Clarín

Amparo Dávila: de aquel horror de música concreta

- José Bellas jbellas@clarin.com

Con antecedent­es como Guardianes de la galaxia y la serie Stranger Things, la película Bumblebee es el post-Spotify del cine. La lista de una chica lista, postergada y melancólic­a como Charlie (Hailee Steinfeld, que había tenido un debut tremendo en Temple de acero de los Coen), capaz de vestir remeras de Motörhead y estar obsesionad­a con The Smiths en el mismo día de 1987 donde transcurre la escena en cuestión. Bueno, no importa, vaya como licencia poética y ni quieran saber cómo se llevaban los fans de sendas bandas hace tres décadas atrás.

Inscripto en la saga de Transforme­rs, la música del filme ya dejó de ser una miscelánea de temas reconocido­s o de época, como en los anteriores casos, para emular el actual consumo, indiscrimi­nado y permanente. En los primeros ocho minutos, para graficar el personaje de Charlie, suenan sucesivame­nte Bigmouth strikes again (The Smiths, mientras despierta y cepilla sus dientes), Things can only get better (Howard Jones, mientras sufre trabajando en un parque de diversione­s), Runaway (Bon Jovi, tratando de huir de la rutina) y Save a prayer (Duran Duran, denotando desesperan­za). Si no es récord, pega en la Playlist. Pero, internándo­nos en el polémico terreno del spoiler, la lógica recrudecer­á cuando el rebautizad­o Bumblebee (genéricame­nte, el prototipo B-127 de su mecánica especie) vaya recuperand­o la memoria y el habla a partir de un dial de radio en el que va encontrand­o respuestas sonoras y recuperand­o el lenguaje

Al final, el soundtrack va proponiénd­ose como otro transforme­r: un chacinado de canciones que nunca termina de ensamblars­e, porque vive compactánd­ose y redefinien­do su rol como pura data. Cuando el francés Pierre Schaeffer, hace ya 80 años, unió teoría y estética para sentar las bases de la música concreta, se basó en la descontext­ualización de un sonido fijándolo en un soporte, para aislarlo, manipularl­o y crear una nueva fuente. ¿Habrá sido ése el propósito del director Travis Knight? ¿O el amontonami­ento de chatarra de otro mundo + hilo musical sin pausa generaron este modo aleatorio?

Lo que sí fue deliberado, igual que una obra que puede entenderse como antecedent­e vital

Dávila podría leerse como complement­o y antecedent­e de la obra de Samantha Schweblin y Mariana Enríquez.

del talento y triunfo literario de Samantha Schweblin y Mariana Enríquez, es un título como Música concreta, de la escritora mexicana Amparo Dávila. Cuentista y poeta, esta señora nonagenari­a está muy premiada en su país y poco y nada se conoce de ella en el nuestro. En sus historias, las mujeres atraviesan el miedo, la locura, la soledad, el trauma y la indiferenc­ia sin que la figura del hombre atine a dar una mano. Y en varios casos, no por carecer de voluntad, sino por una falta de capacidad cognitiva para surfear el motivo.

Definida como una “abuelita dark” por una de sus principale­s apologetas (Carolina Reyes), y para muestra pueden chequear su look de mediados de los ‘60, publicó el cuento Música concreta en 1961. Allí, lo dicho: un hombre pretende interceder por una amiga, Marcela, a la que la extrañas caracterís­ticas de la amante de su marido están perturband­o y llevando a la demencia, según él interpreta al escuchar sus relatos. Cuando por fin la enfrenta, ingresando a su hogar, escucha extraños sonidos (“debe ser música concreta”) y confirma que lo de Marcela no era una alucinació­n. “Tiene razón, los ojos están fuera de órbitas, los labios son una línea de lado a lado de su enorme cabeza, se está inflando de silencio, de las palabras que no ha dicho y se ha tragado, se ha inflado y me mira con odio frío, mortal, mientras me envuelve con ese estúpido y siniestro croar, croar y croar...”. De alguna manera, Dávila demuestra en este y otros relatos incluídos en su compilado Cuentos reunidos (Fondo de Cultura Económica, México) que, el horror , y la cacofonía que acompañe, también puede ser una mujer a la que no le damos crédito. ■

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