Clarín

La tranquilid­ad de tener a tus hijos a 12.213 km.

- Pablo Vaca

En el video se la ve bien a Agustina. Nítida. Ya salió el sol de ese domingo 13 y ella camina mirando el celular, sola, con la despreocup­ación de sus 17 años, tal vez pensando en dónde estaban sus amigas, tal vez recordando alguna anécdota de esa noche en Teos, todavía con el sabor en la boca de las papas fritas que se había comprado al salir del boliche, a las 5.45.

Poco después, a la tarde, sus padres denunciaro­n su desaparici­ón. El lunes a la mañana hallaron su cadáver. El martes, en un pueblo llamado paradójica­mente Esperanza, la enterraron. Fue el sexto femicidio del año.

Agustina Imvinkelri­ed sólo había salido a bailar una noche, como miles y miles de chi- cos cada fin de semana. Su crimen hizo trágica realidad para sus padres la peor pesadilla que todos los padres rogamos no vivir jamás: que le pase algo a tu hijo al salir. Que salga y no vuelva.

Con mayor o menor grado de preocupaci­ón, con más o menos paranoia, la intranquil­idad nos gana a todos cuando nuestros chicos empiezan a salir solos. Por cuestiones que hoy hasta parecen mínimas, como que les roben el celular. Hasta por temas graves, claro: ataques sexuales, accidentes de tránsito alcohol de por medio o alguna clase de pelea que termine en tragedia, entre otros.

Y aquí la segunda paradoja. Este periodista tiene a sus dos hijas en Australia. En un pueblo llamado Byron Bay. A 12.213 kilómetros de Buenos Aires. Una, la mayor, está allá desde hace poco más de un año, con una visa que le permite trabajar. Otra, la menor, aprovechó enero para ir a visitarla. Y estoy tranquilo como hacía tiempo no lo estaba.

Duermo con la paz de saber que estadístic­amente es poco probable que algo feo les suceda. Que estén en ese lugar al otro lado del mundo, con 14 horas de diferencia, disipó el miedo repetido, instalado, de cada noche que salían.

No es un temor infundado. Como se sabe, como ya se dijo mucho, la insegurida­d (en su más amplia acepción, en el sentido de la posibilida­d de que a uno le pase algo malo en la ca- lle) no es sólo una sensación en la Argentina.

En 2017 hubo unos 150.000 robos agravados sólo en Buenos Aires y Provincia según cifras oficiales. En Australia, los robos a mano armada no llegaron a 5.000 en todo el país.

Los asesinatos sumaron 2.293 en nuestro país en ese mismo lapso. Allá fueron 414. Y el 77% terminó resuelto por la Policía en menos de 30 días.

Acá mueren en choques unas 20 personas por día. Allá 3,3.

Son países comparable­s por varias razones. Ellos son el sexto país en superficie, nosotros el octavo. Allá viven 25 millones de personas, acá 44. Sus 60.000 dólares de PBI per cápita casi triplican nuestros 22.000: en lo económico les ha ido mejor. Y a juzgar por los números, en el tema seguridad también.

Paradoja mayor, Australia terminó de ser colonizada a partir de 1788, cuando Inglaterra consideró que ese novísimo mundo era perfecto para liberarse de su superpobla­ción carcelaria y 165.000 convictos fueron trasladado­s en 806 barcos. Sí: buena parte de ese magnífico país es descendien­te de presos.

Y una última paradoja, una muestra más de cómo a veces en la Argentina todo puede llegar a estar al revés: unas décadas atrás, cuando los hoy padres éramos teens y volvíamos después del amanecer en épocas oscuras del país, la preocupaci­ón de nuestros progenitor­es era que nos hubiera llevado… la Policía. ■

La peor pesadilla de un padre: que tu hijo salga y no vuelva; para muchos es una cruel realidad.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina