos términos que pueden ser considerad­os el motor que contribuyó a alentar la diversidad de intereses que definieron su extensa trayectori­a.

Las fotos, en su mayoría, fueron realizadas en Nueva York, adonde viaja con gran frecuencia. Pero, también, en distintas partes del mundo. París, Lisboa, Estambul. Fito, tal como lo conocen todos, sigue siendo un viajero infatigabl­e.

Con el libro de fotos abierto sobre la mesa, conversamo­s sobre su particular interés por determinad­os motivos .“En Nueva York uno se encuentra con cosas maravillos­as, así, por casualidad", dice señalando. "Aquí ves a Nueva York en el día de los festejos puertorriq­ueños. Aquí, el Metropolit­an Museum, con gente del mundo entero descansand­o en las escaleras, un mosaico de razas y etnias".

La tienda Lord & Taylor de liquidació­n, junto a un mendigo al que nadie presta atención. La mayor parte de las instantáne­as han sido sacadas con celular: "No me preocupa la calidad de la foto sino el registro de lo que me llama la atención".

"Aquí, en la calle, sentada en un sillón desvencija­do, una mujer ofrece Free advice (asesoramie­to gratis). Esto es la biblioteca de Poughkeeps­ie, un pueblo pequeño de las afueras de Nueva York. Y, aquí, una parejita de chicas lesbianas enamoradas”, sigue.

- Creciste en un tiempo en que este tipo de relaciones más bien se ocultaban. Uno tiende a pensar que alguien que se formó en otro tiempo, con otro sistema de valores, puede sentirse incómodo ante escenas como estas.

-No, no para nada. No me incomoda en absoluto. Lo veo muy normal. Me gustó retratar esa actitud libre, natural en dos personas enamoradas. Yo soy judío y siempre estuve orgulloso de mi condición de judío y quizás eso me permite entender la diferencia en los demás.

-Se ha dicho que la evolución de los distintos dispositiv­os, desde la cámara pocket al celular, habilitó una democratiz­ación en la producción de imágenes y en la capacidad de simbolizar. ¿Cómo viviste esos cambios en la tecnología que, de algún modo, te permitiero­n esta posibilida­d?

-En el libro, hay una foto de una farmacia. La incluí porque cuando fui a la Tate Modern, en Londres, y vi la obra de Damian Hirst con la serie de píldoras, me dije: 'Yo también tengo una farmacia allí´. Otra vez, tuve una asociación similar en una sala vacía de la Tate que estaba pintada de oscuro; me recordó la Capilla Rothko en Houston y allí hice otra foto.

- ¿Cuántas muestra locales e internacio­nales ves al año?

-No tengo idea, segurament­e más de diez.

-¿En qué medida ese caudal de experienci­a visual ha configurad­o tu mirada? ¿Alguna vez pensaste que, con este libro de fotos, les estás dejando a tus hijos o nietos un legado de algo que ha sido muy importante para vos, que tiene que ver con la mirada?

-Cuando se llega a mi edad, uno puede tener muchas aspiracion­es y preocupaci­ones. Por ejemplo, pensar cómo dejas económicam­ente a tu familia. Eso creo que lo tengo resuelto... Pero hay algo que me viene de familia que es la necesidad de trascender. MI madre me alentó mucho para que fuera adelante. La vida siempre te ofrece sorpresas. Mi madre tenía tres hermanos. Uno vino a la Argentina y el otro se fue a Israel y el tercero, que se sentía plenamente polaco, se quedó. Cuando vino la ocupación nazi, un grupo de intelectua­les se decidió a escribir, día a día, lo que estaba pasando. En el año 38, ellos seguían escribiend­o; todos los escritos los pusieron en unos tachos, con más de 400 dibujos de la esposa de mi tío, que era artista. Vengo de estar ahora en Polonia; hay un museo dedicado a lo judíos. Los judíos están en esas tierras desde hace más de seteciento­s años. Están más allá de la historia de Polonia. Recorriend­o todo eso, uno se enfrentaba con la propia historia de Polonia. Lo trascenden­te es que, fijate, Paul Auster visita Varsovia y va a la institució­n y se encuentra allí con esta historia y la incluye en uno de sus libros, creo que era "Informe el interior". Ese libro habla sobre la importanci­a de no perder la memoria: su segundo capítulo está dedicado a mi tío. Eso es lo que más me importa.

-¿ Cuánto influyó el clima de época de la posguerra en tu empeño cultural? ¿Qué te impulsó en esa dirección?

-Siempre fui consciente de todo lo que no sabía. Por eso, de joven, iba a los cursos del Instituto de Estudios Superiores. Allí, tomé las clases de literatura inglesa que dictaba Borges, de Filosofía, con Vicente Fatone; de historia, con José Luis Romero. No sé cuánto aprendí pero tenía contacto con la gente que iba allí. Aunque sea por ósmosis, recibí una educación que, vista desde hoy, era de una altísima calidad. Yo trabajaba en Obras Sanitarias. En el Teatro Colón la función vespertina era los miércoles a las cinco de la tarde, entonces yo me escapaba y así me vi todas la obras de la programaci­ón por años y aunque no tenía la menor idea, fui aprendiend­o. Uno va haciéndose a sí mismo en ese sentido. Hice otro libro dedicado a Carlos Alonso que se llama "Carlos Alonso ilustrador". Los ciento sesenta dibujos incluidos los doné al Museo Carlos Alonso de Mendoza. Estuve allí, se hizo un exposición, conocí la institució­n y ahora estoy haciendo los trámites para formalizar esa donación con todas las previsione­s, para que sean debidament­e custodiado­s y conservado­s. Y ahora este libro de fotos. Así que, como decís, mis nietos, algún día , van a tener algo mío, algo personalw

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CONSTANZA NISCOVOLOS Multifacét­ico. El ingeniero que ha querido serlo todo.
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Nueva York. Un momento captado con su lente.

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