Los 70 años de una figura emblemática del rock local
Al frente de los Redonditos de ricota, y también como solista, marcó a fuego la historia del género.
Un 17 de enero de 1949 nacía aquel que le pondría letra a lienzos blancos que cubrirían miles de corazones. Frases como “el lujo es vulgaridad”, “violencia es mentir”, “vivir solo cuesta vida” o “todo preso es político” es una minúscula muestra de la vasta poesía musical de Carlos Alberto “Indio” Solari, estampita calva con (redondos) anteojos negros que genera clones a cada paso.
Hijo de cierta rudeza y rigidez paternal que contrastaba con su madre, de la cual heredaría su pasión por la música, el Indio nació en Entre Ríos y de pequeño recaló en Santa Fe. Luego, vivió su infancia y adolescencia platense, repleta de sueños, maravillado por el “yeah yeah” de The Beatles o que lloró escuchando a Jimi Hendrix en un Wincofón. O que antes de ser músico se dedicaba a la pintura, fruto de sus estudios en la facultad de Bellas Artes en La Plata.
Aquel enamorado del Brasil de los ´70, gestó la génesis rendonda allá por 1976. Desde una gira debut por Salta en 1978, hasta rechazar la producción musical de un tal Charly García y estar codo a codo con ese triángulo, que parecía indestructible, conformado entre él, el guitarrista Eduardo “Skay” Beilinson y la manager todo terreno Carmen “La Negra Poli” Castro, se fue gestando la leyenda..
Los primeros pasos llegaron en un salón cultural platense. Ya lejos de su afinidad con monologuistas (Mufercho, Enrique Symns), siempre fiel al arte de Rocambole (Ricardo Cohen) y dejando de lado a bailarines y artistas plásticos en escena, Los Redondos pasaban del espectáculo de rock a la cultura rock pura.
La cosa fue de los pub bohemios, pasó por Cemento, Obras y de allí a los estadios, mientras le daba forma nueve discos con Los Redondos y otros cinco con Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. “En el estudio uno está conflictuado con uno mismo”, comentaba acerca de Luzbola, su casa-bunker-estudio de Parque Leloir. Porque, según él, su lugar es el escenario: “el lugar más cómodo que tengo sobre la tierra”.
Algo huraño y solitario, férreo en la defensa de la privacidad y con muchos viajes a Nueva York (que confiesa conoce más que Buenos Aires), So-
lari siempre dijo que las canciones del rock nacional le parecían “boleros rápidos”. Por eso, desde aquellos ensayos en la casona de la calle Soler, el mutó del overol a las camisas y pantalones cargo, consolidándose como un “relator-decidor” más que un cantante.
El aura del Indio pudo ( y supo) construir una banda que hizo culto al ostracismo y se convirtió en una banda de estadios, futbolizada bajo la cultura del aguante que marcó la etapa final de la era ricotera.
El Indio tiene múltiples caras, desde la persona que declaraba que “la podías cagar con guita, pero no trai-
cionar” -en referencia a la separación “redonda”- hasta aquel que desmintió a su manager en torno a su eventual alejamiento de los escenarios.
La separación de los Redonditos y la proyección solista de Solari lo hizo aún más adinerado y masivo, con su público en una escala de protagonismo inusitada. Los shows en Tandil (2011 y 2016), en el autódromo mendocino (2013 y 2014), su último paso por Gualeguaychú en 2014 y hasta por Junín (2011), demostró el incremento de “fieles”, un público que -según Solari- se jactaba de no conocer el sold out. Y así lo pagó, en aquel fatídico 11 de marzo de 2017, cuando el pogo más grande del mundo desembarcó en Olavarría. ¿El resultado? Dos muertos y una brutal condena mediática..
Fanático del primer Spinetta (el primigenio Almendra y Pescado Rabioso), capaz de llamar “mis canciones” a las piezas de Los Redondos - en cuanto a la autoría de las melodías-, este adorador de la juventud, odia la decrepitud mientras observa a la muerte como una liberación de los compromisos. Y puede confesarle a casi 150 mil personas que “es verdad, mister Parkinson me anda pisando los talones”.
¿Volverá a las tablas luego de editar El Ruiseñor, el Amor y la Muerte? Solo él lo sabe, mientras tanto, disfruta de su confortable bunker-estudio de Parque Leloir, oasis y sosiego de la popularidad que lo acecha. ■