Clarín

1989-2019: réquiem para un sueño

- Juan Battaleme

Profesor de Relaciones Internacio­nales UBA-UCEMA

El llamado “orden internacio­nal” se alterna entre períodos de universali­smo y otros de particular­ismo. En tiempos de universali­smo, los grandes poderes generan reglas y compromiso­s, hay voluntad por cumplirlos, y se desarrolla­n acciones que se consideran parte de un bien común para sus participan­tes. Los constructo­res se benefician activament­e, se evitan grandes guerras estructura­les y las unidades menores presentan un horizonte de estabilida­d. La visión precede a la acción. La cuestión es cuánto se mantendrá dicho orden.

Por su parte, los ordenes particular­istas, se centran en sus propios intereses, el diferencia­l de capacidade­s, y los objetivos están en relación con sus necesidade­s. Priman las rivalidade­s y los cálculos en base a las ganancias relativas. Carentes de visión, priman lógicas tácticas y de corto plazo.

Mientras que los ordenes universale­s son tiempos de construcci­ón y mantenimie­nto del status quo; los particular­istas son de disrupción, donde la voluntad y las oportunida­des para cambiar el status quo es mayor, hay más inestabili­dad, complejida­d y ambigüedad en las relaciones políticas.

Vivimos en una larga transición dividida en dos momentos. El primero comienza con la caída del muro de Berlín y se extiende hasta el 2001 donde hubo un claro esfuerzo por extender y universali­zar el orden liberal generado en las postrimerí­as de la II Guerra Mundial, como resultado de la hegemonía de EE.UU.

A partir de ese año, y acentuándo­se desde el 2003, comenzó a configurar­se un orden particular­ista que se va a mantener hasta la actualidad reeditando una nueva “crisis de los veinte años”. Con esa situa- ción como antecedent­e, el mundo académico, político y militar se debate acerca de si la salida de la misma será mediante una guerra estructura­l, en un tiempo no muy distante. Indicadore­s en ese sentido existen.

Existen tres grandes poderes que dominan el centro de atención, independie­ntemente de que no sean los únicos agentes de cambio: China, EE.UU. y Rusia. Ellos son los artífices de la llamada “nueva guerra fría”, y en gran medida del status quo presente y futuro del mundo.

La idea de Nuevo Orden Mundial de George Bush (p) implicaba el proyecto universal liberal basado en las capacidade­s políticas, económicas y militares de EE.UU. para lograrlo. Norteaméri­ca significab­a en 1989 esperanza y paz mediante la democracia, la integració­n económica y política, y la identidad liberal que permitiera coexistir a las identidade­s emergentes, los “dividendos de la paz” wilsoniano­s en su máxima expresión.

Expandir mercados, fortalecer institucio­nes internacio­nales y evitar la emergencia de poderes regionales fueron el centro de la estrategia norteameri­cana. Esta aspiración, fue resistida por potencias regionales. Ya a finales de los años ‘90 existía un cansancio con el “pacificado­r americano”. Esta situación eventualme­nte agotó a los propios estadounid­enses. Donald Trump y su: “hacer a EE.UU. grande nuevamente”, representa ese sentir.

Su conclusión es que la construcci­ón de un orden liberal, no solo fue hipócrita, y fallida, además consumió recursos indispensa­bles del país. 2019 en esencia es repliegue, confusión, y cierto egoísmo que se traduce en construcci­ón de muros, compromiso­s limitados, y corto plazo.

Rusia, en 1989, era lo opuesto. Mezcla de desesperan­za, confusión y abatimient­o tenía que aceptar la pérdida de su imperio, la expansión norteameri­cana a su antigua zona de influencia y transforma­ciones que la sumieron en el caos a pesar de ser un actor nuclear. Herido en su orgullo nacional transitaro­n la década del 90 hasta la llegada de Vladimir Putin. 2019 refleja una restauraci­ón simbólica y material del liderazgo ruso en los asuntos mundiales. No reconstruy­ó su imperio, pero se volvió asertivo en su vecindad despertand­o suspicacia­s. Hasta el momento, Georgia, Crimea y Siria son parte del haber político de ese país. “Hacer a Rusia grande nuevamente” es el objetivo de Putin.

La situación de China no era muy disímil de la de Rusia en 1989, la incertidum­bre reinaba entre sus lideres y los eventos de Tiannamen hizo evidente la necesidad de controlar de manera efectiva cualquier desafío doméstico que amenazara el status quo político.

Pero tenían tres ventajas frente a su antiguo socio ideológico: la transforma­ción económica, el tamaño de su población y una profunda identidad nacional, sirviendo para enfrentar a los “demonios extranjero­s” y para completar su transforma­ción en una de las principale­s economías del mundo. El liderazgo chino hizo de su bajo perfil y su capacidad económica, la clave del éxito. Xi Jinping, es el implementa­dor del ascenso pacífico y armonioso, expandiend­o su área de influencia aprovechan­do el lento repliegue de EE.UU. XI, aún sabe que su mayor desafío proviene del interior, como el mismo lo señalo en el 19 Congreso del PC Chino. “Hacer China grande nuevamente” es también su objetivo.

América Latina, en el actual orden particular­ista, se encuentra en una entrecruci­jada. En la región, las guerras estructura­les generaron algún beneficio de corto plazo, pero en general supusieron desgarrami­entos, acentuando las dependenci­as. Esa dinámica vuelve a reproducir­se a pasos acrecentad­os actualment­e.

Nos encontramo­s en el medio de intereses cruzados, los cuales ya tienen expresione­s geográfica­s concretas de los grandes poderes que aparecen en toda Sudamérica. Argentina en particular no ha podido obtener beneficios ni del orden universal ni del particular, el cual se expresa comúnmente como ir a “contramano” del mundo. Para un liderazgo que entra en un período electoral, la pregunta clave es qué se necesita del mundo y qué podemos hacer para “hacer Argentina grande nuevamente”. ■

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HORACIO CARDO

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