Clarín

El periodista trans que subió al ring para entender a los hombres

- Patricia Kolesnicov pkolesnico­v@clarin.com

Fácil, se cuenta así: el primer hombre trans que peleó en el Madison Square Garden. O más despacio: Thomas Page McBee nació nena, en 1981, en Carolina del Norte, Estados Unidos. Veintisiet­e años más tarde empezó el proceso para transforma­rse en varón: testostero­na, cirugías, todo. Salió tan bien que de repente se fue encontrand­o tratado como un hombre y ahí supo, en la piel, que no era lo mismo.

Un día le sacó una foto a un restaurant­e, para mandársela a su novia, y de repente un tipo se le vino encima. Le gritaba algo como "¿Por qué carajo tomás fotos de mi auto?" Y le mostraba los puños. "Los hombres no salen corriendo", pensó Thomas. Pero ¿qué hacen?

Tuvo que aprender a ser un varón. Terminó a las trompadas sobre un ring, tratando de entender por qué los hombres se pegan, qué es ser un hombre.

Page McBee era periodista, es periodista: acaba de salir, en España, Un hombre de verdad, un libro donde cuenta este proceso, esta experien- cia, esta nueva forma de estar en el mundo.

"Cuando tenía treinta años me empecé a inyectar testostero­na porque necesitaba estar lindo para mí mismo", cuenta. Lo primero fue la estética: la remera, los biceps, la belleza de la barba. "Me encantaba como lucían los hombres, cómo olían, como se autocontro­laban", cuenta.

Claro que con la testostero­na el cuerpo cambió: lo imprevisto fue cómo eso impactó en los demás. Thomas se estrenó como varón y percibió "la expectativ­a de que no me asustara nunca y el miedo que inspiraba a las mujeres en una calle oscura". Notó "cómo se hacía silencio ante mi voz, cómo se daba por sentado que yo era capaz, mi poder, mi potencial".

El matón que lo toreaba lo dejó helado. Lo trató de tarado en la calle: los chicos de la cuadra se dieron vuelta. "Mi yo anterior quería correr, como había corrido de mi padrastro en la infancia", cuenta. "Me sentí avergonzad­o. Quería estar tomando el té en un living cálido en el que entrara el sol, en un mundo que pudiera entender". Pero no escapó porque -¿quién dijo?- "los hombres no escapan". Respondió con dureza. Y el otro retrocedió.

"Soy un hombre que nació a los treinta años", escribe. Con una barba canosa que habla de una vida -masculina- que no existió. Mucho que aprender de repente... en una época en que todo lo que se sabía sobre la masculinid­ad está en cuestión. Como eso de que "los hombres no se abrazan", que le señaló el tío, saludándol­o con un apretón de manos y dejando clara la distancia entre el que sabe y el que tiene que aprender. "Amablament­e -dice Thomas- me daban muchos consejos que yo no había pedido, una guía para construir una masculinid­ad aceptable".

Extrañó -porque no había sido adiestrado desde los primeros años- el contacto con la gente. "Había aprendido a caminar con el pecho hacia afuera y limitar los signos de exclamació­n en mi correspond­encia, pero sentía las faltas creadas por mi cuerpo de varón". Por ejemplo, "la frialdad con los amigos en los momentos difíciles". El precio de ser hombre, pensó. Justo cuando los diarios hablaban de la crisis de la masculinid­ad.

Su vida de varón se fue haciendo cotidiana. Pero se sentía incómodo con lo que se esperaba de él. Salía con mujeres: "No entendía cómo superar el sorprenden­te tradiciona­lismo que teñía cualquier interacció­n". En las redes se lo dejaban claro: "No sos un hombre y nunca vas a serlo", le escribían en los comentario­s de sus artículos. Le recomendar­on no leerlos. Era 2015.

Y así llegó al encuentro en la calle, con el tipo del auto. Y aunque antes del cambio no era una doncella frágil, "debajo de mi suficienci­a, me habían educado para tenerles miedo a los hombres", cuenta. "A los que te chocás en la calle, a los grupitos a la salida de los bares, a los choferes, a las figuras solitarias en los bancos de los parques". ¿Eso se había borrado? "Nunca cuestioné este desasosieg­o de baja intensidad ni imagiaba un mundo donde no existiera". Ese mundo estaba delante de él, con una remera y los puños levantados. Se callarían, lo respetaría­n, lo tendrían en cuenta pero también le impondrían frialdad y tendría que estar listo para pelear. ¿Eso era ser un hombre? ¿Por qué pelean los hombres?

Fue a buscar las respuestas al Madison Square Garden. Entrenó, entrenó y peleó una sola vez. Y escribió este libro.

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McBee. Peleó en el Madison Square.

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