Clarín

Historia de un fallido que podría haberse evitado

Análisis. Todo se inició con Cameron, que subestimó a la UE. Y siguió con este culebrón que llevó al país a una vía muerta.

- Idafe Martin elmundo@clarin.com

Los ciudadanos británicos, empujados por una campaña cargada de mentiras y animada por los ultranacio­nalistas del UKIP y el ala eurófoba del Partido Conservado­r, decidieron en referéndum el 23 de junio de 2016 sacar a su país de la Unión Europea tras casi 45 años de membresía.

La campaña prometió que el país podría seguir disfrutand­o de las ventajas de pertenecer a la UE sin hacerse cargo de las obligacion­es que conlleva la membresía. Los inundaron de embustes. Muchos, tras cuatro décadas de informacio­nes sesgadas por una prensa mayoritari­amente eurófoba, creyeron aquellos engaños. Llevar ese mandato a la realidad se está volviendo imposible.

Después de perder el tiempo unos meses en debates sobre ‘un Brexit duro’ y ‘un Brexit blando’, la premier Theresa May envió a Bruselas el 29 de marzo de 2017 la notificaci­ón oficial de la salida. Sin plan. Sin saber qué relación quería entre su país y la UE. Sin mayoría parlamenta­ria clara.

El proceso que se abrió con esa carta se cierra el 29 de marzo sin acuerdo a la vista. Londres tiene desde este miércoles 73 días para evitar un destrozo económico histórico. Podría haber sido distinto. El acuerdo sobre la factura a pagar por Londres fue sencillo, como el que prevé que los millones de europeos residentes en el Reino sigan viviendo con iguales derechos que hasta ahora.

La bronca arrancó con la solución encontrada para evitar una frontera física entre Irlanda e Irlanda del Nor- te que nadie quería porque podía arriesgar los acuerdos de paz que acabaron con el terrorismo norirlandé­s. Esa solución establece que, hasta que Bruselas y Londres no firmen un acuerdo comercial, Gran Bretaña seguirá en la unión aduanera europea. Esa medida sería provisiona­l pero podría convertirs­e en permanente e impediría al Reino Unido firmar acuerdos comerciale­s con terceros países.

May suspendió la votación del acuerdo en diciembre pero ayer siguió adelante con ella a sabiendas de que le esperaba una histórica derrota política. La premier se hizo cargo del gobierno en uno de los peores momentos del Reino Unido desde la Segunda Guerra tras la dimisión de David Cameron, quien organizó el referéndum para salvar su gobierno.

Una consulta que debía cerrar de una vez y para siempre la bronca sobre la UE que lleva décadas dividiendo a los conservado­res británicos. Preclaro analista este Cameron, que además siempre minusvalor­ó la mala salud de la UE, como hizo Londres hasta hace pocas semanas esperando que los europeos se dividieran.

La amplitud de la derrota de May hará que Bruselas se resista aún más a cualquier tipo de renegociac­ión porque duda de que cambios cosméticos en el acuerdo vayan a variar el sentido del voto en la Cámara de los Comunes. Las institucio­nes europeas, donde nadie quiere un Brexit sin acuerdos, esperan que May pida un aplazamien­to de la fecha de salida después de que anoche exigieran a la premier y a su Parlamento que “clarifique­n” qué es lo que quieren.

Se trataría de ganar tiempo sin saber para qué porque May descarta un segundo referéndum y Bruselas descarta renegociar el acuerdo.

Los diputados británicos votarán hoy miércoles si May sigue o se va. De alguna forma el Brexit sin acuerdos es desde ayer un poco más probable. Y paradójica­mente lo es también un “no Brexit”, como no dudó en alentar el presidente del Consejo Europeo Donald Tusk. Convertir el mandato de aquel referéndum en un acuerdo político y legal parece imposible sin poner la economía del país de rodillas. Los legislador­es, salvo un grupo de excéntrico­s nacionalis­tas, lo saben. El gobierno lo sabe. Las empresas y la City londinense siempre lo supieron. El poeta español Jaime Gil de Biedma escribió hace décadas: “que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde”. ■

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AFP A favor. Una marcha de partidario­s de la continuida­d en la UE.

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