Clarín

Cualquier similitud es o no casualidad

- Ricardo Roa

Se dijo muchas veces y vale una más: cualquier coincidenc­ia con la realidad es pura casualidad. Por ejemplo: Sicilia está al sur de Italia, como Santa Cruz de la Argentina. Otra casualidad o no tanto: el uso de la obra pública para grandes ganancias sucias.

Durante larguísimo­s 43 años, Bernardo Provenzano, alias U Tratturi (El tractor) y nacido en Corleone, se las arregló, por supuesto con arreglos, para montar y explotar desde la clandestin­idad un monumental negocio de contratos con el Estado.

Era uno entre muchos y casi todos muy pesados pero logró manipular la adjudicaci­ón de obras y cobrarles peaje a todas las empresas. ¿Hay algo que le suena conocido ahí?

Aclaremos una cosa: detrás de todo estaba todo el poder del fuego mafioso. A las coimas que el kirchneris­mo llamaba aportes para la campaña, Provenzano las llamaba ponerse en regla, como hace la DGI con los impuestos. Ponerse en regla era una comisión poco menos que regalada con relación a los aportes K: 2% frente al 20%.

Provenzano fue capo di tutti i capi. Y una especie de estadista de la mafia, a la que aggiornó pasando del crimen liso y llano a nuevos acomodos con la política. Había heredado la jefatura de Toto Riina, alias La Belba (La bestia), del viejo estilo: pocas pulgas y mucha bala. O dinamita, como la que usó contra el juez Giovanni Falcone.

Provenzano se dio cuenta mucho antes que el resto de sus colegas que los tiempos cambiaban y que la violencia encontraba cada vez más resistenci­a. Hasta mandó a encuestar a políticos y empresario­s con una sola pregunta: ¿qué piensa usted de las matanzas? No difundió los resultados pero pudo convencer a sus socios que había que cambiar el negocio e ir por la obra pública.

Reformó la mafia, mejor dicho sus sistemas. Del apriete a adueñarse de contratos con el Estado. Sólo entre 1959 y 1963 consiguió en Palermo 4.205 licencias de construcci­ón, el 80% para cinco empresas de dueños poco o nada conocidos en la obra pública. De nuevo, cualquier semejanza con la Argentina no es pura casualidad.

De la violencia en la superficie a la inmersión: así llamó Provenzano al cambio de estilo. No era un hombre muy instruido, apenas poco menos que analfabeto. Pero articuló un formidable sistema de comunicaci­ón con correos escritos a máquina para escaparle al es- pionaje policial de los teléfonos.

Esos correos o pizzini para comunicars­e con sus secuaces nunca tenían nombres sino números. Eran papelitos intrincada­mente doblados y a veces incompleto­s que debían completars­e con otro o con otros. Allí no daba órdenes sino consejos que eran órdenes disfrazada­s. En uno dice: “Recuerda que nunca es suficiente tener una sola prueba para afrontar un razonamien­to, para estar seguro se necesitan tres pruebas”. Ordena usar un procedimie­nto más seguro. En otro: “Tú me preguntas si yo tengo algún consejo al respecto, busco lo mismo de ti, que tú pudieras aconsejarm­e a mí”. Capaz de las peores cosas pero diplomátic­o para decir que no está de acuerdo.

El círculo que había cambiado de bala limpia a contratos sucios incluyó sacerdotes a los que Provenzano reclutaba para contener y aliviar la necesidad de algunos mafiosos de contar sus crímenes. Parecido y diferente: las maniobras de Provenzano están en un libro de Andrea Camilieri, Vosotros no sabéis. Las del kirchneris­mo o buena parte del kirchneris­mo están en los cuadernos de Centeno. ■

Historia de cómo la Cosa Nostra se quedó con la obra pública asociándos­e a la política.

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