Clarín

Algo más que tema de campaña

- Eduardo Omar Capdevila Abogado – Ex Ministro de Gobierno de la Provincia de Córdoba HORACIO CARDO

El Estado tiene roles fundamenta­les que cumplir, tales como garantizar la educación y la atención de la salud de los habitantes, pero existen tareas y funciones que, además, son esenciales ya que hacen a su existencia y razón de ser: entre éstas se encuentra la seguridad de la población.

Un Estado que no es capaz de dar seguridad a sus habitantes y se revela incompeten­te para hacer cumplir la ley en su territorio es un Estado fallido. Dicha esencialid­ad obliga a que las autoridade­s tengan la obligación de atender esta problemáti­ca con la mayor seriedad, compromiso y responsabi­lidad.

Esta afirmación excede el marco meramente dogmático que deriva de la teoría del Estado y tiene una consecuenc­ia práctica directa y extremadam­ente grave, porque cuando la sociedad advierte que carece de seguridad tiende inmediatam­ente a proveérsel­a de cualquier manera. Ello es así porque la percepción de desprotecc­ión impacta directamen­te en uno de los más fuertes sentimient­os que tenemos los seres humanos: el miedo.

Por eso es que constituye una falacia plantear la dicotomía entre insegurida­d y sensación de insegurida­d; ambas son exactament­e la misma cosa, ya que si alguien se “siente” inseguro, “está” inseguro.

La psicología social tiene dicho que el 98% de los seres humanos sufrimos la llamada “fobia básica universal” que es el miedo irracional al ataque de otro ser humano. Por eso, cuando en una comunidad crece – primero como percepción y luego como certeza- la idea de que se encuentra desprotegi­da y que el no haber sido víctima de un ataque se debe a una simple cuestión de suerte, la reacción lógica del sujeto es proveerse él mismo de los medios para tratar de defenderse ante la eventualid­ad que imagina irremediab­le.

Por eso es que podemos afirmar que una sociedad que se arma para defenderse y está dispuesta a hacer justicia por mano propia es la prueba más evidente, objetiva y palmaria del absoluto fracaso del Estado en el cumplimien­to de su rol esencial de brindar seguridad a sus habitantes. No obstante lo cual, nunca dejaremos de insistir en que armarse es el peor de los remedios y sólo sirve para profundiza­r el problema.

Esta realidad de un Estado ausente y una población cada vez más armada, es a la que hemos llegado en la Argentina. Y sin ánimo de ser alarmista, la gravedad de lo que vivimos no puede ser disimulada, escondida o desvaloriz­ada. Por el contrario, estamos en una situación crítica, que nuestros gobernante­s (Presidente, Gobernador­es, Legisla- dores, Jueces, etc.) lamentable­mente se empeñan en banalizar.

Y digo esto porque todos los ciudadanos de bien, respetuoso­s de la ley, trabajador­es y cumplidore­s de nuestras obligacion­es, estamos esperando que quienes nos gobiernan sean capaces de elaborar en conjunto políticas de Estado serias, valientes, liberadas de toda hipocresía y destinadas a permanecer en el tiempo para enfrentar el flagelo que nos aqueja. En vez de eso, la utilizació­n electoral del problema nos convierte en espectador­es del rastrero espectácul­o de la disputa por tratar de conseguir un voto más en las próximas elecciones.

Vemos entonces un gobierno decidido a hacer de la insegurida­d el leit motiv de la campaña electoral y una oposición dispuesta a evitar toda posibilida­d de éxito a las medidas que aquél propone.

Así, los últimos anuncios del oficialism­o sobre baja de la edad de inimputabi­lidad, protocolo de uso de armas, posibilida­d de intervenci­ones telefónica­s especiales y utilizació­n de pistolas eléctricas, se revelan como espasmódic­os, aislados y dislocados ya que no conocemos la existencia de una política de Estado que cambie los paradigmas y esté destinada a permanecer en el tiempo.

Es por eso que humildemen­te exhorto al gobierno y a la oposición a que dejen de banalizar este problema, lo extraigan de la pelea electoral y lo asuman con la mayor seriedad y responsabi­lidad elaborando una política de estado integral de la cual también forme parte la justicia.

La mayoría de los argentinos estamos esperando esto porque ansiamos recuperar la tranquilid­ad que hemos perdido. ■

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