Con los ojos en las fuentes
A lo mejor todavía queda alguno que se acerca, cierra los ojos, aprieta la mano, la abre y suelta un deseo y una moneda. Lo seguro es que las fuentes de la Ciudad suelen ofrecer festines de arte variados, a los que no siempre solemos atender. Y la inusual posibilidad de desacelerar. Pero muchas integran parte del patrimonio porteño de perfil más bajo.
Hay estrellas, cierto. Entre ellas, la de las Nereidas (1903), de Lola Mora, en la Costanera Sur. Representa el nacimiento de Venus rodeada por nereidas -para los antiguos griegos, ninfas protectoras de marineros- y tritones, con un mix de naturalismo, armonía renacentista y exuberancia barroca precioso. Insoslayable.
Lola trabajó en Roma y la obra llegó en cajas, que pesaban 37 toneladas, con escándalos a cuestas. Es que no quisieron que esos cuerpos desnudos y sensuales, creados y donados por una mujer, fueran emplazados frente a la Catedral. Y hasta hubo quienes dudaron de que ella los hubiera esculpido en mármol de Carrara. “Traigo algunos trozos, como ser una cabeza, una mano, etc., para que me vean trabajar en público, a fin de echar por tierra ciertas calumniosas versiones que me mortifican”, dijo en una entrevista.
La lista de fuentes de la Ciudad así, majestuosas, incluye a la del Monumento a los dos Congresos (1914), en Plaza del Congreso, a metros de una “celebrity”: El Pensador, copia del molde original firmada por el padre de la escultura moderna, Rodin. Con figuras masculinas que evocan al Río de la Plata y a sus afluentes, el Uruguay y el Paraná, entre caballos bravos, apa- rece como un oasis enérgico antes que como un homenaje solemne. Y esa lista de monumentales incluye también a Riqueza Agropecuaria Argentina, de 25 metros de largo, “la fuente alemana en Buenos Aires”, llamada así porque fue donada por esa colectividad para el centenario de la Revolución de Mayo y porque la ubicaron en la Plaza Alemania de Palermo.
Pero en Capital existen incluso más que esos trabajos imponentes, “expresiones del binomio que forman la gran obra sólida y permanente y el agua que aporta dinamismo”, como apuntan desde Turismo de la Ciudad. De hecho, ahora, funcionan 90 fuentes, indican desde el Ministerio de Ambiente y Espacio Público. Por lo tanto, la elección de las destacadas en este GPS será arbitraria.
A escala más humana, con la gracia del neoclasicismo, se imponen las que exhiben doncellas y querubines de hierro, que fueron crea- dos en Francia en 1870 para la Plaza de Mayo y terminaron en 9 de Julio y Córdoba, refrescando. La de El Aguatero, realizada en bronce por el napolitano Vincenzo Gemito (1852-1919), a la cual le bastó el atisbo de un movimiento y la sonrisa pícara para sugerir erotismo, de acuerdo con el catálogo del Jardín Botánico, al que da la bienvenida. Y la fuente del Patio Andaluz, pegado al Rosedal de Palermo, que será siempre “EL” símbolo de las de ese estilo. Sin embargo, con sus mayólicas y más mayólicas decoradas, las del jardín del Museo Larreta de Belgrano y las del patio de Museo de Calcos y Esculturas Ernesto De la Cárcova (España 1701, a cuadras de la de las Nereidas, cerrado hasta febrero) son joyitas neocoloniales menos conocidas (y concurridas) que le hacen competencia. Todas traen ecos de la influencia árabe en la España durante la época medieval. Y, con el murmullo del agua, relax. ■